Estúpida niña rica

7. Rebeldía.

Nolan.

Unos minutos antes...

Cambié el peso de mi cuerpo en tensión, hacia el otro pie en un intento de no sentir el dolor de llevar tantas horas con mi postura rígida. Debería estar acostumbrado, me decía sin entender cómo después de tantos años en el ejército, a las largas jornadas de vigilancia, en posición firme y parado sobre mis pies. 

Las horas iban pasando pacientes, acorte al muermo de fiesta al que Juliette me había empujado a asistir. Como su guardaespaldas, por supuesto. Y ¡menos mal! Pues, igualmente entre tanto refinamiento y un gusto musical reprochable, no dudaba que no habría podido hacer más que aburrirme. 

Juliette, al menos, sí parecía estar entretenida; sumida en risitas, cháchara y cuchicheos con sus amiguitas, que entre disimulos ya se interesaban por mi procedencia. 

¡Ja! A ver qué tanto podía contarles. 

No podía evitar sentirme alagado entre las miradas boquiabiertas de los invitados, quienes asumía, no estaban acostumbrados a tener entre ellos a quien ni física, ni culturalmente se les hacía tan dispar. Casi todos poseían rasgos lánguidos, rubios en su mayoría y ojos muy claros. En cambio, ya no por mi estatura, ni el tono aguado de mis ojos, el resto de mis rasgos desentonaban sobremanera. 

Allí yo era el extraño, el único que no parecía encajar y por ello murmuraban con disimuladas miradas de soslayo. 

Sin embargo, nada de eso me molestaba, pues Juliette me miraba a menudo como siempre solía hacer. Como una manera de sentirse segura, como si mi presencia ya no le impusiera un problema como en un principio. Ella me buscaba, y sin saber por qué eso me hacía sentir bien. Los días que habíamos pasado juntos, me habían llevado a conocerla un poco más; destacaba su terquedad, pero también poseía una grata sensibilidad camuflada en envenenada ironía que tanto le gustaba mostrar. 

El cambio brusco de su rostro por una mueca de incomodidad, me hizo volver a cambiar de posición. ¿Quién sería el tipo que tanto parecía molestarla? Juliette me miró, una vez más, mostrando una tibia sonrisa forzada como señal de calma, no obstante, mantendría la alerta sobre el objetivo; chico con pinta de canalla y mirada arrogante, vestido de primeras marcas que no me daba buena espina. 

 Salieron a la pista finalmente, instándome a sentirme aliviado de no verla tomar de más, manteniéndose juiciosa y disfrutando como una chica normal. Reían, bailaban y contaban sus secretitos como grandes misterios, ¡a saber qué hablarán! 

Pero una vez más, algo cambió.

—Teniente Nolan Davis ¿no es cierto? —me saludaba con voz melosa y acercándose más de la cuenta, una de las chicas más exuberantes que hubiera visto nunca.

Afirmé con el gesto intentando centrar la mirada solo en su rostro. ¡Uf! Una complicada hazaña para cualquier hombre sin escrúpulos.

—Me alegra mucho conocerle al fin, soy Odette —saludó mostrándome su delicada mano como saludo, la cual estreché con cuidado —, Juli me ha hablado de usted y de su experiencia en los enfrentamientos de Oriente Próximo. ¡Todo un ejemplo! Pues imagine que... 

Dejé de escucharla del todo, pues aquella muestra de interés repentina me parecía de lo más curioso, y una típica distracción como parte de un plan.

¡Joder, Juliette! Maldije al levantar la vista de la perorata de Odette y no encontrarla por ningún lado de la sala. ¡No puede haberme echo esto!

Sin disculparme, esquivé a la joven en un intento de buscar a esa jovencita que me las iba a pagar. 

—¿¡Dónde está la señorita Lacrontte!? —pregunté entrando entre el grupo de amigas en coro, empezando a sonar enfadado. 

Todas me miraron en silencio, con la sorpresa y la culpa pintada en sus rostros, dándome a entender que no sabían nada. ¡Joder! Salí pitando con la rabia irradiando mi cuerpo, al percatarme de que el objetivo número dos tampoco estaba por la zona. 

—¡Señorita Juliette! —exclamé caminando por el pasillo paralelo, esperando escuchar cualquier sonido desde el otro lado de lo que parecían ser salas de juego. ¡No podía haber ido muy lejos! Sopesé entonces las posibles vías de escape, verificando que la única salida de emergencia permanecía intacta y bloqueada. Hasta que un extraño sonido llamó mi atención; un quejido ahogado.

¡No, no podía ser! Gritaba mi mente en pánico, recordando las palabras de su padre tan solo unas horas antes, sin hallar la puerta correcta tras varios intentos, ¿acaso aquello era un puto laberinto?

Y entonces lo vi, dando un fuerte golpe a la puerta para que aquel cabronazo supiera lo que iba ocurrir si no se alejaba de ella. 

Juliette parecía en un estado de inconsciencia, mientras él se preparaba para forzarla sujetándola del cuello para presionarla a callar. 

¡Menudo pedazo de mierda! Fue lo único en lo que pensé antes de tirar de aquel tipo contra la pared, confuso y semidesnudo. 

—¿¡Qué le has hecho!? —vociferé furioso y con el temor de haber llegado demasiado tarde, agarrándole por el cuello del mismo modo en el que él, mantenía sumida a mi protegida. 

El chico no habló, solo alzaba los brazos para defenderse, arañándome en el forcejeo. Sin embargo, ahora solo podía mirarla a ella, y su posición forzada con los brazos en cruz sobre su pecho y la falda levantada, dejando visible su ropa interior aun puesta, aliviando un poco mis temores.

Quizá, solo quizá, el daño no sería irreparable. 

—¡Vas a pagar por esto! —sentencié advirtiendo el terror en su mirada perdida, fijándome rápidamente lo dilatadas que estaban sus pupilas. 

¡Joder, este tipo estaba hasta arriba de todo! 

No tardé en ver cómo se le quedaban en blanco haciendo que le soltara rápidamente, dejándolo caer al suelo como un asqueroso muñeco de trapo.

Por ahora, ahí se quedaría. Debía asegurarme que ella estaba bien... Tal vez, solo se había desmayado. Hice las mismas averiguaciones, abriendo sus párpados ligeramente y percatándome del cambio en sus pupilas. Todo apuntaba a que también la habían drogado y que, tras el forcejeo, se había desvanecido.



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En el texto hay: mafia, amor, guardaespaldas

Editado: 26.11.2022

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