Capitulo 1
Es real y no un sueño
Hay lugares que huelen a pasado, incluso cuando son nuevos.
No sabía si era el departamento… o yo.
Todo se sentía prestado: el aire, el silencio, hasta la idea de empezar de nuevo.
Cambié de ciudad, de código postal, de rutina. Pero no de recuerdos, esos me seguían como un eco bajo la piel.
El edificio no tenía nada de especial, era como yo, correcto por fuera, agrietado por dentro.
Me bajé del taxi con una mochila en la espalda y un nudo en el estómago. La recepcionista me saludó con voz plana. Ni una sonrisa, ni una mirada curiosa, Mejor así, no quería ser reconocida, ni vista.
Las paredes del nuevo departamento olían a polvo viejo y humedad guardada, pero no importó.
Dejé las cajas en el suelo sin desempacar. No iba a quedarme mucho, o eso creí.
La luz entraba en líneas finas desde la ventana, como si hasta el sol dudara en pasar. Afuera, todo era gris, Y adentro, también.
Me senté en el suelo, cerré los ojos, y me quedé en silencio.
Por primera vez en semanas, nadie me llamaba, Nadie me buscaba. Nadie preguntaba cómo me sentía o si ya había tomado mis pastillas, o si todavía pensaba en… eso.
Era justo lo que quería, o eso pensaba.
La primera noche, el sueño no llegó, ni en la segunda, ni en la tercera, en cambio, llegó un sonido.
Suave, Rítmico, como una canción sin letra que venía del otro lado de la pared.
Primero creí que una alucinación, otro eco de mí misma.
Pero al día siguiente, el sonido volvió, y esta vez venía con algo más.
Una nota que decía: Bienvenida, a veces este edificio respira más de lo que debería.
No tengas miedo.
Eso fue todo.
Sin nombre,Sin firma, solo papel barato, doblado con cuidado.
Lo sostuve entre los dedos como si pudiera romperse.
Como si yo pudiera romperme si lo leía otra vez.
No sé cuánto tiempo me quedé sentada en el suelo, con la nota sobre las piernas,
Tal vez minutos, Tal vez horas, el reloj dejó de importarme desde hace mucho.
Por un segundo pensé en responder dejando alguna nota en el pasillo del edificio frente a mi puerta, y escribir algo como ¿quién eres?, o gracias, o vete al demonio.
Pero no lo hice, Porque si respondía… se volvía real, Y si era real, podía perderlo.
Y yo ya perdí demasiadas cosas.
Esa noche, soñé con respiraciones, no palabras.,No rostros, solo esa sensación de que alguien más estaba en mi mundo cerrado, y no quería dañarme.
Al despertar, no sentí el pecho tan apretado, no sé si fue aquella nota, o la idea de que alguien se había dado cuenta de que yo existía, aúnque no gritara, aunque no pidiera ayuda.
Y eso fue suficiente, por ahora.
Guardé la nota e intenté no pensar más en ella, en el, en mi.
Pero una semana después algo me devolvió a la realidad, mi madre.
—¿Ya te instalaste? —dijo, sin entrar del todo, solo asomó la cabeza por la puerta.
Vestía un traje color marfil, con gafas oscuras, teléfono en mano, labios perfectos.
—Más o menos —respondí. Sin moverme del sofá.
Sus ojos recorrieron la sala como si revisara una propiedad que iba a vender.
—Recuerda pagar todo por adelantado. Aquí no quiero escándalos ni vecinos diciendo estupideces.
—Ajá.
—Te dejó una tarjeta en la mesa, Para lo básico. No la malgastes.
—No te preocupes. No tengo ganas de vivir mucho.
Ella no respondió, ni siquiera parpadeó.
—Ok. Avísame si te da algo grave. Estoy en junta todo el día.
Y se fue.
El sonido de sus tacones se alejó como si nunca hubiera estado ahí.
Y quizá nunca lo estuvo.
Cerré la puerta, la cerré con rabia, con dolor, con un poco de risa también.
Apoyé la frente en la madera y respiré hondo.
Fue entonces cuando escuché pasos suaves en el pasillo, no los míos, no los de ella.
Otra persona, del otro lado.
Me acerqué en silencio y miré por la mirilla.
Ahí estaba, frente al 307, un chico, delgado,
Cabello oscuro, lento, Como si cada movimiento le costara, o como si simplemente no tuviera prisa por nada.
Sacó una llave y abrió la puerta.
Pero justo antes de entrar… se detuvo.
Y giró un poco el rostro, no del todo, solo lo suficiente para que, por un segundo, sus ojos quedaran justo frente a mi puerta.
No me estaba viendo, o tal vez sí.
Quizás sentía que alguien lo miraba.
Luego entró, y la puerta se cerró con un clic.
Yo me quedé ahí, inmóvil, con las manos frías y el corazón latiendo en la garganta.
No era un sueño, el existe, el chico del apartamento trescientos siete y por un momento... Pareció notarme.
Al día siguiente desperté tarde, O al menos eso decía el reloj. Mi cuerpo, en cambio, juraba que no había dormido ni cinco minutos.
Me puse lo primero que encontré. Una sudadera vieja con las mangas mordidas por el tiempo, leggins con pelusa en las rodillas y el cabello atado en algo que ni siquiera alcanzaba la categoría de moño.
No me miré al espejo, no porque me diera igual, sino porque sabía que no me iba a reconocer.
La consulta con la psicóloga era a las once. Caminé hasta allá con los audífonos puestos, sin música. Solo para evitar que alguien intentara hablarme. En la sala de espera, un niño jugaba con un rompecabezas a medio hacer y su madre lo observaba como si ese fuera el mayor logro del mes.
La doctora dijo lo de siempre, que debía darme tiempo, que adaptarse a nuevos entornos podía provocar sensaciones extrañas. Que los silencios también hablan.
No le hablé del papel, Ni de la figura que vi frente al 307, Solo le dije que soñaba mucho, que a veces, cuando despierto, no estoy segura de si sigo dormida.
Salí del consultorio con el estómago retorcido, No de hambre, De incomodidad. De esas palabras que no dije.
Decidí entrar a la cafetería de la esquina.
Afuera tenía pinta de lugar caro para gente con tiempo. Adentro, era peor. Todo era blanco, plantas colgantes y tazas con frases como Brilla más que tus miedos. Pedí un café negro, sin azúcar.
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Editado: 23.07.2025