⸞ Emma ⸞
Mi padre me observa severo esperando mi respuesta, en tanto el chico frente a mí me observa con curiosidad.
— Bueno, como parece que me he hecho invisible en mi propia casa, los presento. — habla irritado. — Hija, él es Vladímir Müller, el estudiante de intercambio. — me lo señala y el mencionado me sonríe ampliamente. — Vladímir, ella es mi hija Emma; Mi mayor tesoro, mi princesa, mi única hija mujer, totalmente intocable…
— Papá. — gruño mirándolo. — ya entendió. — le digo entre dientes.
— Por si acaso no le había quedado claro.
Mamá que está en el otro sillón niega con una sonrisa divertida. Mi papá es un celoso empedernido. No me quiero imaginar como era de novio. Aunque probablemente era similar al mío.
En fin, parece ser que a mi madre y a mí nos gustan los tóxicos.
— Un placer, Emma. — el desconocido me extiende la mano y la tomo para no parecer una idiota, ya que nuevamente me quedo mirándolo embobada.
Y no me juzguen antes de tiempo.
Amo al enigmático, sensual y probablemente psicópata de mi novio. Pero el atractivo innegable del chico frente a mí es imposible de ocultar y admirar.
Primero, su gran estatura. Debe medir por lo menos un metro noventa, y yo con mi humilde metro sesenta y dos quedo como un minion a su lado.
Después. Su increíble anatomía, que bastante bien trabajada si se ve. Sus cejas y cabello rojizo, ojos azules, labios y nariz delgados. Rostro varonil y la perfecta sonrisa de dientes alineados y dolorosamente blancos que parecen más de un anuncio de crema dental.
Está bueno el condenado, debo admitir.
Emma, contrólate. No dejes que el espíritu libidinoso de tu madre te posea.
— Igualmente. — le sonrío y su mano no me suelta. Carraspeo algo incómoda. — ¿Me devuelves mi mano?, por favor.
— Oh. Vaya, no lo noté lo siento.
Escucho una tos molesta y sé que es mi padre en su intento de que nuestra conversación termine.
— Bueno, creo que ha sido suficiente de charlas por el día de hoy. Y quizás durante el resto del año. — lo miro mal para después rodar los ojos.
— Deja tus malditos celos, recuerda que debemos ser buenos anfitriones — mamá le dice a mi padre que solo resopla irritado —. Emma puede mostrarte el vecindario, así vas familiarizaste con el lugar. Al fin de cuentas va a ser tu hogar por todo un año.
El susodicho me mira expectante. Trago saliva con tensión. Si me niego definitivamente quedaría como una grosera.
Además, debemos ser buenos anfitriones como dice mi madre.
Ajá, si claro. Nada tiene que ver que el extranjero esté más bueno que la Nutella.
Me conciencia me apuñala por la espalda con ese pensamiento.
— ¿Y entonces? — mi madre inquiere ante mi silencio.
— El vecindario se lo puedo enseñar yo. — mi padre interviene azaroso. — es más, podemos ir ahora mismo. — camina a coger su abrigo del perchero.
— Papá, son casi las nueve de la noche y afuera está helado. — miro al pelirrojo con una sonrisa de disculpa. — si quieres mañana puedo darte un recorrido por el vecindario.
— Gracias, pero… no quiero ser una molestia.
— Qué molestia ni que nada. — mi madre se levanta del sillón y camina directamente hacia el chico. — eres prácticamente de la familia ahora que estás aquí, siéntete en confianza. — le acaricia el brazo sutilmente, apretando los dedos en su bíceps y entrecierro los ojos. Si no supiera sus intenciones ocultas, diría que es todo un amor. Con el sexo masculino particularmente.
— Bueno, bueno, basta de confiancitas. — dice papá separando “sin” sutiliza alguna a mi madre del alemán. — ven conmigo, Vladimir. Te enseñaré la que será tu habitación. Es de mi hijo mayor, pero por este año será tuya.
— Muchas gracias, señor Wilson.
Se disponen a ir al segundo piso, pero antes de subir mi padre voltea y me mira severo. — ah, lo olvidaba. Recuerda que tú y yo, tenemos una charla pendiente.
Me dice antes de subir seguido del pelirrojo. Suelto el aire con tensión y volteo a ver a mi madre que parece hipnotizada mirando hacia las gradas.
— Hey, mamá. ¿Sigues aquí? — sacudo mi mano frente a sus ojos para que se despabile.
— Vaya, mi querido hijo sustituto sí que está como Dios manda. — niego divertida. — ¿Le viste esa ancha espalda? De seguro practica natación, y ni que decir de su…
— Mamá. — la reprendo. Muchas veces parezco yo la madre y ella la hija adolescente y hormonal. — mejor evita hacer ese tipo de comentarios frente a mi padre, o es capaz de pedirte el divorcio o devolver a Vlad en el primer avión de vuelta a Alemania.
— No te preocupes, cariño. — dice como si nada. — tu papá sabe como soy, y así me ama. Y aunque soy bastante ojo alegre, el único para mí es tu padre. — no digo nada más porque si de alguien saqué la testarudez es de ella.
Segundos después me mira con un nuevo semblante en su rostro. — por cierto, ¿Qué te sucedió? Y no te atrevas a mentirme como seguramente lo harás con tu padre.