Estúpida niña rica

3. Bendito karma.

Juliette. 

Pero ¿quiénes se creían para estar organizando el resto de mi vida en secreto? ¿Es que acaso mi voluntad no les importaba? 

¡Era absurdo! ¿para qué iba a necesitar yo un guardaespaldas? 

Ni siquiera el hecho de que estuviera para morirse, podía convencerme de que aquella confabulación en mi contra me llegara a tentar ni siquiera un poco. 

¡No! No iba a permitir que mi padre arruinara más la vida. ¡Ya era una mujer, no una niñita pequeña que no podía cuidarse sola! 

Tenía ganas de romper algo ¡cualquier cosa! Así que eché un vistazo a algo sin valor personal que me ayudara a desahogarme. Pillé entre mis manos uno de los ceniceros que jamás usaría para su fin, preguntándome qué hacía allí aquel artículo de mal gusto, para luego tomar impulso y lanzarlo con todas mis fuerzas por la ventana. 

Va te faire foutre!* —grité con ganas, ¿por qué nada me sale bien? Todo aquello empeoraba día a día. 

—¡Maldita sea...! —maldecía una voz grave que no reconocí como la de mi padre, haciéndome temer lo peor ¿Había alguien mirándome desde afuera? 

Me asomé al jardín dispuesta y aún con ganas de armar jaleo, sin esperar encontrarme con mi escolta de rodillas en el suelo y taponando con ambas manos la tremenda herida que el pesado cenicero le acababa de hacer. 

Corrí asustada hacia él, pero sin poder reírme un poco por la rapidez del karma. 

"Y encima le hace gracia..." susurraba por lo bajo mirándome enfadado. 

—Lo siento, no esperaba que hubiera nadie en el jardín —me disculpé en serio —. No estoy acostumbrada a que me acechen a través de los ventanales... 

Me imagino... —refunfuñó —, aunque debo tener en cuenta, si acostumbra a arrojar objetos pesados por la ventana, el pedir el plus de peligrosidad. 

¡Ja! Muy gracioso... Hum..., un plus para él. E incluso, su atractivo había aumentado con aquella muestra de malos humos hacia su propia jefa. 

Quizá, y después de todo no fuera un mal plan el tenerlo como un extra de distracción para mis días aburridos en aquel lugar. Sin embargo, no me apetecía demostrárselo y mucho menos si se empecinaba en ser una piedra más en mi camino. 

Parece que solo le ha rozado —observé acercándome llevada por mi culpa —, pero espere, le limpiaré la herida... —decidí viendo cómo un hilo de sangre atravesaba su rostro, a pesar de que se empeñara en mostrar su fortaleza poniéndose en pie y exhibiendo su imponente presencia, parado frente a mí. No contestó, pero esperó con firmeza a que fuera a buscar el botiquín a mi dormitorio, y regresara a cumplir con mi parte. 

—Lo siento... —susurré mostrándome aprensiva, viendo el leve corte que el filo del cenicero conseguía hacerle. No era grave, pero sangraba bastante, así que ejercí un poco de presión mientras limpiaba la herida, sin verle demostrar dolor ni expresar alguna queja. 

—No se preocupe señorita Lacrontte, será una cicatriz más para mi colección... —sonrió un poco para luego recuperar su pose de prudencia ante mí. 

Me permití entonces examinarle con más detenimiento, ayudándome de la cercanía del momento. Su piel tostada hacía destacar el brillo azul de sus ojos, esos con forma almendrada que tan expresivamente me miraron de reojo haciéndome disimular la curiosidad que me despertaba. Su pelo, que ahora rozaba mis dedos, era oscuro y ligeramente ondulado, suave... y olía, al igual que él, a una esencia amaderada que parecía destilar de su piel. No aparentaba ser americano, al menos no físicamente, tenía un aspecto más exótico, sensual y tremendamente tentador. 

Mm, mordí mi labio inconscientemente... era tan apetecible... Y hacía tanto que no veía tan de cerca de un hombre así... 

—Creo que ya está bien... —interrumpía el silencio apartándose de mí. 

¡Ja! Sonreí alzando una ceja captando el mensaje ¿ahora quien temía a quién? 

Si me disculpa señorita, creo que debería seguir con mi ronda por la casa... 

Por supuesto señor Davis —acepté con una sonrisilla y guiñándole un ojo como parte de una divertida travesura, haciendo que apartara su mirada de la mía —. Y una vez más, discúlpeme por mi rabieta — añadí sonriendo con ganas y viendo cómo se alejaba con paso decidido, mirando una sola vez en mi dirección con una expresión de enfado. Dejándome claro que prefería guardar las distancia con alguien como yo. 

¿Ofensivo? Sin duda, pero una buena noticia para el plan que comenzaba a aflorar en mi mente. Aunque primero debía aclarar todo aquel asunto con mi padre, la cabeza pensante de todas mis desgracias. Por supuesto que estaba segura de que la muerte de mi madre le había trastornado. Si no, ¿cómo explicaría todos los cambios de estos últimos días? 

Todos seguíamos pasando el duelo por su ausencia, el dolor era parte de nuestro día a día, ahora que no podíamos recurrir a su amor como un refugio. Pero ¿acaso yo tenía la culpa? ¿Por qué me castigaba alejándome de todo lo que podía suponerme un consuelo? No es que no valorara que quisiera cuidarme y ser un firme apoyo; Jean Paul Lacrontte era un padre ejemplar, un cercano y cariñoso ejemplo a seguir, pero ahora, no podía entender lo que pasaba por su cabeza. ¿A qué temía tanto? 

Unos golpecitos tímidos en mi puerta me decían que había llegado el momento de poder tener algunas respuestas. 

Señorita, la comida se servirá en cinco minutos —anunció la ayudante de cocina sin necesidad de abrir —. Su padre ya la espera en el comedor

Gracias Elisa —contesté levantándome apresurada y un poco ansiosa por el camino que pudiera llevar aquella conversación. 

—¿Papá? —llamé precipitándome, entrando en el comedor como alma que lleva el diablo. 

Juliette... —contestaba severamente con voz intransigente, dándome a entender que no estaba de buen humor —. Siéntate, tenemos que hablar de tu comportamiento. 



#13061 en Novela romántica
#2820 en Thriller

En el texto hay: mafia, amor, guardaespaldas

Editado: 26.11.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.