Estúpido y perfecto Evans

Capítulo 24| Cuando la felicidad pende de un hilo

Soundtrack: The reason - Hoobastank

♧Harry♧

Esta sensación de plena felicidad que me recorre el cuerpo raya a los límites de la incredulidad. Ladeo el rostro mientras conduzco por la carretera junto a la chica de la cual me he enamorado perdidamente.

Ella va distraída acariciando el pelaje del pequeño cachorro que duerme cómodamente sobre sus piernas. Joder, nunca antes había sentido tanta envidia de un animal.

La sonrisa que lleva en el rostro, junto con los suspiros que se le escapan a cada tanto me hacen sonreír. Nunca me había esforzado tanto por alguien, nunca había sentido esta necesidad tan profunda de hacer feliz a alguien como lo hago por ella.

Emma se ha convertido en el motor que impulsa todo en mi vida. Siempre supe que sentía algo más por mi pequeña vecina, desde que éramos niños, ella con solo nueve años y yo con once, molestarla se había hecho una costumbre en mí, pero debo confesar que lo que me impulsaba a hacerlo era admirar esos tiernos pucheros que hacía con sus labios cuando estaba a punto de soltarse a llorar.

Luego todo se me salió de las manos, ya no solo me bastaba molestarla, ahora quería captar su entera atención. Y al no obtenerla me frustré tanto que terminé hiriéndola sin remedio.

Idiota. No fui más que eso. Pero sin intención de justificarme por mis estúpidas acciones, no tenía a alguien que me enseñara como debía tratar a la niña que me gustaba.

Observaba cada día a mi padre, los reproches matutinos hacia mamá porque su café no quedó con la cantidad exacta de cafeína o azúcar como a él le gustaba, las pequeñas arrugas en su camisa de oficina que lo cabreaban, o simplemente los reclamos que hacía por no encontrarse feliz con el aspecto que mi madre tenía.

Ella por muchos años se dedicó a mi padre y a nosotros, aunque era una magnífica agente de bienes raíces, graduada con honores de su universidad, decidió sacrificarlo todo para dedicarse totalmente a su hogar.

Pero mi padre parecía no sentirse contento con esa decisión, en lugar de agradecerle por su sacrificio lo único que hizo fue reprocharle día tras día por haber dejado de ser la mujer de la que una vez se enamoró para convertirse en una ama de casa sin “gracia alguna”.

Las infidelidades empezaron, mi padre llegaba tarde a la casa, con olor a alcohol y lápiz labial manchando su camisa o su cuello, yo ya tenía la edad suficiente para comprender lo que estaba pasando; mis padres no tenían una “crisis” como mamá intentaba convencernos a mi hermana y a mí, ellos ya no se querían, o por lo menos mi padre no lo hacía.

Él había encontrado afuera toda la atención que decía merecer de una mujer, volvía del trabajo risueño, pero el día se le arruinaba al vernos bajo el mismo techo.

Nunca tuve un padre que me llevara a un juego de hockey y me animara desde las gradas como todo padre que ama a su hijo lo haría, me acostumbré a la soledad, a ver a mis compañeros festejar junto a sus “héroes” y a tragarme las malditas lágrimas porque se supone que un hombrecito no llora.

Me llené de resentimiento, de rencor hacia mi progenitor. La primera vez que me enfrenté a él tenía 15 años. Fue un día en el que como tantas veces llegó ebrio y el muy desgraciado se metió al cuarto de mi hermana menor.

Madison tenía solo trece años. Una niña que jamás había recibido el cariño de un padre, y que por supuesto sus intenciones no eran ir a darle un dulce besos de buenas noches como un padre amoroso.

Ese día lo saqué de la habitación entre empujones y gruñidos por parte del cabrón. Me reclamó por atreverme a alzarle la mano y recibí algunos golpes de su parte que aguanté sin responderle, pero el colmo llegó cuando mi madre escuchó nuestra discusión y salió de su habitación para defenderme, intentó alejarlo, y el muy hijo de puta la empujó sin importarle su bienestar, mi madre calló al piso con fuerza y ese fue el detonante suficiente que necesitaba para reaccionar.

A mis quince años ya tenía la fuerza suficiente para enfrentarlo sin problemas. Lo golpee tanto que no me importó en lo absoluto sentir su sangre salpicándome la cara.

Mi madre se interpuso y fue solo así que me alejé del cabrón que vivía bajo nuestro techo. Él se fue de la casa ese día, no sin antes amenazarme con arruinarme la vida por lo que había hecho.

Mi vida era una mierda en ese entonces.

Estar en mi casa todo un infierno, mi madre calló en depresión y mi única salida era escapar de ese lugar. Pasé la mayoría de mis días afuera, refugiado en la casa de mi mejor amigo.

Alex siempre fue el amigo que te apoya incondicionalmente, ese que con sus tonterías te hace reír y olvidar los malos momentos. Pero debo confesar que no iba a esa casa solo por él.

Esa pequeña castaña, con mechones de cabello casi rubios era el motivo por el cual sonreía de vez en cuando al verla cantar mientras usaba sus pinturas para tallar lindos paisajes.

Confieso que muchas veces me acercaba solo para decirle que era pésima, un fiasco, algunas veces llegué a ser tan imbécil que rompí algunos de sus dibujos, ella lloraba, gritaba y me decía lo mucho que me odiaba, mientras yo solo podía pensar que sus ojos verdes encendidos de rabia se veían simplemente hermosos.

Cada noche al llegar a mi casa me encontraba con la misma deprimente situación, mi madre encerrada en su alcoba, no había comida que cenar y el silencio en toda la casa era más que desesperante.




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