Mis días en este piso estaban más que contados, podía ver como los segundos traspasan angustiantes en el reloj, dejándome saber que pronto tenía que dejar este lugar para poder volver a reconstruirme en un nuevo lugar, uno que sería totalmente nuevo para mí. Totalmente desconocido pero no había nada malo en ello. No le temía a lo desconocido.
Era como si en mi interior tuviese una pequeña súper heroína, preparada para salir a combatir al mal y a todas las personas que se le cruzaran en el camino y amenazaran no solo su bienestar sino la concreción de sus sueños. Y al igual yo, ella tenía demasiados.
Es como si fuese una mezcla entre Gatubela, con la Mujer Maravilla,Viuda Negra y algo de locura de Harley Quinn. Sin dudas si hubiese podido combinar a todas esas mujeres en una sola e incorporarla en mi mente a ese híbrido, tal vez la vida habría sido un poco mejor.
Aunque no me quejaba de adonde había llegado.
Pero no siempre había sido esta persona fuerte y divertida que me había mostrado ante las personas en el mundo exterior. Claro que la simpatía y una buena autoestima era mi carta de presentación, además me encantaba hacer sentir a gusto a las personas que estaban a mí alrededor.
Luego de la partida de mis padres había sido la encargada de organizar sus reuniones sociales y durante el tiempo que pasaba de país en país y regresaba a casa, lo había hecho de maravilla o eso es lo que me decían sus colegas quienes aún lamentaban su partida igual que yo.
Aunque para ellos había sido diferente. Mis tíos habían perdido a sus hermanos, mis primos a sus tíos pero yo había perdido a mi razón de vivir. Las personas que habían sido mis fans número uno durante toda mi vida y ahora que no los tenía a mi lado era realmente difícil saber si realmente estaban orgullosos de la persona en la que me había convertido.
A veces necesitaba esa pequeña palmadita en la espalda que se encargaba de hacernos saber que estábamos haciendo bien las cosas.
Era una mujer adulta con una gran fortuna a cuestas, y la posibilidad de vivir en una casa que parecía haber sido sacada de una de esas películas de Hollywood, donde todas las personas eran felices viviendo allí, tenían miles de habitaciones, un jacuzzi, una gran piscina con sillas para tomar sol durante el verano y una chimenea para refugiarse del cruel frío durante el invierno.
Pero nada de eso era suficiente para mí. No era lo que realmente anhelaba. Lo que anhelaba era una familia con la cual compartir mis triunfos y mis fracasos.
Regresar a una casa vacía en la que solo quedaban recuerdos no era mi idea de pasar los próximos años. No quería volver a un lugar frío al que le faltaba absolutamente todo. Es por eso que decidí que haría del mundo mi nuevo hogar. Y aprendería algo de cada lugar que mis pies pisaran. Meta que había cumplido de sobremanera por el momento.
También me había propuesto dejar mi huella en cada ciudad y ayudar a cuanta persona se cruzara por mi camino. Después de todo eso es lo que habrían hecho mis padres.
Ellos habían pasado sus últimos días intentado hacer la vida de la gente que los rodeaba mejor y en honor a ellos inauguraron en el hospital donde trabajaban una sala especial.
Una en la que la gente se podía sentar a leer un buen libro, o a tomar un café, también habían instalado camas y sofás cómodos en los que la gente podía acostarse, ya que una estadía en el hospital como acompañante de una persona que estaba enferma era realmente extenuante y difícil.
La gente del lugar se había encargado instalar modernas máquinas expendedoras con los mejores snacks y gaseosas para que la gente se abasteciera cuantas veces quisiera a un módico precio. En algunas ocasiones, cuando descansaba de mis viajes me daba una vuelta por el lugar y me dedicaba a leerles historias a los pequeños que estaban ahí. Las niñas por supuesto preferían cuentos de hadas mientras que los niños elegían cuentos de piratas y nobles caballeros.
Uno era la excepción a esa regla. James. James era un niño completamente diferente a los demás, no le interesaban los piratas, ni los astronautas o los caballeros. Él prefería la moda, el maquillaje y soñaba con ser una bella princesa algún día.
Por supuesto que el resto de los niños se reían de él. Porque a esa edad solían ser más crueles y sinceros de lo normal, pero lo había acogido bajo mi ala desde el primer momento que lo conocí el día que fuí a inaugurar la sala.
— ¿Puedes ser mi hada madrina?—preguntó una vez cuando nos quedamos solos en el lugar mientras el resto de los niños salían a jugar.
—Claro, con gusto lo seré—respondí ante su interrogante— ¿Pero porque yo?
—Porque no cuestionas quien soy y no te ríes de mí. Siempre me tratas como uno más y tienes esperanza en mí. Eres como un ángel que bajó a la tierra.
—Siempre cuidaré de ti pequeño duende bailarín—revolví su rojo cabello—Ahora vuelve a la cama. Es tarde.
Cerré mis ojos al recordar al pequeño James, y me preguntaba qué sería de su vida. Hacía mucho tiempo que no lo visitaba, pero me aseguraría de mandarle algo en cuanto llegara a Grecia. Una carta con una exquisitez propia del lugar.
Por un momento no pude sacarme la idea de lo que él había dicho. Era como un ángel que había bajado a la tierra. Y por un momento me imaginé allí arriba, volando entre las nubes observando el mundo que estaba a mis pies. Y me preguntaba cómo se sentiría vivir en otro plano en el que las tristezas y los problemas no podían alcanzarnos y mucho menos afectarnos.
Con eso como último pensamiento, caí en un profundo sueño que venía de maravilla ya que tenía que estar preparada para el día de mañana. Sabía en mi interior que algo grande me esperaría. Y no podía esperar a que vivir una nueva vida.