Lucero era una amante apasionada de las historias desde que tenía memoria.
En un momento en el que su vida fue cuesta arriba, las vivencias personales de las personas que la rodeaban, la historia de sus vidas y sus emociones a través de esas historias, se convirtieron en su único escape de una realidad que estaba comenzando a morir asfixiada
Ese escape le permitió sobrellevar las dificultades y seguir escalando para lograr sus sueños, con la esperanza de que, en algún momento, ella también pudiera vivir su propia historia.
Con un final feliz.
Y lo tuvo.
Después de tener tres trabajos al mismo tiempo durante trece años y una matrícula nocturna en la universidad de artes, finalmente había logrado convertirse en la asistente de dirección de su directora de cine favorita.
¡Ahora estaba en Hawaii!
—Siempre creí que la vida había sido bastante dura conmigo, pero ya no voy a quejarme más —dijo, abriendo sus brazos para calentarse con el sol hawaiano. Su teléfono comenzó a sonar y lo sacó de su bolsillo y contestó, emocionada—. ¡Aloha!
—¿Ya llegaste al hotel?
Balbuceó al escuchar la voz de su jefa—. Si-sí, directora. Tengo el equipaje. ¿Quiere que lo suba a su habitación?
—Te lo agradecería. Y por favor, ve a tu habitación y alístate un poco. Quiero que nos reunamos con Allan.
Lucero apretó su mandíbula, intentando mantener la sonrisa que, hasta ese momento, había sido de plena felicidad.
—¿Con Allan Spencer? —preguntó, con fingida emoción—. ¿Es necesario que vaya?
—Es el protagonista de la película y uno de los productores. Sí, Lucero, es necesario que estés presente en la reunión —puntualizó su jefa—. Y por favor, peínate. La última vez me preguntó si no te pagamos lo suficiente para que te compraras gel para el cabello para domar ese horrible frizz.
Lucero hizo una mueca.
Sí, sin duda, finalmente sentía que estaba viviendo su historia.
El único detalle es que había un antagonista en su historia. O más bien, un extra bastante molesto.
Allan Spencer.
El actor del momento, de sonrisa arrebatadora y ojos verdes y despampanantes. Se había hecho famoso por un video surfeando en las olas con su perrito chihuahua. Amante de la naturaleza, filántropo y voluntario de cientos de causas benéficas.
No era más que una asquerosa farsa.
Pero actuaba muy bien, eso no se lo quitaba. Ella también había creído que era increíble. Incluso podría decirse que tuvo un flechazo cuando lo vio en persona.
Solo que esa flecha de pronto sacó púas llenas de veneno que intoxicaron su corazón.
“¿No había asistentes de dirección más bonitas?”, fue lo primero que dijo cuando la vio.
—Maldito…
—Disculpa, ¿qué fue lo que dijiste?
Quedó helada al escuchar aquella voz grave.
—Di-directora, ¿se resfrió repentinamente? Su-su voz suena muy grave.
—No, querida. Es una llamada grupal.
Tragó grueso y se obligó a ver la pantalla del celular. El aliento escapó de sus labios al ver el nombre de “Villano de película” en su pantalla. Así había registrado al tirano.
—¿Acabas de llamarme “maldito”, asistente?
—¡Señor Allan! —dijo, con voz aguda—. Creo que escuchó mal. Dije “Maliko”. Estaba leyendo un folleto que habla de Maliko. Cre-creo que debería ir a surfear allí. Dicen que hay olas muy fuertes — “A ver si te revuelcan”, pensó.
—Claro… Nos vemos en dos horas, asistente. Vaya presentable —colgó.
Lucero sacudió su cuerpo, disgustada—. ¿Por qué no me dijo que el señor Allan estaba en la llamada? —se quejó, llorosa.
— Si hubieras visto la pantalla antes de contestar habrías notado que era grupal —respondió su jefa—. Sé que Allan puede ser un poco…difícil. Pero tenle algo de paciencia. Es tu primer gran proyecto. Si puedes con esto, podrás con todo.
Suspiró—. Claro.
—Nos vemos en dos horas.
Asintió y colgó. Dejó caer sus hombros y resopló.
Todo había estado yendo tan perfecto.
¿Por qué tuvo que toparse con un cretino así?
—Puedo con ello. Solo tengo que pasar desapercibida —se dijo.
Más animada, subió a las habitaciones para dejar el equipaje. Se colocó un vestido playero que había comprado específicamente para esa ocasión. Durante muchos años jamás se había dado un solo lujo para sí misma. Aquel vestido había sido el primero. Se miró en el espejo y sonrió, satisfecha. Su sonrisa decayó al ver su cabello. Sus rizos rebeldes estaban por todos lados. A ella le encantaba su look de despeinada, pero sabía que para Allan aquella apariencia lucía “poco profesional”.
Tomó el gel y comenzó a poner en orden cada rizo, con mucha paciencia. Cuando todo su cabello se encontró recogido en un moño, salió de la habitación hacia la playa.
Había tardado solo veinte minutos preparándose, así que tenía tiempo de sobra para recorrer un poco el lugar.
El hotel tenía acceso privado a la playa, así que aprovechó para dar un paseo. Sonrió al ver las olas, imaginándose a su jefe siendo revolcado. Sin embargo, repentinamente lo imaginó incorporándose, luciendo sus abdominales morenos y bien marcados llenos de arena, mientras sacudía su cabello largo y negro…
Aplaudió frente a su cara para volver a pisar tierra—. ¿Qué te pasa, Lucero? El hombre es un infeliz…—se dijo, aclarando su garganta—. Mejor me tomo algunas fotos. —Sacó su celular y puso la cámara frontal, posando con una sonrisa y las olas detrás. Las miró y chilló de la emoción—. ¡Están muy lindas! Voy a subirlas de inmediato. Tania morirá de envidia cuando las vea. Se arrepentirá de haberme hecho bullying en quinto grado…
Presionó el botón de publicar y sonrió, satisfecha.
Estuvo otra media recorriendo la playa antes de finalmente ir al salón de reuniones que la directora le había enviado por mensaje. Subió por el ascensor, presionó el botón del piso cinco y canturreó una canción. El paseo había mejorado su ánimo. Sin embargo, su voz se vio opacada por el sonido de las notificaciones de su teléfono. Lo sacó de su bolsillo al escuchar el incesante tintineo, a tal punto que el teléfono dejó de vibrar y sonar para solo emitir un pitido.