Eternal Shadow

El cazador y la muerte

Después de dejar el último recado que le había encomendado Elphas, Jonathan se sintió libre de pasear por la ciudad. Quizá visitaría su bar favorito, o simplemente vagaría sin rumbo hasta que estuviera muy agotado como para pensar. La idea del ángel seguía sonando en su cabeza como una especie de alarma.

Estaba tan concentrado en sus ideas, cuando de improviso un niño se chocó con él. Jonathan simplemente se detuvo, el golpe había sido mínimo, pero le había molestado. Bajó la mirada hacia el pequeño, esperaba ver un niño con esa sonrisa juguetona que tuvo una caída por estar divirtiéndose. Pero, al contrario, en los ojos del menor se podía ver miedo, horror, un terror tal que ni siquiera tenia el instinto de llorar.

—Oye… ¿Estas bien? —  El niño seguía sentado en el piso, temblando. Jonathan se había agachado hasta su altura para ayudarle a levantarse — ¿Alguien te hizo algo?

El niño lo miraba con sus grandes ojos. Este negó con la cabeza mientras trataba de equilibrar su respiración. Al parecer el estado del menor alarmo a otros que pasaban por el lugar. No pasó mucho hasta que una dama también se acercara.

— ¿Es su hijo? ¿Pasó algo?—  La voz cantarina de la joven pareció despertar al niño un poco más, ahí recién comenzó a llorar y se abalanzó a los brazos de la dama.

Jonathan sin saber que hacer planeaba marcharse, después de todo la dama parecía tener mayor preferencia y facilidad de consolar al menor.

—Lamento no ser de mayor ayuda, discúlpeme, pero tengo asuntos urgentes y debo retirarme — Dicho esto, se inclinó en despedida a la dama quien distraída le respondió la inclinación. El niño se quedó aún en sus brazos y llamando la atención de otras féminas.

Jonathan en cambio continuo su camino, después de todo el niño venia del lado contrario, algo en esa dirección lo había aterrorizado tanto como para dejarlo sin habla. Caminó unas cuadras sin encontrar nada resaltante. Negocios, carruajes, caballeros saliendo de sus trabajos y lustra botas. Todo normal.

Estaba por rendirse, hasta que llegó a un callejón. Aquel oscuro y lúgubre lugar se encontraba entre dos construcciones. El callejón desentonaba totalmente en aquella luminosa calle. Era todo negro, como un agujero donde la luz jamás ha tocado. Jonathan notó que habían intentado tapar la entrada, pues viejos barriles de madera se apiñaban buscando tapar el acceso al interior.

Miró alrededor esperando encontrar alguna explicación. Se acercó un poco más para poder ver mejor que había dentro. Pero no lograba visualizar la calle del final del pasillo. Quizá era un callejón sin salida, pensó un momento. Suspiró cansado decidiendo olvidar el suceso. Después de todo era un niño, y los infantes se asustan con mucha facilidad.

Dispuesto a ponerse en marcha, Jonathan dio los primeros pasos para alejarse, cuando de pronto el olor ya conocido de su pasado llegó a su nariz. Aquel terrible olor a putrefacción de algo que aun no comprendía. Miró hacia el pasillo y fue como regresar a esa tarde en el bosque con su padre.

Alguien podría estar ahora en peligro y el callejón seguro era la trampa para algún incauto que no sabía qué esos monstruos se movían libres por el mundo. Esta vez no dudó, saltó sobre los barriles y entró al callejón. Nadie en la calle principal parecía haber notado aquello.

Una vez dentro, Jonathan noto como la temperatura bajó, podía ver su aliento elevarse en cada respiración. El sol parecía incluso no querer acercarse a dicho lugar. Jonathan avanzó atento a lo que viniera, esperaba algún movimiento o sonido para contraatacar. Sus pasos eran lentos mientras se internaba en aquella sombría área, basura y hedores desconocidos se mezclaban en aquel lugar. Muchos desechos de años se acumulaban en los costados del lugar. Iba atento, paso a paso sentía que el corazón le saltaría por la boca.

Cuando ya iba por la mitad del pasillo, o eso el calculaba, sintió bajo su pie, algo suave y viscoso que había aplastado. Agachó la cabeza listo para ver el cuerpo desmembrado de alguna rata. En aquella ciudad abundaban como ya parte de la vida diaria. Al principio le costo darle forma a lo que había pisado. Miraba aquel pequeño bulto que yacía tirado en medio del callejón.

Se puso en cuclillas para poder ver más de cerca, no quería tocarlo porque el asco que ya le producía el hedor del lugar, era suficiente para su estómago. Aunque claro cuando la realidad lo golpeo, no pudo contener las arcadas. Ahí, sobre el sucio suelo de aquel maldito lugar. Una manito desmembrada yacía tirada. Aquello que había pisado no era un animal. Era la mano de algún infante que había sido claramente desgarrado de su cuerpecito.

Jonathan se alejo varios pasos, el miedo y la adrenalina estaban haciendo polvo a su mente. Pensó en él, estaba solo en un lugar que claramente, alguna criatura rara había usado para asesinar a un alma inocente. Si esa cosa volvía, su cuerpo seria la sumativa a ese desastre. El odio volvió a burbujear en su pecho, la imagen de aquella manito ahora se sumaba a la de su familia siendo quemada por completo.

Volvió sobre sus pasos y salió del callejón de la misma forma que entró. Derrotado, con las heridas nuevamente abiertas en sus recuerdos, y con el odio creciendo como una enredadera espinosa que presionaba su corazón. Jonathan quería acabar con todas esas criaturas, no importaba si el ángel o Elphas le daban la espalda. Quería acabar con todos.

Haciendo unas cuantas preguntas en los negocios cercanos, había logrado averiguar lo que había sucedido. La noche anterior al parecer un niño había sido asesinado en el lugar. Nunca encontraron al asesino, pero según le contaban, los guardias tuvieron que sacar el cadáver en pedazos. Parecía como si algún animal lo hubiera atacado.

Jonathan no comento nada, solo el sabia que un animal no había hecho aquello. Todo un torbellino de recuerdos, de gritos e imágenes se aglomeraron en su mente. Se alejó de aquel lugar por inercia, sus pies se movían sin saber precisamente a donde iba, solo avanzaba.




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