Nolan.
Mi primer día y los nervios volvían a apoderarse de mi sistema, haciendo que los movimientos incontrolables de mis manos me delataran. Las pasé por mi frente, limpiando las gotas de sudor que comenzaba a aparecer.
¡Contrólate Nolan!
No era la primera vez debía dar la mejor imagen ante un pez gordo, pero sentía que en esta ocasión debía esforzarme de más. Me limpié las manos frotándolas contra el pantalón de camuflaje en un intento de parecer casual, obligándome a controlar la respiración como tantas veces había practicado.
El momento se acercaba. Hoy finalmente conocería al que sería mi jefe y quizá, comenzar con mejor oportunidad de empleo que había conseguido en toda mi vida. Era un nuevo reto este de presentarme como jefe de seguridad para aquella enorme mansión, con las que muchos otros candidatos solo habían podido soñar.
Por supuesto, mi experiencia me había concedido cierta ventaja desde el primer momento, algo de lo que no me gustaba alardear, pero que suponía era la razón detonante por el que había sido seleccionado, y el motivo real por el que me encontraba en aquel impresionante despacho con paredes de cristal y vistas a unos jardines dignos de la realeza.
Viviría en aquel lugar, cobraría el triple que en todos los trabajos que había tenido, pudiendo ahorrar lo suficiente para reanudar mi búsqueda sin tener que preocuparme por nada más.
¿De qué podría quejarme? ¡Era un chollo total!
Alguien se aclaró la garganta sacándome de mis pensamientos, accediendo a la sala con paso despreocupado.
—Buenas tardes ¿Señor Davis? —preguntó un elegante señor, observando mi atuendo con cierta admiración.
—Sí —acepté rápidamente, levantándome de inmediato, firme y en guardia como era mi costumbre al saludar a un superior —, el mismo Señor...
—Lacrontte —contestó viendo mi vacilación sobre a cómo debía llamarle —. Puede descansar soldado —añadió con una sonrisa amable aliviando un poco la presión del momento.
—Gracias Señor Lacrontte, es un placer conocerle —estiré la mano para estrechársela —, teniente Nolan Davis a su servicio.
—Encantado —imitó mi gesto con firmeza —. Me alegra que finalmente haya llegado. Espero que no le haya costado mucho encontrar este lugar —comentó sentándose tras su escritorio, dándome paso con un gesto para que tomara asiento frente a él.
—Estoy ansioso por comenzar, este lugar es increíble señor —compartí frotando las manos con entusiasmo —, no me cabe duda de que las horas de viaje habrán merecido la pena.
—Me alegra escucharlo —contestó gentilmente con una sonrisa disimulada ante mi gesto —, siempre es un respiro si lo comparamos con el bullicio de la ciudad.
—Lo es —comenté con sinceridad compartiendo mi preferencia por los lugares apacibles y con un aire de armonía.
El silencio invadió el despacho durante unos minutos, activando mi curiosidad para observar a aquel destacado hombre un poco más de cerca. Viéndole concentrado en buscar entre el papeleo lo que suponía sería mi nuevo contrato de empleo, decidiendo aprovechar ese momento para analizarlo y sacar una acertada primera impresión.
Jean Paul Lacrontte aparentaba ser un hombre serio, pero sin llegar a ser brusco, pues la amabilidad de su recibimiento así me lo había hecho sentir. Sus gestos faciales expresaban tranquilidad, aunque simulara tensión al relacionarse directamente con alguien como yo, a quien debía tratar de subordinado. Pura fachada, asumí.
Estaba nervioso, capté por un suspiró que siguió a una mueca de preocupación. Algo más que tendría como reto que averiguar mientras trabajáramos codo con codo.
—Bueno —habló obligándome a concentrarme en la entrevista personal que suponía, querría hacerme —, antes de firmar el contrato ¿necesita aclarar alguna duda?
¡Vale! eso no era lo que esperaba.
—En verdad sí, señor —confesé con algo de reparo —. Pues en la información del anuncio solo reflejaba el salario a percibir y poco más de lo que realmente consistirán mis funciones.
—Entiendo... —suspiró levantándose de su asiento con tranquilidad —. Acompáñeme, daremos un paseo por la casa, así podrá conocerla mientras le explico los detalles.
Obedecí sin pensarlo, empujado por la incógnita de pros y contras de la vida que llevaría a partir de ahora. Aunque sabía que por el salario que ofrecían, podría pasar por alto alguna que otra excentricidad.
Mientras caminaba a su lado, como iguales, perdí la cuenta del número de habitaciones que pasamos hasta llegar al recibidor.
—Usted se hospedará en el edificio anexo —señaló extendiendo su mano hasta la derecha —, desde allí tendrá vistas a toda la zona principal y la parte trasera de la vivienda.
Estupendo ¡mi propia casa!
—Sé que tiene experiencia en el sector de seguridad, así que no le extrañará cómo quiero de estricto nuestro acuerdo —continuó —. Aquí —siguió explicando hacia la doble salida amurallada —, necesitaré una dosis extra de precaución. Esta casa es mucho más extensa de la que poseía en París, por lo tanto, me he visto obligado a reforzar el personal a mi servicio.
—Entiendo señor —contesté asimilando su nivel de exigencia —, me pondré con ello de inmediato si lo desea. Haré un planning con los compañeros para agregar turnos reforzados y una agenda de visitas que tendríamos que tener actualizada a diario.
—No será necesario teniente Davis... —cortó mis planes de repente —. Dado a sus años en el ejército, donde tengo entendido se encargaba de la protección de civiles, he pensado en que usted tenga un empleo mucho más privilegiado.
Pues sí que estaba bien informado...