Había tenido que viajar a España para convencer, personalmente, a un autor a que publicara con nosotros. Fue una gran revelación, su obra era algo sublime, los giros de la trama eran tan sorprendentes y atrapantes que había logrado algo único. Causó el revuelo del año para el mundo editorial porque todos lo querían, pero solo una podría tenerlo. Fue lo más parecido a una guerra lo que se había gestado. Luego de una extensa y difícil negociación pudimos llegar a un acuerdo. Publicaría conmigo. No estaba sorprendida porque eso lo supe y lo tuve en claro desde el momento que descubrí su obra, allí había tomado la decisión de que eso sucedería. Puse mi foco, mi mente, mi trabajo y esfuerzo en que ello se cumpliera. Cuando me ponía un objetivo no paraba hasta conseguirlo.
Estuve afuera dos semanas. En ese tiempo poco a poco todo había vuelto a la «normalidad». La prensa ya no me atosigaba ni hablaba tanto del tema, por mi parte, puede volver a respirar con tranquilidad y seguir mi vida. Ahora el foco estaba puesto en el reciente fallecimiento del primer James Bond, Sean Connery. El viaje a España me sirvió porque, alejada de la mirada ajena de la prensa y en un lugar en donde podía pasar un poco más desapercibida, hice algo que había querido hacer hace tres semanas. Fui a un estudio de tatuajes prestigioso y privado. Se trataba del mejor tatuador de Barcelona, que ofrecía toda la privacidad y confidencialidad necesaria a sus clientes.
En mis costillas izquierdas, pequeño, delicado y con una caligrafía elegante figuraba el nombre de mi madre: Adaline.. Ahora tenía un tatuaje, con un gran significado, que me acompañaría toda la vida. Sería el tiempo que mi madre, mi verdadera y única madre, no pudo estar conmigo. En mi mente no dejaba de resonar que ella sacrificó su vida por la mía. Eligió morir para que yo tuviera alguna oportunidad de vivir, pero esto, mi vida, ¿podría ser considerado vida? Yo no consideraba que estuviera disfrutando de la vida, y también creía que no estaba viviendo de la manera que quizás a Adaline le hubiera gustado que lo hiciera.
No me arrepentía de lo que había hecho, tenía más tatuajes, pero sabía que por ahora, era una declaración de guerra silenciosa hacia mi padre. La guerra estallaría cuando él, algún día, vea mi tatuaje o si la prensa lo veía. En ese caso, sería una confirmación de todo lo que dijeron en su momento. Volvía a casa con mi mente tranquila, con mi alma en paz y con el firme pensamiento de que lo hice fue lo correcto.
El tiempo que estuve ausente los chicos salieron bastante. Vi muchas fotos de ellos en distintos lugares. A vece solos con sus respectivas pareja o todo el grupo de amigos. Por lo pronto las relaciones tanto de Jordan con Emilia como la de Alina con Carter se estaban afianzando, llevaban un buen rumbo y yo aseguraba que llegaría a buen puerto. Estaba felices por ellos, su felicidad, su tristeza o su dolor siempre sería el mio porque eso hacen los amigos y yo lo único que quería era verlos bien, siendo felices.
Mi relación con Dylan… era un caso complicado. Nos estuvimos mandando algún mensaje pero no ha sucedido nada relevante hasta el momento. Ni siquiera sé porque digo relación si no tenemos ninguna, quizás se más apropiado catalogar lo que sea que tengamos como un vínculo. El tipo de vínculo… es algo que aún no tengo definido.
Era el tercer viernes del mes de septiembre cuando volví a casa. Si bien lo que quería hacer era descansar Alina había propuesto que salgamos a bailar para celebrar que había vuelto. Ni siquiera me fui tanto tiempo o de vacaciones. La conocía perfectamente y sabía que ella buscaba cualquier ocasión para salir de fiesta. A veces era sin razón alguna y otras tantas buscaba cualquier motivo sin sentido para justificar sus ganas de salir a celebrar algo. Aunque quisiera negarme reconocía tres cosas. Primero, que salir me haría bien para intentar distraerme y divertirme después de todo lo había pasado. Segundo, aun si me negaba, tanto Jordan como Alina eran capaces de ir a mi apartamento y llevarme a rastras. Tercero, sabía que Dylan iría porque había confirmado en el grupo de Whatsapp y tenía una pequeña ansiedad creciendo dentro de mí por los nervios que me provocaba volver a verlo.
Cuando llegué a mi apartamento dejé las valijas en la entrada y corrí a mi habitación. Eran más de las ocho y a la nueve vendría Alina a buscarme. Luego de meterme en la ducha, asearme, salir y ponerme cremas me quedaban solo treinta minutos. Rápidamente me sequé el cabello, lo recogí en una cola alta y con la buclera le hice ondas dejando unos mechones cortos que cayeran a los costado de mi rostro. Procedí a maquillarme con base para uniformar el color, un polvo mate para eliminar el brillo y me puse un poco de rubor rosa ligero para mis pálidas mejillas. Los ojos comencé pintándolos con un color beige de base, luego un color café sobre el párpado móvil, después apliqué un poco de delineador y máscara para pestañas. Acostumbrada a mi característico labial rosa pálido decidí arriesgarme por un labial wicked en tono mate.
Fui a mi armario y comencé a observar inquieta algo para ponerme. Cada vez estábamos más cerca del invierno y las temperaturas en la noche descendían. No quería congelarme, pero en el baile iba a hacer calor. Elegir ropa era difícil. No dejé de caminar observando todo y pensando que no tenía nada para ponerme. Sabía que no contaba con tanto tiempo. Debí elegir la ropa antes y luego ver cómo maquillarme, no al revés. Finalmente, opté por ponerme un vestido rojo vino sin mangas pegado al cuerpo que llegaba por arriba de mis rodillas. Tenía un poco de cuello y cubría la mitad de mi garganta. Lo acompañé con unas medias de nylon negras y unos botines negros. Tomé una chaqueta de cuero junto a mi pequeño bolso y estuve lista para salir.
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Editado: 10.03.2022