Eterno retorno

Capítulo VIII

Habían pasado tres días desde que la bomba estalló. Fue peor de lo que creí. El mundo entero enloqueció. Los titulares no paraban y cada hora que pasaba eran más dramáticos.

¿Howard Richter engaño a Heather McDowell?

¿Harper Richter es realmente la hija de Heather McDowell?

¿Quién es Adaline Jones?

El misterio de la familia H.

Estaba harta de la prensa. No había lugar en el que no se hablara del tema: la televisión estaba plagada de programas hablando de lo mismo, panelistas dando su opinión y sacando conclusiones; Twitter era un hervidero de comentarios malignos; Instagram estaba lleno de encuestas y fotos de la familia. Todo el mundo se encontraba opinando sobre mi vida y la pregunta era ¿con qué derecho lo hacían? ¿Qué demonios los hacía creer que tenían derecho alguno para hacerlo? Solo porque eran periodista se creían con la posibilidad de dar cátedra de vida y si los investigara seguramente ellos también tendrían mierda con la que lidiar y estarían tapados de ella hasta el cuello, peor que yo.

Tenía un equipo conformado por cuatro personas de seguridad que me protegían. Había seguido con mi vida normal, yendo al trabajo y haciendo lo hacía cada día porque quedarme en casa significaría ocultar algo o evadir el tema y «los Richter no hacemos eso». Toda la familia había seguido con su vida como si nada hubiera pasado y también tenían a personas que los protegían. No había hablado con ellos, pero era lo que se veía en la tele y lo que solíamos hacer en casos como estos. La diferencia era que en otras ocasiones, eran mentiras lo que se decían, ahora era la más absoluta de las verdades.

Sabía que serían semanas duras, pero nunca me imaginé cuánto. No era nada comparado con otras veces. ¿En serio era esto relevante? Porque no informan de las muertes que hay en otros países a causa del hambre, de las guerras, de las mujeres a las que se les vulneran sus derechos. Cuando estaba en la calle, en el mejor de los casos, algún periodista se acercaba para hacerme preguntas o en el peor, era perseguida por una ola de ellos. Amablemente paraba y con una sonrisa ensayada contestaba todas sus preguntas. Las respuestas eran siempre las mismas: «no hablo de ese tema, es solo otro rumor de los tantos que se han inventado, mi familia está tranquila porque nosotros sabemos cuál es la verdad, no me interesa opinar sobre algo que no tiene sentido…».

Por supuesto, mis amigos me habían enviado mensajes e incluso llamado para saber si estaba bien. Sabían que odiaba cuando se esparcían rumores y los periodistas prácticamente te acosaban por obtener una nota, por encontrar algo que les diera la razón, que les diera la primicia o la fama que tanto buscaban. Claro que nunca les dije la verdad y les aseguré infinitas veces que estaba bien cuando en realidad solo quería ser enterrada viva.

La consulta de esa semana con Arthur fue por videollamada, había sido de esa manera porque me resultaba imposible salir sin que la prensa me siguiera. Lo último que quería era que también persiguieran a Wilhelm o los nuevos titulares se trataran de mi yendo al psicólogo. No tenía nada de malo, pero la prensa era muy amarillista, no tenían escrúpulos y a pesar de estar en el siglo xxi, había una gran cantidad de personas que asociaban ir al psicólogo con estar loco.

Le había contado todo lo ocurrido con mi padre, incluyendo la verdad sobre el tema del momento, no me había guardado nada porque necesitaba hablarlo con alguien y sabía que él nunca me delataría. Además, necesitaba escucharlo antes de perder la cabeza.

—Déjame decirte que te felicito por haberte plantado así frente a tu padre. —dijo a través de la pantalla de mi laptop. —Ese un gran paso.

Asentí en medio de un suspiro y miré hacia un costado aburrida. Era probable que ese fuera un gran paso, pero ¿a qué costo? No quería volver a ese horrible lugar. Tenía verdadero pánico a mi padre porque sabía de lo que él era capaz, ya me lo había demostrado una vez.

—Quiero que nos detengamos en algo que tu padre te dijo, que debías ser perfecta.

Perfecta. Esa maldita palabra la llevaba tatuada a fuego en mi ser. La odiaba casi tanto como a Howard, aunque forma parte de lo que soy.

—¿Qué hay con eso? —pregunté sin ganas.

—Toda tu vida tus padres te han exigido que seas perfecta. — Comenzó su explicación con calma y de alguna manera supe que no me iba a gustar el camino por el que iba a llevar la sesión de ese día. —Creciste creyendo eso, además de otras cosas, porque el sistema de creencia comienza en la infancia y permanece sobre toda nuestra vida, si no se lo cambia. Hoy por hoy sigues creyendo eso, que debes ser perfecta en todo y para todos. Te autoexiges ser perfecta.

—Yo no me autoexigo. — Negué con el ceño fruncido.

—Te la pasa autoexigiéndote. — Me contradijo con la obviedad palpable en su voz —Lo haces en todos los ámbitos de tu vida, con todo lo que te rodea, con todo lo que haces. Por ejemplo, cuando quieres cubrir las expectativas de tus padres. Tú se lo dijiste a Howard nunca es suficiente lo que haces entonces, deja de hacerlo, deja de buscar el premio.

—No hay ningún premio. —aclaré molesta de que supusiera algo como eso. Todo lo que siempre hice fue para ellos se sintieran orgullosos de mí. Ese era el único premio que quería, es completa estupidez. Solo quería escuchar cuatro malditas palabras que nunca pronunciaron. —Nunca lo obtuve de su parte. Nunca me dieron lo que tanto necesité. El castigo siempre estuvo, pero el premio no.




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