Dos meses después
Dos meses habían pasado.
Él cumplió su promesa y desde ese día no volvió a dirigirme la palabra. Era como si yo ya no existiera para él. En donde sea que estuviéramos evitaba estar cerca, y cuando nos encontrábamos frente a frente solo me pasaba, por un lado, sin emitir palabra alguna.
Me parecía algo exagerado de su parte, la verdad era que, aunque quería que dejara de confundirme no deseaba dejar de hablarle para siempre.
Es una estupidez de mi parte y juro que cada día dudo un poco más de mi buen juicio, siempre desee que él dejara de molestarme, que hiciera como si yo no existiera en su vida, y ahora que lo hace siento algo parecido a la decepción atacando mi razón.
Las cosas con Ethan no pueden ir mejor, ya llevábamos dos meses y medio de relación y cada día era más especial a su lado.
Ethan es todo un caballero, el chico perfecto, tanto que a veces… parece irreal.
Justo ahora puedo confirmarlo, ver a Ethan al lado de mi padre, ambos vistiendo la misma camiseta, celebrando juntos la victoria de su equipo favorito de Baloncesto en la televisión es algo que me cuesta creer.
Mi padre siempre ha sido muy reservado, no le gusta demostrarle demasiada confianza a una persona y, sin embargo, ahora grita al unísono con mi novio ambos abrazados por los hombros.
Lanzo un suspiro al aire recargada en el marco de la entrada de la cocina. Mi madre se acerca para observar con curiosidad la escena que llama tanto mi atención. Se ríe bajito y volteo a mirarla.
— No puedo creer que se lleven tan bien. — comenta con diversión.
— Nunca creí que diría esto… — la miro de reojo. — mi padre me ha robado a mi novio.
Se ríe negando. — y tu novio a mi marido.
Ambas sonreímos volviendo a mirarlos. — Él es un buen chico. — mi madre murmura sin dejar de mirar la escena un tanto peculiar.
— El mejor. — sonrío.
— Además de apuesto. — entrecierro los ojos. — tienes muy buen gusto, hija. Eso lo heredaste de mí.
Sonrío sin poder refutárselo. Mi padre es un hombre muy atractivo, y en su juventud era todo un adonis. Mi madre nos ha mostrado fotos de cuando se conocieron y vaya que mi padre tenía lo suyo.
Alex era como mirar a mi padre en su juventud, cabello negro y ojos verdes como los míos. Rasgos masculinos bien marcados y gran altura. Lo único que mi hermano no le heredó a mi padre fue la inteligencia. Oh vaya, eso sí que le falta.
El juego termina y nosotras tenemos la cena lista. Mi madre va a la sala a empujar al par de aficionados hacia el comedor. Ethan llega a mi lado y me sonríe derritiéndome las piernas. Tan hermoso.
Se sienta a mi lado y bebe un poco de jugo.
Lo miro embobada, definitivamente había terminado de enamorarme perdidamente de este chico. Ya no quedaba ni una minúscula parte de mí que lo dudara.
Ethan me mira de reojo, arquea una ceja al notar mi curiosa mirada puesta sobre él, entrelaza nuestras manos por debajo de la mesa regalándome una mirada cómplice.
Suspiro mordiéndome el labio inferior.
En momentos como estos es que agradezco de que el castaño se haya alejado, lo único que hacía era confundirme y eso no ayudaba en lo absoluto en mi relación con el rubio.
Comenzamos a comer sin dejar de escuchar a mi padre que parecía más eufórico y parlanchín que de costumbre, hablaba de baloncesto y de su juventud, cuando era el capitán del equipo de su condado, el mejor jugador de su temporada.
La cena termina y Ethan se ofrece a lavar los platos junto a mi madre.
¿Acaso hay algo que este hombre no haga bien?
Es tan malditamente perfecto.
Mi madre parece disfrutar de su momento a solas con mi novio, noto como le mira disimuladamente los brazos, la espalda y otras partes que justo ahora no deseo mencionar, pero que me confirman que mi madre es una coqueta total.
Mi padre ya me lo ha contado, cuando conoció a mamá no podía sospechar que debajo de ese uniforme de enfermera recatada había toda una bomba de sensualidad que le sacudió el mundo entero.
Y al parecer uno nunca abandona su esencia, mi madre amaba a mi padre con total locura, pero eso no evitaba que echara un vistazo a la belleza masculina. Mi novio, por ejemplo.
Siento unas manos frías rodearme la cintura y tiemblo volteando a mirarlo.
— Estás helado.
— Y tú muy caliente. — murmura depositando un beso en mi cuello que me eriza los vellos de la nuca.
Mis padres habían ido a arreglarse, les tocaba guardia nocturna, sus horarios eran un poco demandantes, pero ya nos habíamos acostumbrado a este ritmo de vida.
Veinte minutos después ambos bajan con su ropa de trabajo, mi padre, con un traje a la medida y un mandil blanco perfectamente alisado, y mi madre con su uniforme de enfermera, ella conservaba su hermoso cuerpo, así que se veía de maravilla en él.