Estúpido y perfecto Evans

Capítulo 33| Mi otra cara

Soundtrack: Bad Liar – Imagine dragons

⸞ Harry ⸞

Mi día estaba resultando ser una mierda.

Desde que me levanté, mi hermana estaba metida en mi habitación, llena de preguntas y reproches en cuanto a mi desliz con la empleada y mi relación con Emma.

Me pegó repetidas veces con la almohada por haber cometido tal tontería. Y me amenazó a muerte si es que me atrevía a herir a su mejor amiga.

Cuando se fue me sentí peor que antes, sabía que mi hermana amaba a Emma. Ellas han sido inseparables desde pequeñas.

Y pues… mejor amiga mata a hermano.

Lo sabía. Y no me molestaba, lo que me tenía realmente mal era el hecho de estar distanciado de la castaña.

La extrañaba como un demonio. Y sabía que no podía cambiar dicha situación hasta confesarle toda mi verdad.

La ansiedad no me abandona desde esa conversación en el pasillo de la lavandería. Sé que logré asustarla, lo noté en sus ojos y en su resistencia a mi cercanía.

Me atemoriza su reacción cuando sepa todo lo que hice en Inglaterra. Lo que vio ayer no se le acerca ni minúsculamente a lo que tuve que hacer en esa podrida ciudad para sobrevivir.

Son tantas cosas que… dudo que las asimile. Por eso me debato el hecho de decírselas todas hoy o… ir poco a poco. Hasta que ella se dé cuenta finalmente que fui el peor error en su vida.

Posterior al regaño de mi hermana, le siguió la reprimenda de mi querida madre. Estaba tan enojada conmigo por haber mandado a Mónica de patitas a la calle que me preguntó la razón de mi mal comportamiento.

Tuve que confesarle muy a mi pesar que me había acostado con la empleada y que la situación se volvió insostenible, dado que la mujer se obsesionó conmigo, o se enamoró, según ella.

Puede que parezca un hijo de puta, o quizás lo sea, pero no me importa en lo más mínimo. No después de ver lo que le hizo a Emma.

Ese fue mi punto de quiebre. El detonante de mi ira. No quería volver a verle la cara, ni saber de ella. La próxima vez sería mucho más cabrón para que finalmente entendiera lo que la necia no quiso comprender por las buenas.

Debo admitir que soy el culpable de toda esta situación de mierda. Solo yo y mi poco autocontrol.

Mi madre obviamente se molestó monumentalmente con mi confesión, y me quitó el auto por un mes.

No podía castigarme con quitarme los permisos para salir porque era consciente que yo ya estaba lo bastante grandecito y que mi historial de rebeldía en Inglaterra aseguraba que no iba a acatar esa orden ni en un millón de años.

Lo del auto sí podía hacerlo. Era suyo, al fin y al cabo.

Pero no lo necesitaba. No para lo que tenía planeado hacer hoy.

Llamé a un amigo que me debía algunos favores, le pedí prestado su auto y no lo pensó dos veces. Me dijo que podía ir por él cuando quisiera.

Salí a su encuentro, Tristán era un niño rico que se podría en dinero, pero que su maldita adicción no lo dejaba vivir decentemente.

Todo el dinero que sus padres le daban se lo consumía en droga. Su vida estaba en la mierda, pero frente al resto era el típico chico bueno que no rompe ni un plato.

Cuando llegué a su casa, me dio las llaves del auto que necesitaba para hoy. Un McLaren 570s color plateado y rojo. Toda una belleza, uno de sus favoritos, por lo que me amenazó a muerte si llegaba a darle un solo raspón. Me tensé, lo necesitaba para algo importante y dudaba que saliera ileso en el proceso.

Bueno, ya veré como resuelvo el pequeño problema.

Ya en casa quise ir directo a mi habitación, pero la voz severa de mi madre me detuvo cuando puse un pie en el primer escalón.

— ¿A dónde se supone que vas, jovencito? — suspiro volteando a mirarla.

— A mi alcoba. — espeto con obviedad.

— El almuerzo está servido. Ven a comer con nosotras.

— No tengo hambre.

— No te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando.

Se da la vuelta haciendo sonar sus zapatos de tacón alto rumbo al comedor y gruño irritado. Camino detrás de ella y me encuentro con mi hermana muy risueña mirando algo en su celular mientras muerde su dedo pulgar totalmente embelesada con lo que tiene en su pantalla.

Arqueo una ceja.

¿Tan rápido se le pasó la depresión que tenía por la partida de Alex?

Me siento a su lado y mis ojos se desvían a su teléfono. Está haciéndole zoom a una fotografía de un tipo pelirrojo con el torso desnudo y un jean húmedo con una manguera en la mano, probablemente sacado del internet. De alguna página para chicas calientes que fantasean con jardineros, policías, o esas mierdas.

Ruedo los ojos.

Esta niña no cambia. Pobre de mi mejor amigo, pronto la cabeza le empezará a pesar. Refiriéndome a los cuernos que adornarán su frente.

— Sin celulares en la mesa, Madison. — le dice mi madre mientras lleva una cucharada de comida a su boca.




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