Existen unas heridas que solo pueden catalogarse como extrañas, esas que tienes y no sabes desde cuándo, no sabes cómo te las hiciste, ni con qué. Generalmente suelen ser rasguños, no duelen en el momento en el que te los haces, pero a veces arde luego de unos minutos. Lo miras y piensas : ¿Como llegó esto aquí?
Cuando era pequeño solía hacerme muchos raspones, no me daba cuenta hasta que mi mamá se percataba y con una pequeña mueca me decía -¿Como te has hecho eso?
Miraba el raspón y me encogía de hombros, no tenía idea. Era un misterio, de esos inocentes, como cuando te duermes en el sofá y luego te despiertas en tu cama y no sabes cómo, pero se te ocurre que quizás tienes el poder de teletransportaste.
Cuando mamá murió nadie notó mis raspones, ni volví a teletransportarme. Tampoco notaron cuando me fracturé el brazo, o mejor dicho a nadie le importó, todos estaban sumergidos en una tristeza que hacía que el tiempo se sintiera como manos que se cierran en tu garganta, con cada día que pasa menos podía respirar.
Pasé casi una semana con el brazo roto, al final lo notaron, no había de otra, se había hinchado hasta el punto que creí que explotaría y me quedaría manco. Aún al día de hoy puedo sentir una pequeña molestia en los huesos, aún al día de hoy siento esas manos en el cuello que me impiden respirar con normalidad.
Luego de que me enyesaron y volvimos a casa, encontré un pequeño gato, estaba en el jardín delantero, papá no lo notó, de hecho no le prestaba atención a nada, vivía en su mundo, podría haberme rajado las muñecas frente a él y lo único que obtendría serían un breve intercambio de miradas con sus ojos idos que te miran sin verte realmente, como una mancha en el televisor o una minúscula araña en una habitación repleta de tarántulas.
El gato se llamaba Girasol, llevaba colgado una chapita con su nombre, en ese momento no pensé que probablemente tenía dueño, en realidad tenia la infantil creencia de que todos los gatos nacían con esa chapita con el nombre que ellos mismos elegían. Cuando veía a uno sin ningúna chapita pensaba que quizás lo había perdido y por eso no los agarraba y llevaba a casa, no quería interrumpirles la busqueda. Debe ser feo perder tu identidad.
Son de esas cosas en las que creía y ahora me avergüenza de adulto, si es que ser adolescente es ser adulto, como que la gente en la televisión está atrapada ahí, o los dibujos en los libros para colorear están sufriendo y la única manera de hacerlos felices es pintandolos.
Girasol me gustó desde el primer momento que lo vi, era muy feo, su pelaje era un desastre y tenía los ojos viendo en diferentes direcciones. Decidí adoptarlo, no se lo dije a papá, no tenía caso hacerlo. Mateo, mi hermano, si lo sabía, pero no le importaba. Él siempre habia deseado tener una mascota, pero desde que a mamá la metieron en ese cajon y le hecharon tierra, todo dejo de interesarle. Él era mayor, entendía más el concepto de la muerte, y le dolía más.
Para mi era como si se hubiera ido a comprar algo, pero volvería pronto, y cuando entendí que en realidad no iba a volver, ya me había olvidado de su rosto.
Asi que podría decirse que por un tiempo fui la unica persona de las que residía en nuestra casa cuya felicidad no había sido del todo perturbada, es decir, si percibia el ambiente mas pesado, apesar de no sentir la ausencia de mama, si sentia que perdia a papa y a mi hermano. Aun asi me encontraba bien, o relativamente bien, ¿Por qué estaría triste si había hecho un nuevo amigo? un amigo que me provocaba rasguños por todo el cuerpo, rasguños que yo interpretaba como una muestra de su cariño. Despues de un periodo de tiempo, no sabría decir cuánto exactamente, ya que durante mi niñez el tiempo transcurría de una manera diferente, pero un dia me puse a llorar con todas mis fuerzas, Girasol me clavo sus uñas en la cara y me lastimo el ojo, creo recordar algo de sangre.
Fue la primera vez que mi papá me gritó.
—¡¿Que es todo este lloriqueo?!—. Bramó, y sus ojos recorrieron el lugar, estaban rojos, pensé que tal vez habia estado llorando, me dieron ganas de abrazarlo.— ¡¿Que mierda hace este animal aqui?!
Me miró por primera vez en dias y su rostro se puso severo al ver el rasguño que me surcaba la cara desde la frente hasta el cachete. Se enojo, pero no conmigo, agarró a Girasol y lo llevó al patio, el pobre gatito maullaba como loco.
—No mires, hijo. No querras ver esto.
—¿Que vas a...?
Rapidamente papá agarro un martillo con una mano y al gato con otra, manteniendolo en su lugar.
Pum.
Solo se nesecito de un golpe para que el gato dejará de retorcerse y se convirtiera en un pure de sangre. Yo me puse a gritar hasta que mi garganta se destrozó, mi papá se volvió a enojar, esta vez conmigo.
—¡¿Por que lloras ahora?! ¿No ves que lo hice por ti?—. Me agarró de los hombros y me sacudió con fuerza, yo seguía llorando—. ¡Maldito desagradecido!
Esa fue la primera vez que Adam me golpeó, fue un golpe de puño cerrado en la cara, y lo peor es que parecio disfrutarlo, desde ese dia dejé de verlo como mi papá y se convirtió en Adam.
Luego de unos años descubrí que ese día había sido de los primeros en los que se había drogado, por eso sus ojos estaban inyectados en sangre, ahora es raro verlo sin que esté todo el tiempo drogado.
Como dije al principio, existen unas heridas que solo pueden catalogarse como extrañas, son esas que tienes y no sabes cómo curarte.