Una noche fría.
Las nubes eran oscuras, pero la luz de la luna alumbraba intensamente.
En el castillo del rey, la luz de la luna caía sobre el balcón adentrándose en la habitación.
El rey tenía muchas cosas que pensar.
Hoy era una noche callada.
Los kalitianos eran una gran amenaza y habían acabado con la paciencia de los enanos.
El rey de los enanos había solicitado una reunión de reyes, la reunión se llevó acabo y los tres reyes habían acudido. Se acordó firmar los papeles de guerra y afilar las armas para la batalla.
Los humales no le temen a la guerra, pero para Kaltiras esto significaba algo más.
Sus sentimientos habían estado en marea durante mucho tiempo.
Sus hombros le parecían más pesados.
Y su pecho parecía hueco, confundido y nublado.
Kaltiras tomó unos sorbos de su cerveza.
Nadie sabía que tenía unos cuantos jarrones escondidos bajo la alfombra.
En noches como esta, solo el alcohol podía despejar sus pensamientos.
Engañar a sus sentimientos.
La guerra se avecinaba, los clanes se reunirían.
Los jóvenes salían a demostrar su valía.
Eso le recordó a su hijo, Grugnil.
Cuando se fue, tenía apenas cuatro años. Ahora debería tener unos diez años, ya estaría grande.
Según el informe, había logrado entrar como miembro del clan y dejar atrás su condición como paria.
Él le traía un orgullo, que hizo que sin darse cuenta tome una sonrisa.
Kaltiras, volvió a tomar otro trago de cerveza.
Había logrado hacer amigos, y fortalecer sus lazos con ellos.
Esto le traía un recuerdo de su mejor amigo y camarada, Escar.
Los dos habían peleado juntos en la última guerra.
La última guerra.
Había traído mucha muerte y destrucción a la Unión. Muchos de sus amigos habían muerto honorablemente por proteger a Reynar.
Las enfermedades siguieron después de la guerra, devastando aldeas y a muchos animales. Fueron épocas de hambre y de dolor.
Recordaba que en una ocasión el suministro de comida no fue suficiente para alimentarlos a todos y tuvo que darle su parte a Iliras, quien había caído enferma.
—Iliras— pronunció, Kaltiras.
Su querida reina y esposa, Iliras, el recuerdo de su figura apareció en su mente.
Se balanceó hacia el balcón, la Luna parecía recordarle más a su amada.
Desde aquella vez, cuando sus hijos partieron, Iliras había guardado distancia de él. Su mirada no era la misma, y el ambiente siempre se ponía tenso entre ellos.
La bebida acompañó a Kaltiras en sus recuerdos, hasta que la luna dejó de brillar por las oscuras nubes y el rey volvió a su alcoba.
En otro lugar, la reina llamó a la puerta.
La puerta se abrió y una mujer apareció.
De cabellos alborotados y negros como el carbón, con una mirada tranquila y afable, un rostro ovalado, sus cejas pronunciadas, sus pestañas cortas y su nariz respingada, pero aun así lindo. El color de sus ojos era morado, similares a las joyas, desprendían elegancia y fascinación.
La altura de la Reina es de 2.81 cm, algo pequeña para el promedio adulto de una humalena, pero para la chica quien le miraba era muy alta.
La chica miró hacia arriba y al reconocer algo de familiar, se lanzó hacia la mujer, abrazándola.
—¡Madre! —
La Reina se conmovió y abrazó a su hija. Lleva tres semanas sin poder verla y tenía tantas ganas de poder abrazarla, que no pudo más y se vino corriendo desde el castillo.
La reina y su hija pasaron hacia adentro, en donde tuvieran la oportunidad de conversar.
Taireas preguntó del motivo de su ausencia por un prolongado tiempo.
La reina respondió que se debió a que la unión se estaba preparando para entrar en guerra, hubo demasiado papeleo del que ocuparse y el rey no podía hacerlo solo.
Taireas estaba muy curiosa sobre la guerra.
—¿Dónde está Logos? —preguntó la reina.
—El tío Logos, está cuidando de Eizel en la parte atrás — respondió Taireas.
—¿Eizel? —
—Si. Un día, el tío Logos, trajo a casa a un pequeño niño, no respondía a mis preguntas así que, supongo que lo adoptó — dijo Taireas.
La Reina se quedó pensando y luego, pidió que le llevara hacia la parte de atrás.
En la parte de atrás, estaba Logo, alimentando a un niño.
—Tío, mi madre está aquí —habló Taireas, desde atrás.
Logos se dio la vuelta y vio a la reina, inmediatamente se arrodilló.
—Mi reina —
—No hay necesidad de formalidades, viejo amigo, creo recordar que ya estás muy viejo para arrodillarte fácilmente — habló Iliras.
—Este viejo, aún puede con los enemigos. Su majestad, que le trae por aquí —respondió Logo.
—He oído que estas cuidando a un niño —
—Sí, su majestad —
—El entrenamiento de Taireas, es muy importante. La llegada de un niño solo obstaculizará su entrenamiento —
—No te arriesgarías tanto a adoptar a un niño, si no lo hicieras por ese favor ¿verdad? —cuestionó la reina.
Logos solo pudo agachar la cabeza y estar en silencio.
—Bien, has cuidado bien de mi hija, Logos. Talvez la guerra no sea tan mala, después de todo —habló la reina.
Logos no sabía a lo que se refería la reina.
—A partir de mañana, la Unión ha entrado oficialmente en guerra contra el país de Ifora y será declarado como estado de emergencia —
—Lo que quiere decir que las tradiciones no será la prioridad y los guerreros serán llamado al campo de batalla, al fin después de tantos años, podré ver a mis dos hijos — dijo la reina con convicción.
Logos no dijo nada, sabía que la Reina había estado pasándola mal los últimos años, su único consuelo era su hija a quien visitaba cuando tenía tiempo.
Logos y la reina platicaron por algunas horas, mientras que Taireas cuidaba del niño. La reunión se finalizó cuando la reina tuvo que irse, pero sin dejar un abrazo y un beso en la frente a Taireas.