Eternamente mía

7

Intenté controlarme mientras estaba en la calle, no podía darme el lujo de perder los estribos y quedar como una loca desquiciada y dar una pésima primera impresión a la gente con la conviviría de ahora en más.

Juraba que apenas llegara al hotel, luego de registrarme en la recepción y una vez que tuviese las llaves en mi mano de la habitación, abriría la puerta de la misma, tiraría las maletas en el piso, sin preocuparme por ordenarlas y me metería en la tina, para darme un relajante baño de espuma.

Afortunadamente para mí, no pasó mucho tiempo hasta que un nuevo taxi hizo presencia en el lugar y me subí rápidamente al mismo para evitar que otro ser insufrible lo tomara en mi lugar.

El hombre resultó ser realmente agradable y fue chistoso escucharlo a hablar en un divertido intento de inglés, lo que despertó en mí una especie de sentimiento mezclado que variaba entre la ternura y la tristeza.

 Aquel señor que dedicaba su vida a llevar a la gente a sus destinos tendría aproximadamente la edad de mi padre y podía notar por la foto que tenía en cerca de su espejo retrovisor, que era un hombre que hacía hasta lo imposible por sacar a su familia a flote.

El viaje no duró demasiado, pero si lo suficiente como para que pudiese ver con admiración lo que tenía a mi alrededor.

 Desde los parques que pasaban a nuestro lado a medida que avanzábamos hasta los autos pasando por las tiendas con nombres escritos en una letra e idioma que no conocía, pasando por los edificios, todo era simplemente magnífico.

Obviamente como todo lo nuevo, con el tiempo me acostumbraría.

—Ha llegado a destino, señorita—sonrió y los bigotes que estaban sobre su boca se elevaron y me recordó con esa boina que llevaba en su cabeza un poco a Mario, el simpático personaje del famoso videojuego.

El hotel era realmente espectacular, más de lo que esperaba, la agencia me había elegido uno de los mejores del lugar, lo que hacía que haberme sometido a esa rígida y dura entrevista, valiese la pena.

Metí mi cuerpo en las puertas giratorias con el cuidado necesario para no terminar enroscadas en ellas o caerme, no podía permitir dejarme en evidencia ante estas personas que apenas me conocían.

— ¡Hola! Buen día—saludé moviendo mis manos y gesticulando lo más que podía para hacerme entender— Soy Lea Grinwald, la compañía de au pairs me había reservado una habitación en este hotel. Me gustaría pedir la llave para poder descansar un poco en sus instalaciones.

La joven que tenía frente a mí rebuscó detrás de ella en el panel donde colgaban las llaves, la que me tocaba a mí y me entregó una con el número 23.

—Qué tenga una buena estadía—me despidió en una combinación perfecta de ruso  e inglés que me hacía pensar en la variedad de culturas que había en este lugar. Esperaba impregnarme de ellas y aprender más durante mi tiempo aquí.

Me dirigí al ascensor y luego de 5 minutos bajé en el quinto piso,  buscando la habitación.

Abrí la puerta del dormitorio me quedaría las próximas 24 horas. Mañana estaría durmiendo en un nuevo lugar, con mi nueva familia.

Debo decir que apenas estuve dentro hice exactamente lo que me propuse cuando estaba en el aeropuerto. 

Tiré mis cosas en el camino y me dirigí directo al baño, llevándome la sorpresa de que la tina tenía el doble del tamaño de la mía y podía observar a través de la ventana a toda la ciudad. Es como si pudiera verlos a ellos pero no ellos a mí. Me sentía poderosa y misteriosa.

Salí luego de una hora y en contra de mi voluntad. Pero debía hacer una investigación a fondo de las personas con las que viviría a partir de ahora. La familia Le Mont.

Abrí mi laptop quien era mi fiel compañera de viajes y guardaba los mejores recuerdos de mis travesías y aventuras a lo largo del mundo y googlee a esta familia.

Al parecer era una familia poderosa, casi de la realeza, su madre era una marquesa y su padre un famoso empresario.

La pareja llevaba más de 30 años casados, se habían conocido en uno de esos famosos bailes de presentación que realizaban las familias ricas para presentar a sus hijos ante la sociedad y de los que tantas veces me había salvado, básicamente porque mis padres estaban completamente en contra de aquellas cosas. Y se los agradecía.

Luego de aquella noche se hicieron inseparables y vivieron un romance corto y apasionados, que acabó en una enorme boda con más de 500 invitados.

Habían tenido 3 hijos. Dos niños y una niña. El mayor tenía aproximadamente mi edad y según lo que decían los archivos se dedicaba a llevar adelante el trabajo familiar, mientras que los otros dos, eran pequeños, aún no terminaban la escuela primaria.

Abrí una foto donde salían todos, o eso pensé, pero el hijo mayor no figuraba en ella. Busqué en el resto de ellas. Pero nada. Las imágenes mostraban a la feliz pareja al lado de sus hijos más pequeños, pero no del mayor.

Lo que me hacía cuestionar por qué no salía en ellas. ¿Era tímido? ¿Misterioso? ¿Estaba muerto? ¿O tal vez era simplemente antipático y odiaba los reflectores y la vida social en sí? Tal vez se escudaba en el anonimato por una buena razón.

Me fui a la cama con varias preguntas en mi cabeza.

¿Qué me esperaría mañana?

¿Cómo sería aquella familia?

Y quien era este hombre misterioso que al parecer se llamaba Trevor Le Mont.

                                                       

A pesar de que antes tenía muchas preguntas en mi cabeza, una sola parecía haber ganado terreno allí y se había quedado para echar raíces, atormentándome hasta más no poder.

Siempre había sido una persona excesivamente curiosa, aspecto que reconocía que en múltiples situaciones solía ser demasiado molesto para las personas que me rodeaban y me había metido en algún que otro problema.

Como en la escuela cuando pregunte porque la maestra Collins se encerraba con el coach Maddison en el armario durante nuestro recreo. Resulta que ambos mantenían una relación oculta ya que el personal de la institución no podía involucrarse de ninguna manera.



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En el texto hay: amor, aventuras, secretos revelados

Editado: 24.10.2020

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