Esto no es una biografía

Tu mirada

Me observaba fijamente con una sonrisa enfermiza que dejaba al descubierto sus dientes putrefactos y encías carmesí. Su piel, reseca y gélida, se adhería a los huesos de su rostro, en el que destacaba una nariz hundida y enrojecida. Carecía de ojos, pues los había perdido el año anterior mientras escribía lo que sería su última obra infantil, una historia carente de imaginación y sustancia, vacía de emoción humana. Yo había sido un pésimo amigo y un hermano aún peor. La última vez que lo vi, le dije que estar ciego era preferible a presenciar las atrocidades de este sistema y sus despreciables personas.

No estaba seguro de que mis palabras y acciones lo marcarían tanto como para lamentarse constantemente de la desdicha de vivir ciego y convertirse en una sombra de sí mismo. La gente únicamente me conocía a mí y, si mencionaban a mis padres y su familia, rápidamente me asociaban como su único hijo, un muchacho castaño de ojos verdes. Mi mirada verdosa era como la de una serpiente venenosa, y mis cuencas, grandes y redondas como las de un gato, cautivaban con una belleza vacua e insustancial. Siempre detesté, y detesto, que la gente se fije en mí solo por ser diferente en algunos aspectos. Ojalá hubiese sido yo el ciego, y no mi hermano, a quien no solo habían olvidado, sino también asesinado.

Al igual que todos, soy culpable de su mal y su enfermedad. No sean necios y crean que me refiero a su pérdida de la visión y la capacidad de admirar. No, en absoluto. Soy culpable de que esté atado a la desesperanza humana de no poder mirar de nuevo a la cara.

Hoy, por cierto, solo escribí esto porque creí que él había vuelto a mirarme, pero no era cierto. Él jamás volvió a verme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.