El dolor de cabeza que estaba sintiendo se volvió más intenso provocando que cerrara los ojos. Solté un suspiro y me hice suaves masajes en la frente. No pude evitar recordar cuando, hace dos semanas, me desperté en la casa de Alina con un dolor como este. Al parecer, había ingerido una gran cantidad de alcohol y en algún punto, cuando nos íbamos, me desmayé. Al menos eso fue lo que me dijeron Alina y Jordan. No recuerdo nada de nada, es como si esa noche no hubiera existido. Ni siquiera soñé algo, tampoco tenía recuerdos borrosos o fragmentos en mi mente. Nada. Les pregunté mil veces a los chicos sí había hecho algo que no debía, quedé en ridículo, lo que fuera. Ellos me juraron que no hice nada malo, solo me contaron cosas sueltas para rellenar los huecos de mi mente.
Suspiré terminando los papeles que aprobaban la publicación de un nuevo manuscrito bajo el sello editorial de The Inkwell. Se los envié a mi secretaria para que organizara la agenda. En los próximos días tendría una reunión con el autor para la firma del contrato y para explicarle en qué formato y de qué manera sería llevada a cabo la tirada. Siempre buscaba evacuar todas las dudas de los autores y serles lo más sincera posible ante sus inquietudes. Cuando logras ser publicado y cumples tu sueño, el miedo que suele aparecer es que nadie compre tu libro. Entonces, es cuando tengo que tranquilizarlos y ante alguien novato, recordarle que el libro se promociona por diversos métodos de marketing.
Cuando mi secretaria me avisó que no tenía nada más agendado para el día, decidí quedarme un rato más en la empresa para responder algunos mails que me habían llegado a último momento. Preferí tomarme el tiempo de contestarlos todos para que, mañana a primera hora, cuando los empleados llegaran ya tuvieran los lineamientos claros para comenzar a trabajar. Al terminar, me recosté en la silla y me volví a masajear la frente de nuevo. Estar tanto tiempo frente a la computadora me cansaba mucho y, si tenía dolor de cabeza, este no hacía más que empeorar. Cansada lo apagué y me levanté para irme a casa a descansar.
Tomé mi abrigo junto a mi cartera dirigiéndome hacia la salida. Tomé el ascensor y cerré los ojos recostando mi cabeza contra el frío metal. Suspiré disfrutando el contacto de mi cabeza contra la pared del ascensor. Amaba el frío, siempre fue algo que me aliviaba un poco en momentos así. Una vez estuve en el auto, revisé mi celular primero deteniéndome en la hora, que marcaba las cinco de la tarde.
Alina nos había pedido si podíamos acompañarla a una cena con los amigos del chico que conoció la noche de su cumpleaños. Ella quería ver al chico, quien quería presentarle a sus amigos, pero no quería estar sola y nos pidió algo de apoyo moral. Como los buenos amigos que éramos decidimos hacerle el favor, bueno, en realidad ,Jordan aceptó encantado y la ermitaña que habita dentro de mí aceptó, con algo de renuencia a salir del piso y estar con un montón de desconocidos. Se suponía que el encuentro sería a las siete y media, por lo que tenía tiempo para dormir un poco, con la esperanza de que el dolor de cabeza baje un poco.
Mi celular sonó notificando que me acababa de llegar un mensaje. Estiré mi mano hacia la mesa de luz tomándolo entre mis dedos. Con mi cabeza aún debajo de mi almohada lo desbloqueé haciendo que la luz me cegara momentáneamente. Entrecerré los ojos y le bajé el brillo al mínimo. Entré a Whatsapp notando que los chicos habían escrito en el grupo. Alina había pasado la dirección del lugar y Jordan le había contestado que ya estaba saliendo. Eso fue a las siete, fruncí el ceño aún adormilada y miré la hora que marcaba las 20.45 h. Ya era muy tarde, no pensaba ir ahora llamando la atención de todos allí. Podía quedarme durmiendo sin problema y luego intentaría compensar mi falta con Alina. Solté un suspiro antes de bloquear mi celular. Lo dejé a mi lado en la cama acomodándome, aún con la almohada sobre mi cabeza, para seguir durmiendo.
Me encontraba en ese momento donde estás dormida, pero no del todo, porque aún eres levemente consciente de lo que sucede a tu alrededor. Aún puedes percibir los ruidos, por ejemplo, aunque tu mente se encuentre apagada. Era como estar en el limbo y fue entonces cuando escuché pasos, alguien había entrado a la habitación. El desconocido prendió la luz y me sacó la almohada de la cabeza. El desconcierto me hizo abrir los ojos de golpe haciendo que me arrepienta al instante. Si alguien venía a matarme o a robar que lo hiciera, pero ¿quién podía ser tan cruel para prender la luz y sacarme la almohada así? Eso ya era tortura. Me quejé enterrando la cabeza en mi cama.
Escuché una carcajada, que reconocería en cualquier lado y eso me hizo gruñir más. Sabía perfectamente de quién se trataba. Estaba empezando a ser un grano el trasero.
—Si quisiera matarte solo tendría que haber presionado la almohada contra tu cara. ¿Qué persona normal duerme así? — Se burló.
—Apaga esa luz del mal y vete. —refunfuñé molesta — Déjame dormir.
—¿Dormir? ¿A esta hora? —cuestionó incrédulo — ¡Eres una abuela! Estamos yendo tarde por tu culpa, así que levanta el trasero y ve a bañarte.
—¿Y quién te dio el derecho a entrar a mi casa y mandarme? —pregunté ya enojada.
—Tú, cuando decidiste ser mi amiga.
Podía percibir la sonrisa en su voz, lo que me hizo odiarlo más. Realmente odiaba cuando me despertaban y más de este modo. Mi mal humor podía notarse a kilómetros a la redonda, generalmente, cuando estaba así era como si me rodeara un aura negra. Era algo muy fácil de percibir en mí e incluso creía que hasta resultaba palpable en el ambiente que me rodeaba.
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Editado: 10.03.2022