Esto es guerra, jefecito ❁en físico❁

3

Ese día empezó demasiado bien para ser verdad, pero no terminó como esperaba o hubiese deseado sintiendo que, desde ese encuentro desafortunado con Derek, todas las malas vibras se habían pegado a ella. Tenerlo de jefe directo era más que mala suerte, una terrible pesadilla, su misma experiencia se lo recordó a gritos.

Llegó a casa después de las siete de la noche, habiéndose pasado una hora de su horario normal y todo gracias a su discusión con él. ¿Castigo o trabajo? No lo tenía seguro. Sus encargos más que ser de utilidad y acorde a su labor, retrasaba el que ya tenía pendiente, como si su objetivo fuese solo provocarla. Aunque, analizando el panorama de forma más imparcial, creía tener aún una luz de esperanza en todo aquel alboroto, no la había despedido de inmediato.

—¿Qué son estas horas de llegar, señorita? —reclamó Matthew con burla al verla entrar, cambiando su tono notando la expresión de Anaira— Qué cara, ¿exactamente qué sucedió hoy? Por lo visto nada bueno, ¿no?

—Mi suicidio laboral, solo eso —se lamentó Anaira, tirándose en el sofá boca abajo ahogando sus lloriqueos.

Matthew sabía que, cuando estaba de ese humor, lo más conveniente sería dejar que respirara y tranquilizara su aura asesina antes de iniciar el interrogatorio obligatorio. Y como buen amigo, calentó y le sirvió la cena. Creía que, sin importar que mal se sintiera alguien, no había nada que un buen aperitivo calmara. Por algo existía el dicho, «barriga llena, corazón contento».

—La cena está servida y ya sabes que nunca acepto un no por respuesta, así que buen provecho —dijo Matthew con una sonrisa tierna en su rostro—. Hecho con mucho amor, la mejor medicina para tu malestar.

Sin decir palabra alguna, despegó el rostro del sofá sentándose con más comodidad. Frente a ella, un gran rollo de huevo con verduritas y papitas fritas humeaba desprendiendo un delicioso aroma, decorado con una carita sonriente hecha de salsa de tomate. Inevitablemente, sonrió por el gesto de su amigo. Le enternecía, adoraba y había extrañado esa dulzura que siempre demostraba.

Agradeció y comió con calma, disfrutando de momento su compañía y el consuelo que le hizo falta la primera vez que conoció a Derek. Para ese entonces Matthew ya vivía en esa ciudad, con algunos semestres cursados y una agenda bastante apretada entre trabajo, estudio y los quehaceres de la casa. Sufrió mucho, no lo negaba, pero le sirvió para aprender una muy buena lección. El poder y el dinero, pueden cegar la conciencia.

—¿Te sientes mejor? —indagó Matthew viéndola un poco más relajada.

—Algo así —suspiró con desgana, apoyando la cabeza en su regazo—. Gracias, estaba delicioso.

—Fue un gusto, y como pago vas a contarme. ¿Cuál es la gran desgracia del día? —se aventuró a preguntar, siempre tan curioso.

—¿Alguna vez te conté sobre alguien llamado Derek Fox? —tanteó su memoria viendo solo desconcierto en su rostro— Es mi jefe, y también hijo del dueño de la empresa.

Por más que tratara de darle pistas, sabía que él no asociaría el nombre con aquel suceso. No lo hizo ella en su momento, mucho menos alguien que solo escuchó solo un par de veces el nombre sin demasiado contexto, solo lo necesario.

—¿Y eso es malo por…? —preguntó sin terminar de comprender— No entiendo tus acertijos, ¿sabes?

—Debía ser una gran oportunidad trabajar directo con los grandes representantes de la empresa, si no fuese porque ya lo conocía desde hace seis años —contestó ella con un quejido de frustración.

—¿Cómo? Contexto por favor, se directa y deja de torturarme —se burló Matthew.

Suspiró, desempolvando aquellos recuerdos que solo revolvían la ira dentro de su alma, trayendo a colación una de las épocas más estresantes de su vida.

—Conocí a Derek en la universidad en el primer semestre, teníamos casi el mismo horario de clases —explicó con calma—. Había entrado a la mejor universidad del país, una ventaja que haya ganado una beca porque jamás en mi vida hubiese podido pagarla.

—Esa parte sí la recuerdo, toda una fiesta, ¿no? —sonrió con ella.

—Sí, hasta que inicié clases y lo conocí a él —continuó con una sonrisa de amargura.

Desde los primeros días, Derek fue de los más prepotentes y groseros de toda la clase. Estaba rodeada de niñitos ricos y mimados, privilegiados por la posición económica de sus familias. Sin embargo, ninguno llegaba a comportarse al nivel de Fox, como todo un imbécil. Egoísta, prepotente y presumido, la combinación completa de lo que más odiaba de la humanidad en una sola persona.

—Buscaba cualquier motivo para burlarse de mí, molestarme y fastidiar todo lo que hacía —añadió con rabia—, y si no lo encontraba se lo inventaba. Hacía lo mismo con todo el que podía, siempre al que creía más débil o vulnerable y al ser de un estrato inferior a él, se aprovechaba. Hacía de todo por hacerme ver menos, en especial cuando notó que mis calificaciones eran mejores que las de cualquiera en ese grupo, incluso él.

—¿Es en serio? —exclamó Matthew incrédulo.

—Sí, por desgracia —contestó Anaira—. Para su ego no era aceptable que una becada, pobretona y mal vestida como yo lo superara en intelecto, mucho menos siendo mujer, porque hasta actitudes machistas tenía.




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