Yacía recostado en su lecho, imaginando su porvenir, algo que solía hacer con frecuencia. A veces, al regresar a casa en el autobús, su mente divagaba sobre lo que depararía el futuro. Fantaseaba con lo que ocurriría en los dos o cuatro años posteriores a su graduación, visualizándose muy lejos del hogar, abandonando a su familia sin previo aviso, tal como un niño que huye debido a maltratos, no porque albergara odio hacia sus padres o hermanos, sino simplemente porque sentía que ahí afuera algo lo aguardaba.
Mordisqueaba un lápiz mientras contemplaba el techo, pensando que todo cuanto había realizado hasta entonces carecía de importancia.
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Siempre se encontraba solo, y así lo prefería, pues era bastante tímido, tanto que se ocultaba incluso de las visitas de fin de semana, negándose a abandonar su habitación por miedo y vergüenza a quedar en evidencia. Mucha gente lo había tratado mal y humillado, convirtiéndolo en el hazmerreír de todos. Era considerablemente torpe y poseía un acento que, según quien lo oyera, resultaba risible. Tenía aún más razones para no salir de su cuarto, especialmente cuando había visitas.
Aborrecía su timidez y pensaba que, por esa razón, jamás podría enamorarse ni siquiera entablar una amistad.
"Las mujeres, los hombres sabios y los niños perspicaces, todos ellos son realmente aterradores y me causan un profundo temor".
Por eso, hoy se encontraba recostado, sumido en una tristeza nada dramática.
"No tengo futuro en ningún lugar, no encajo, no me agrada la gente, es mala y cruel".
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Sobre su cama, un empotrado de robusta madera dividía la estancia en dos. Siempre pensó que algún día esa madera le caería encima y reventaría su cráneo, una muerte casi instantánea y, sin embargo, triste. Sentía un cierto terror, aunque ignoraba cuándo y dónde había surgido esa idea. A veces contemplaba fijamente la madera, y cuanto más la observaba, más defectos percibía en la forma del empotrado: veía los tornillos y las columnas, e incluso examinaba las paredes en busca de alguna grieta. Descubrió una muy grande que, juraba, era producto del peso de la madera, tan pesada que algún día rompería todo soporte y se desplomaría sobre él, quebrando sus huesos y matándolo casi de inmediato.
Por las noches, solía quedarse despierto más de lo permitido, viendo su cine culto e incluso estudiando sus materias más difíciles. Pero jamás olvidaba el empotrado que alguna vez sirvió como piso de algo olvidado.
A veces hablaba solo y mataba las moscas molestas, pues vivía en el campo, pero su mente era frágil, tanto como para olvidar que no estaba solo. Por eso olvidaba todo lo ordinario, olvidaba el lugar exacto de las cosas...
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Miró hacia arriba y pensó que su futuro no sería promisorio, que terminaría enfermando de alguna dolencia mortal y, por cobarde, jamás avisaría a nadie que estaba por morir solo y sin nadie a su lado a quien aferrarse con fuerza y llorar por todo lo que hizo y le hicieron.
Sus enemigos jamás comprenderán por qué esto es tan serio e importante.
Jamás admitirá que necesita ayuda y cerrará los ojos cuando yo, como escritor de este cuento, escriba que "...él yacía recostado en su lecho, pensando sobre su futuro, y cerró de forma instantánea sus ojos porque algo había caído sobre él, reventándolo como a un globo de agua y dejando de existir".