El beso que compartimos bajo las estrellas me dejó en un estado de euforia. Todo mi cuerpo vibraba con la energía de ese momento, y aunque el aire alrededor estaba fresco, yo sentía un calor innegable. No era solo el hecho de haber besado a Leo, mi ídolo, sino la forma en que ese beso se sintió: real, lleno de significado, como si no hubiera sido solo un impulso momentáneo, sino algo que había estado esperando durante mucho tiempo.
Cuando nuestros labios finalmente se separaron, Leo me miró con una sonrisa suave, pero sus ojos revelaban una profundidad que no había notado antes. No era solo un famoso cantante. Era un chico que, en ese momento, parecía tan vulnerable como yo.
—No sé qué decir —susurré, sintiendo que mi corazón aún latía con fuerza en mi pecho.
Leo soltó una pequeña risa, y vi cómo bajaba la mirada por un instante, como si estuviera reflexionando.
—Yo tampoco —respondió—. Pero… creo que a veces no hace falta decir nada. —Sus ojos volvieron a encontrarse con los míos—. Solo sentir.
Nos quedamos sentados, en silencio, por unos minutos más, y mientras el viento nocturno soplaba suavemente, sentí una paz que no había experimentado en mucho tiempo. Era como si, en ese pequeño rincón del mundo, todo estuviera en su lugar. Sin expectativas, sin prisas, solo el presente.
Cuando finalmente regresé a casa esa noche, no pude dormir. Mi mente revivía el beso una y otra vez, y la forma en que Leo me había mirado me hacía sentir especial, como si fuera la única persona en su mundo. Y, sin embargo, en algún lugar dentro de mí, empezaba a asomarse la duda. ¿Qué significaba todo esto? ¿Era solo un momento pasajero, o había algo más profundo entre nosotros?
Decidí no contárselo aún a Valeria. Había algo en este momento que quería guardar solo para mí, al menos por ahora. No quería que nadie lo contaminara con preguntas o suposiciones. Este era mi pequeño secreto, uno que aún no estaba lista para compartir con el mundo.
Los días pasaron y, aunque seguíamos en contacto, Leo y yo no habíamos vuelto a vernos. Me enviaba mensajes a diario, pequeños fragmentos de su vida, fotos de los lugares que visitaba, ideas para nuevas canciones, pero cada conversación me dejaba deseando más. Quería volver a sentir esa conexión, esa electricidad que había sentido cuando estábamos juntos.
Un día, mientras estaba en casa preparando un café, mi teléfono vibró con un mensaje inesperado:
—"Tengo que irme de la ciudad unos días por una serie de entrevistas y eventos. Quiero verte antes de irme. ¿Tienes tiempo esta tarde?"—
Mi corazón se aceleró. No había esperado que nos viéramos tan pronto, y la idea de pasar otro rato con él me emocionaba tanto como me aterraba. No quería que esto fuera un simple juego, pero tampoco podía negar que había algo irresistible en la forma en que me hacía sentir.
—"Claro, nos vemos esta tarde"— respondí rápidamente, intentando no sonar demasiado ansiosa.
Nos encontramos en un pequeño parque al borde de la ciudad, un lugar tranquilo y alejado, como le gustaba a Leo. Cuando lo vi llegar, con su chaqueta de cuero y el pelo ligeramente despeinado por el viento, sentí que mi corazón volvía a saltar en mi pecho. Parecía más relajado que la última vez, como si el tiempo lejos de la presión de la fama le hubiera dado un respiro.
—Te ves bien —me dijo, sonriendo mientras me daba un abrazo. El contacto fue breve, pero suficiente para que mi piel se erizara.
Nos sentamos en una banca, y aunque las palabras fluían con naturalidad, había algo en el ambiente que era diferente. Un aire de despedida que ninguno de los dos quería reconocer. Sabía que Leo tenía que irse, que su vida estaba llena de compromisos y responsabilidades que lo alejaban de momentos como este. Pero también sabía que algo había cambiado entre nosotros, que lo que habíamos compartido no era algo que se pudiera olvidar fácilmente.
—Me voy por un tiempo —dijo, mirando hacia el horizonte—. Pero quiero que sepas que esto, lo que hemos compartido… es importante para mí.
Sentí un nudo en la garganta, y por un momento, no supe cómo responder. Todo en mí quería pedirle que se quedara, que no me dejara, pero sabía que no podía hacer eso. Su vida era mucho más grande que esta pequeña burbuja que habíamos creado.
—Lo es para mí también —dije finalmente, mirando hacia el suelo. Mis manos jugueteaban nerviosamente con la tela de mi abrigo.
—No sé qué va a pasar después de esto —continuó Leo, y cuando me miró, vi sinceridad en sus ojos—. Pero quiero seguir conociéndote. Quiero ver a dónde nos lleva esto.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar esas palabras. Aunque una parte de mí seguía temiendo que todo esto fuera efímero, esas palabras me dieron una pequeña chispa de esperanza.
—Yo también quiero seguir conociéndote —respondí, esta vez sin dudarlo.
Nos quedamos en silencio por un rato, contemplando lo que acabábamos de decir. Era un momento agridulce, lleno de promesas y también de incertidumbre. Sabía que el camino no sería fácil, que la distancia y su estilo de vida podían complicarlo todo, pero también sabía que quería intentarlo.
Leo se inclinó hacia mí, tomándome de la mano, y la calidez de su toque hizo que todo mi cuerpo se relajara.
—No sé cuándo podré volver —dijo suavemente—. Pero estaré en contacto. Y cuando regrese, me gustaría que sigamos esto donde lo dejamos.
Sonreí, sintiendo que, aunque había incertidumbre, había algo genuino en sus palabras. No era una despedida definitiva, era solo un hasta luego.
—Te estaré esperando —dije, apretando suavemente su mano.
Nos quedamos allí, sentados bajo el cielo gris, con nuestras manos entrelazadas, sabiendo que estábamos al borde de algo que podía cambiar nuestras vidas para siempre. No sabíamos qué nos deparaba el futuro, pero estábamos dispuestos a averiguarlo juntos, a pesar de los obstáculos que pudieran presentarse.
Y así, mientras el viento frío soplaba a nuestro alrededor, supe que aunque Leo se iba, no era el final. Era solo el principio de una nueva etapa, una que prometía estar llena de sorpresas, desafíos y, tal vez, amor.