D E N N A
Un auto aparca violentamente haciendo rechinar las ruedas en el pavimento de la entrada. Me asomo por la ventana de mi cuarto. A la distancia alcanzo a ver la playa la cuál está tranquila y oscura, tal y como debería estar, teniendo en cuenta la hora que es: 1:34 am. Salgo de mi habitación apretándome la campera deportiva que me coloqué al sentir la brisa fresca, típica de las noches de verano en la playa. Me dirijo al baño aún un poco adormilada, refregándome los ojos. Me detengo frente al espejo y observo detenidamente mi apariencia: mi cabello oscuro al igual que mis ojos, mis pestañas largas y alguna que otra peca esparcida por mi nariz. Mis pensamientos se desvían a Sarah. La extraño mucho, pero aún así mi mente me repite una y otra vez que hice lo correcto. Me mojo el rostro con agua fría, me seco y abandono la habitación, encontrándome cara a cara con Issac quien tiene la espalda apoyada en la puerta de madera que da al frente. ¿El sonido del auto fue él? Sonrío hasta que me percato de su apariencia.
— ¿Issac? ¿Qué te pasa? — Vestido de negro de pies a cabeza me observa con una mirada ida y nerviosa. Sus ojos lucen opacos, sin el brillo característico de la vida en sí. Me acerco cautelosamente a él ya que, de la nada comienza a transmitirme miedo.
— Desearía poder decir que lo siento, Denna.
Se acerca a mi tratando de no tocarme, como si se hubiera enterado de que tengo una enfermedad contagiosa. Estira las manos enfundadas en unos guantes negros, mira nerviosamente hacia todos lados, traga saliva y, finalmente me mira a los ojos. Una sonrisa burlona aparece a un lado de su rostro, sacude la cabeza negando mientras se muerde el labio inferior tratando de no sonreír aún más. Levanta la mano derecha la cual dirige a mi rostro y acaricia mi pálida mejilla.
Se aparta al cabo de unos segundos, cuando una sirena de policía comienza a sonar a poca distancia de nuestra ubicación. La luces rojas y azules se escurren de forma tenue a través de la blanca cortina. Me mira nuevamente mientras sale corriendo hacia mi habitación, para seguido saltar por la ventana que da hacia el sector boscoso de la playa. Incrédula me quedo estática en mi lugar.
La puerta se abre bruscamente a mi espalda. Escucho gritos, veo los reflejos de las linternas en la pared que tengo enfrente. Una mano me sujeta del hombro empujándome hacia abajo, para que me ponga de rodillas, lo cual hago. Estoy aturdida, desconcertada, como si estuviera cayendo hacia el fondo del mar con unas pesas atadas a los pies. Las voces a mi alrededor se escuchan lejanas, distorsionadas a pesar de que me están gritando al oído. Levanto los ojos del suelo fijándome, por primera vez, en el policía enfundado en azul que me observaba un tanto perplejo: su ceño fruncido, el dedo meñique de su mano izquierda rascando distraídamente la sien.
— ¿Señorita? — Me sacude levemente por los hombros. — ¿Señorita?
Una vez salgo de mis pensamientos todo a mi alrededor empieza a cobrar sentido. Vuelvo mi cabeza hacia atrás, hacia la puerta abierta que muestra dos patrullas, mi auto y una combi blanca que tiene escrito algo en negro, lo cual no llego a leer. Vuelvo la vista nuevamente hacia el policía frente a mi.
— Usted tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga será usado en su contra.
Unas manos habilidosas me sujetan las muñecas por la espalda colocándome una esposas. Me gira hacia sí, mientras el compañero que me habló hace unos segundos me tira hacia adelante con su pie apoyado en mi espalda. Mi mentón choca contra el frío piso causándome un dolor que se propaga rápidamente por toda mi cabeza haciéndome cerrar los ojos.
Un grupo de tres personas usando un enterizo blanco se disponen a revisar mi auto: el auto que minutos antes Issac había aparcado bruscamente. Mientras uno revisa la parte de delante levantando los asientos, y abriendo la guantera, los otros dos se dirigen a la cajuela. Rebuscan un momento, llaman a un tercero que mira con detenimiento, se voltea a mi señalándome para seguido hacer la seña del número dos con los dedos indice y mayor.
Carraspeo llamando la atención del policía parado junto a mi: — Señor, me puede... ¿me puede decir que pasa?
Sus ojos se abren ampliamente. Niega con la cabeza luciendo bastante enojado.
— Creo que ya lo sabes, querida.
— No — niego efusivamente — no sé de que habla.
Antes de que el policía pueda decir algo, un hombre enfundado en un traje se acerca a mi. La punta de sus zapatos marrones prácticamente rozan mi nariz. Levanto la vista sin poder ver más allá.
— No hay más nadie — informa un voz desde atrás. Lo siguiente que siento son unas manos firmes sujetándome por las muñecas, haciéndome daño, tratando de ponerme en pie.
— ¿Quién más estaba contigo?
Lo miro incrédula aún absorta en mis pensamientos, en Issac vestido como espía, en la policía llegando a mi puerta. El detective chasquea los dedos delante de mis ojos, impaciente, volviendo a repetir la pregunta.
— ¿Cuando...?
El detective me interrumpe repentinamente, sujetándome por el cuello de la campera, acercándome hacia si mismo.
— No estoy para juegos, ¿oíste? ¿Quien vive aquí contigo?
— Nadie... vivo sola.
El detective escanea la habitación, le hace una seña a un policía a mi espalda quien se acerca con mi billetera. La abre encontrándose con mi pasaporte y el de Sarah.
— ¿Quién es ella?
— Sarah es mi amiga... mi ex amiga — comento arreglando mi error. Él me mira con las cejas alzadas, en un gesto inquisitivo. — Nos peleamos y se fue.
— ¿Hace cuánto se pelearon?
— No sé... ¿una semana? Menos creo.
— ¿Por qué se pelearon?
— Por... una mala relación.
Frunce los labios en un gesto dudoso: — ¿No habrá tenido que ver con el asesinato?
— ¿Asesinato? — mis ojos se abren ampliamente.