La noche del concierto finalmente llegó, y con ella, un torbellino de emociones. El lugar estaba repleto de fanáticos ansiosos, llenando cada rincón con sus gritos y risas. Mi corazón latía con fuerza, y aunque mi mente estaba atrapada en una nube de nervios, una chispa de emoción iluminaba cada parte de mí.
Llevaba una blusa sencilla, pero me aseguré de que estuviera limpia y bien planchada; no quería presentarme frente a él de cualquier manera. Mis amigos, que se habían convertido en mis cómplices en esta aventura, intentaban calmar mis nervios, pero su entusiasmo solo aumentaba la presión que sentía. "¡Vas a brillar!", me decía Valeria, mientras me daba un apretón en el brazo.
Cuando las luces del escenario comenzaron a parpadear y la música resonó, el mundo a mi alrededor se desvaneció. El aire se llenó de una energía palpable mientras Leo Vázquez aparecía, iluminado por un foco brillante. Su figura era aún más impresionante en persona, y me costó trabajo creer que estaba allí, a solo unos metros. Cada nota que cantaba parecía dirigirse directamente a mi corazón, cada movimiento suyo era como un hechizo que me mantenía atrapada en su mundo.
Pasé el concierto en un estado de euforia, coreando cada canción y dejando que la música me envolviera. La conexión entre el cantante y su audiencia era innegable, y por un momento, sentí que era parte de algo mucho más grande. Mientras él se movía por el escenario, con su energía desenfrenada y su sonrisa encantadora, no podía evitar imaginar cómo sería estar a su lado, compartir risas y secretos, incluso si solo fuera por un instante.
Finalmente, el concierto llegó a su clímax con una balada poderosa. Las luces se atenuaron, y el silencio se apoderó del lugar mientras Leo se dirigía a la multitud. "Quiero dedicar esta canción a todos ustedes, por hacer que cada noche sea mágica", dijo, su voz resonando en el aire. Cerré los ojos, dejándome llevar por la música, cada palabra se sintió como una promesa.
Cuando el último acorde sonó, el público estalló en aplausos y gritos. En ese momento, sentí que había vivido un sueño, pero mi corazón palpitaba con una mezcla de ansiedad y expectativa. Pronto, me reuniría con él en un espacio privado.
Las luces se encendieron de nuevo, y me dirigí a la sala de espera, donde un pequeño grupo de afortunados estaba reunido. La adrenalina y la emoción inundaban el lugar. Miradas nerviosas y sonrisas emocionadas se cruzaban entre nosotros mientras esperábamos a que él llegara.
De repente, la puerta se abrió, y un asistente entró con una sonrisa amplia. "¡Chicos, prepárense! Leo vendrá en un momento. Recuerden, sean ustedes mismos". Mis manos estaban sudorosas, y mi corazón latía tan fuerte que sentí que podría explotar. Me pregunté si alguna de mis fantasías podría hacerse realidad en esos próximos minutos.
Finalmente, la puerta se abrió de nuevo, y él apareció. Era como si el tiempo se detuviera. Leo Vázquez, el hombre que había ocupado mis pensamientos durante tanto tiempo, estaba allí, frente a mí. Su mirada abarcaba la habitación y una sonrisa se dibujó en su rostro. "Hola a todos, gracias por estar aquí", dijo con una voz que sonaba igual que en las grabaciones, pero con una calidez que no podía describir.
Era el momento que había estado esperando, el momento en que mis fantasías se encontrarían con la realidad. Con cada segundo que pasaba, sabía que debía aprovechar esta oportunidad al máximo. Respiré hondo, preparándome para dejar que mi verdadero yo brillara.