Nolan.
No sabía bien el por qué me había expuesto de aquel modo ante aquella chica. Ni siquiera, había lógica para explicarme a mí mismo la necesidad que latía en mi pecho cada vez que la tenía tan cerca como ahora; con esa sonrisa victoriosa en los labios al notar el temor que me causaba el sobrepasarme de mis funciones.
¿Era crueldad, o solo un divertido juego para ella?
La probabilidad de que estuviera haciéndole un hueco en mi corazón a aquella muñequita rota, no era descabellada, pero sí una locura. ¿Qué sacaría yo de ello? ¡Puras desventajas! Y el riesgo de no mantener la mente fría y las ideas claras a la hora de actuar.
Si el corazón intercedía, todos mis planes podrían irse al garete.
Por eso no cedí a besarla. Por mucho que lo deseara, me contuve a mantener la pequeña distancia que quedó entre nosotros tras su inesperado y satisfactorio abrazo. Sin pensarlo, dejaría la decisión en sus manos, egoístamente y agradeciendo solo en parte, que hubiera desistido a tiempo para contarme la información que ahora debía ser mi prioridad.
¡Céntrate Nolan! ¡Piensa en los malos! No, en lo irresistible que sea ella.
Recuperé entonces en mi mente cada uno de sus recuerdos, junto a las palabras elegidas por el señor Lacrontte. Ambos me habían nombrado lo peligroso que era enfrentarse a esa poderosa familia, la cual, no tenía dudas, eran los que respaldaban las habituales artimañas de su hijo. No estaba al tanto de las consecuencias que Enzo pagaría por su intento de abuso, no había escuchado algún avance sobre ese tema. Pues ni Juliette ni su padre parecían estar planeando una venganza a conciencia, haciéndome sospechar que ambos dejarían pasar el incidente como si nada hubiera pasado, tomando las escasas precauciones de guardar distancia.
Aún, mi mente retrocedía a aquel lugar por el shock de encontrar a ese tipo sobre el cuerpo de Juliette, no solo buscando violarla sino a punto de asfixiarla con sus propias manos.
¡No podía quedarse así! ¡Yo no lo permitiría!
Así que, sin solicitarlo con antelación, me atrevería a llamar a la puerta del despacho de mi jefe, inseguro de que finalmente me atendiera.
—¿Sí? —preguntó alzando la voz severa.
—Señor Lacrontte, soy el teniente Davis —contesté firme en mi empeño —. Me preguntaba si podríamos hablar.
Un largo silencio me hizo dudar de si finalmente había cedido a mi propuesta, estando a punto de volver a llamar.
—Puede pasar, señor Davis —abriría de repente, dejándome acceder y percatándose de mi asombro por lo extraño de su aspecto;
Jean Paul Lacrontte no era un hombre de andar con la ropa desaliñada, ni con el peinado revuelto como si hubiera dormido escasamente en su sillón. Sus ojos enmarcados por unas oscuras ojeras que le envejecían varios años, le delataban. El aroma de colonia entremezclada con el wiski de categoría que solía tomar, cargaba el ambiente haciéndome suponer que yo no era el único que había sido abducido por la preocupación.
—Dígame, ¿ha pasado algo? ¿Juliette está bien? —se interesó con una voz neutral y volviendo a tomar de su vaso mediado.
—Nada grave señor, he dejado a la señorita Juliette está algo más tranquila en su dormitorio. Matilde me ha hecho el favor de estar al tanto en mi ausencia.
—¿Entonces? —frunció el ceño confuso — ¿En qué puedo ayudarle teniente?
—Creía importante el saber, cómo va el asunto que concierne a ese tal Enzo, y la manera en que pagará lo que ha intentado hacerle a su hija...
—¿Importante, para quién? —ironizó con malicia — ¿Para usted? ¿o para mi hija?
Tomé aire con fuerza, queriendo pasar por alto aquel gesto de chulería.
—Para todos supongo... —quise sonar sensato.
Él pareció recobrar la compostura antes de volver a hablar.
—No se puede hacer mucho más teniente, solo mantener las distancias...
¿¡Hablaba en serio!? Quise gritarle.
—Ya he hablado con los Gauthier... Debo añadir que no se mostraron sorprendidos porque nuestros hijos hayan vuelto a caer en los excesos, típicos de la juventud.
—¿De verdad cree eso, señor? —interrumpí sin dar crédito — ¿Qué lo sucedido solo ha sido parte de un juego de niños?
—Comprendo su preocupación, señor Davis, para eso le pago. Pero como ya le he dicho, nada más se puede hacer. Y por suerte para nosotros, la sangre no ha llegado al río.
Y entonces me dio la espalda, dando por zanjado el tema. Pero yo, no podía dejarlo pasar sin más. Aquello iba más allá de una simple travesura, Juliette había estado a punto de ser violada, o quizá incluso asesinada, para luego intentar quitarse la vida por culpa de su discusión y de ese cobarde. ¿Cómo no podía estar furioso?
—¿Y quién le dice que no lo haga en cualquier momento? —pregunté alzando la voz, lo que hizo que girara sorprendido para mirarme con desagrado.
—¿Por qué está tan alterado, señor Davis? Espero que no haya olvidado con quien está hablando —sentenció, haciéndome recular.
Sí, era mi jefe, el que me pagaba de más por mantener la boca cerrada y agudizar la vista, pero ¿qué más daba? No podía callarme. Intentaría hacerle entrar en razón costara lo que costara.
—Lo siento señor, pero no puedo pasar por alto el riesgo en el que está su hija está expuesta. Ella —dudé —, lo está pasando realmente mal por todo este asunto. Tengo entendido que hace años quisieron comprometerles e incluso, que ambas familias estuvieron muy unidas hasta que ese chico cruzó la línea.
Mientras hablaba, analicé cómo su semblante se ensombrecía y se esforzaba en apartar la mirada. ¿Qué era lo que realmente ocultaba? ¿Y qué tanto estaría dispuesto a decirme?
—Dejemos el pasado en su lugar, teniente —sentenció con un gesto de molestia—, ya nada podemos hacer para remediar nuestros errores del pasado.