Desde que soy un niño, he tenido sueños en donde extrañas criaturas me hablaban y me solían hacer fiestas por ser un niño bueno. Siempre solía dibujarlos en una libreta, mi pequeño refugio de papel y colores vivos, donde capturaba cada rasgo peculiar y cada sonrisa que me transmitían esos seres fantásticos. Los mostraba con entusiasmo a mi padre, quien, con una mezcla de orgullo y de asombro, los ponía en la nevera como un hermoso recuerdo, como si fueran pequeñas obras de arte que merecían un lugar destacado en nuestro hogar. Nunca había pensado que quizás esas criaturas, con su aspecto peculiar y su sabiduría extraña, serían de suma importancia en el futuro. Ni siquiera se me había pasado por mi mente infantil, navegado por corrientes de fantasía y anhelos, que esos mismos seres podían llegar a ser mis amigos imaginarios, confiándome sus secretos en la penumbra de mis sueños. Cuán ingenuo era, como todo niño en aquella edad, sumido en la burbuja mágica de mi propia niñez.
En aquel momento de recuerdos, me encontraba dentro del salón de clases, un espacio que normalmente me resultaba acogedor, pero que ahora parecía un laberinto en el que me perdía sin rumbo. Apenas escuchaba al profesor, sumido en un mar de pensamientos, mientras mis ojos vagaban de vez en cuando hacia la ventana. Allí, en la distancia, aquellos seres extraños, que ya no eran simples recuerdos, parecían flotar entre las sombras, saludaban con gestos graciosos a los peatones que caminaban por las calles de la ciudad, quienes les ignoraban por completo, ajenos a la magia sucediendo justo frente a ellos. Un suspiro escapó de mis labios, como un globo que se desinflaba, tratando de ignorar el extraño sentimiento de nerviosismo y cierto miedo que se mezclaban en mi pecho, enredándose como hilos de una tela de araña, y que no me dejaban pensar con claridad para la siguiente clase.
—Joven Clutterbuck, ¿piensa prestar atención a la clase? —la dura y fría voz de la profesora Allen me llamó la atención como un rayo en medio de una tormenta-. Este tema es importante para el próximo exámen.
Me sentí incómodo en aquella situación, esos momentos en los que todos los ojos del aula parecen fijarse en ti, como si fueras el único niño perdido en un mar de indiferencia. Algunos de mis compañeros me miraban fijamente, sus rostros impasibles, mientras que otros, como sombras en la penumbra, parecían divertirse a mi costa. Traté de disimular, acechando la pizarra como si fuera una tabla de salvación, tomando todos los apuntes posibles e intentando que todos a mi alrededor olvidaran el asunto que había generado mi incomodidad. No quería verme afectado por eso, no en un lugar que debería ser mi refugio.
Durante la hora del descanso, mi mejor amigo, Hamish, se la había pasado hablando sobre las cosas que le interesaban, como el último juego de moda o las aventuras de su serie favorita en la televisión. Yo lo escuchaba, absorto y distante, sin aportar demasiado y con mi mirada dispersa en todos lados, menos en él. Pero ni siquiera parecía darse cuenta o no le interesaba demasiado; su alegría era contagiosa, y él continuaba hablando con suma emoción, como si quisiera compartir el mundo colorido de sus pensamientos conmigo. En cuanto logré mirarlo a los ojos, vi una chispa de preocupación asomarse en su mirada, pero el chico dejó de hablar solo por un instante, sin perder esa sonrisa que había iluminado su rostro, como si estuviera buscando alguna opinión o mi aprobación acerca de todo lo que había dicho.
—Supongo que en este momento no tengo mucha opinión para darte, lo siento —me excusé, con un tono que me sonó distante incluso a mí. En realidad, ni siquiera tenía ganas de decir nada al respecto y prefería quedarme en silencio antes que decir cualquier estupidez que desentonara con su entusiasmo. Un nuevo suspiro se escapó de mis labios, y volví mi mirada hacia delante de mí, sintiendo que algo andaba mal, como una fría brisa que anunciaba una tormenta lejana.
Hasta que la ví.
—Hasta que te encuentro. Félix, ¿no es así? —una mujer que no se me hacía conocida se acercaba de forma lenta a nosotros, llamando por mi nombre con una voz melódica y sonriéndome con un aire de complicidad inquietante.
Por supuesto que me asusté; un escalofrío recorrió mi columna vertebral, pero traté de no pensar mal. Quizá era una mujer conocida por mi familia, y muy posiblemente quería conocerme a mí también, quizás una amiga de mis padres o alguien del vecindario que había escuchado mencionar. Aunque lo dudaba. El sentir que algo andaba sumamente mal estaba ahí todavía, aplastante en su certeza, y aquella mujer, con su extraña presencia, no me inspiraba confianza, mucho menos si era una persona que yo jamás había visto en mis catorce años de vida, en un mundo donde las caras familiares eran la norma.
Me levanté del asiento en donde estaba sentado junto a Hamish, cuyo rostro ahora se desarrollaba en una mezcla de sorpresa y confusión, para acercarme a esa mujer extraña. La miré a los ojos, que eran bastante hipnotizantes, como si un hilo invisible tirase de mi voluntad, y noté con horror lo que estaba mal: ella no era en absoluto humana, para nada. En esos ojos femeninos, había un color casi blanco que desde la lejanía no había visto; ahora podía notarlo, un tono que se desdibujaba entre la luz como el reflejo de la luna en un lago calmo, y por eso mismo, una alarmante sensación de peligro se encendió en mi pecho. La mujer dejó de caminar, y unas uñas largas y filosas, como garras de un depredador acechante, rodearon mi cuello, intentando hacerme daño o quizás, matarme. Aunque eso, en realidad, ya era demasiado y exageraba la situación.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué a mí exactamente? Nadie parecía notar lo que sucedía a su alrededor o, peor aún, no les importaba para nada, sumidos en sus propias vidas mientras yo luchaba contra este nuevo horror. Traté de safarme de aquel agarre, pero me era imposible, como si la sombra misma se aferrara a mí, retorciendo la realidad de una manera que jamás hubiera imaginado. Y en un momento, el cual fue bastante rápido, la mujer dió un alarido de dolor y me soltó. Caí al suelo con fuerza y noté la existencia de un gran perro, de un color oscuro y el cual yacía sentado en el suelo, mirando a la mujer fijamente mientras la misma se tocaba la pierna herida.