Eterno retorno

Capítulo XII

El repiqueteo de mis dedos sobre el reposabrazos del sillón iba en perfecta sincronía con el tic tac del reloj. Observaba impasible a través del ventanal la lluvia otoñal que comenzaba a caer. No era una lluvia fuerte ni tampoco débil, de esas que las mini gotas parecen que ni se ven, era un término medio. Era una lluvia constante, pareja, acompañada de un leve viento que hacía volar algunas hojas de otoño antes de que quedaran pegadas contra el asfalto por el agua. Mis ojos se detuvieron en un remolino que se armó cerca de la ventana, me perdí en el danzar de las hojas, en la forma que se mezclaban, giraban y volaban alto antes de volver a estar cerca del suelo. Parecía que jugaban entre ellas, pero el juego terminó en el momento justo que Arthur se aclaró la garganta trayéndome de nuevo a la realidad.

Estaba en su consultorio, en nuestra sesión semanal de terapia. Wilhelm se había acordado del desafío que me había propuesto hace un par de semanas y decidió que este era un buen momento para hablar sobre eso. Por mi parte, de lo último que quería hablar con él era sobre Dylan. En otro momento quizás no me hubiera molestado, no obstante, después de lo que sucedió la última vez que nos vimos le he estado dando vueltas a algo en mi mente que me mantenía en vilo e intranquila. No quería compartirlo con mi psicólogo porque escuchar su percepción me daba miedo. Tenía temor sobre lo que me pudiera llegar a decir o sobre lo próximo que me pediría que haga. Fue así, que luego de recordar ese tema, terminé por ignorarlo observando el exterior de su oficina.  

—¿Hiciste la tarea? —interrogó alzando una ceja, ante mi silencio.

Rasqué mi cuello incómoda sin molestarme en disimular la mueca en mi rostro.

—Algo así. — Me limité a contestar frunciendo los labios.

—Cuéntame. —ordenó ladeando su cabeza para estudiarme mejor.

Suspiré, me acomodé en el sofá y comencé a jugar con un hilo suelto de mi pantalón de jean gastado. Necesitaba entretenerme con algo para calmar mi ansiedad, no me gustaba hablar de estas cosas. Ni siquiera sabía tanto sobre él y el supuesto desafío me parecía una estupidez. No entendía cómo siempre terminaba por hacer todo lo que él me proponía.

—Su nombre es Dylan, — Comencé a hablar con rapidez para terminar con esto cuanto antes. Lo que sabía sobre él eran cosas contadas por lo que cuánto más rápido hablara más rápido terminaríamos con esto para poder irme a casa. — es abogado, su mejor amigo se llama Carter y su amiga Emilia, los tres se conocen desde que son niños. Junto a Carter tienen un estudio de abogados y son socios. Fin de la historia.

Me quedé perdida en mis pensamientos recordando las veces que habíamos estado juntos. Era verdad que no sabía mucho sobre él por no decir nada. Esos detalles eran intrascendentes y solo tenía conocimiento de ellos porque en algún momento él o alguno de los chicos lo dijo. Jamás le pregunté nada acerca de su vida. Ese pensamiento me hizo fruncir el ceño, las veces que nos vimos Dylan se ha centrado más en mí y no le presté la suficiente atención. Nunca hablamos de él. Claramente estoy en desventaja porque él es capaz de leerme y de esa manera sabe más cosas sobre mí.

—¿En qué piensas? —preguntó, Arthur, interesado.

¿Admitirlo o no admitirlo? Recosté mi cabeza en el respaldo del sillón antes de mirarlo.

—En Dylan. —admití suspirando. — En realidad, no sé mucho sobre él. Solo he podido decirte esas cinco cosas. Y tengo una foto con él para que veas que es real. — Mencioné antes de que me reclamara la dichosa foto.

En mi celular busqué una de las fotos que nos sacamos en las mini vacaciones que nos tomamos. La había sacado Adam y era del día que casi le rompí la nariz al ojiazul, nos habíamos arreglado para ir a cenar y Alina le pidió que nos tomara una foto en la sala de la cabaña. Cuando por fin encontré la foto se la enseñé señalando a mi desafío con el dedo.

—¿Por qué no sabes más nada sobre él? —cuestionó mirando la foto con detenimiento antes de volver a acomodarse en su sofá, frente a mí.

—Dylan quiere conocerme y cuidarme. —le conté incómoda, volviendo a juguetear con el hilo de mi pantalón. —Eso es lo que me ha dicho. Lo quise espantar, de todas las maneras posibles, pero no funcionó. Él está decido a eso. No sé nada más sobre él porque el poco tiempo que pasamos juntos él se centra en mí.

—¿Y cuál es el problema con eso? —habló con parsimonia como si no estuviera al tanto de cómo me sentía respecto a ese hecho, como si no viera todo el problema que había detrás de eso. —No tiene nada de malo que alguien quiera conocerte y cuidarte. A mí me parece un buen gesto. Además, parece directo, te ha dejado las cosas claras desde un principio.

Ni bien lo escuché detuve mi jueguito con el hilo, alcé la vista contemplando al hombre frente a mí, con una mirada furibunda ante la estupidez que había dicho. No solo me molestaba lo que dijo sino la tranquilidad con la que lo hizo, sacándole importancia al asunto, como si fuera algo sencillo. Quizás era algo carente de relevancia para otra persona, no para mí y el maldito lo sabía. Lo conocía lo suficiente para saber que actuaba así porque quería que le admitiera algo. Maldito cretino.

Apreté mi mandíbula con fuerza al punto que llegó a dolerme. Tomé aire soltándolo despacio para calmar la lista de insultos que querían salir de mi boca.

—El problema — Comencé hablando entre dientes —es que tengo miedo. — Reconocí lo que él quería escuchar, lo que me lo confirmó el atisbo de una sonrisa que reprimió tarde —Me encariño rápido con las personas, lo sabes, ese es mi mayor defecto, entre tantos otros. Tengo miedo a encariñarme y que él luego se vaya. Se me da mal perder a las personas que quiero, también sabes eso — Señalé— Aunque algunas veces… — Reconsideré mis palabras un segundo antes de suspirar — o la mayoría de las veces, mejor dicho, yo sea la culpable de eso. No soy buena manteniendo relaciones, de cualquier tipo. También…




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