Las llamas arrasaban con todo el lugar, el olor a quemado se percibía en el aire y el humo llenaba poco a poco sus pulmones. El respirar empezaba a volverse imposible, los gritos desgarradores de niños y mujeres quemándose irrumpían en sus tímpanos; llevó ambas manos a sus oídos en un intento por aislarse de todo sonido que pusiera en peligro su cordura. Las lágrimas se abrían camino a través de sus pómulos, llevándose con ellas la ceniza que cubría su rostro, y sus extremidades, le hacían avanzar sin rumbo.
Aterrizó boca abajo raspándose las rodillas, las palmas de las manos y gran parte de la cara, su piel se rasgaba como papel mientras un ligero pero insistente ardor le quemaba las partes afectadas, se enderezó con dificultad y continuó corriendo.
Perdió la noción del tiempo, la fe que tenía comenzaba a desmoronarse al darse cuenta de que se encontraba acorralado, todo lo que en algún momento conoció ahora se desvanecía frente a sus ojos. Una tranquilidad aterradora lo paralizo, la falta de oxígeno le hizo sentir una impotencia incontrolable y una tos seca le privó de la voz.
Lo que estaba ocurriendo era difícil de procesar —o al menos para un niño, porque eso es lo que era, una criatura indefensa— pero tenía conciencia de que no debía permanecer en la zona; pedir ayuda acabaría con el poco oxígeno que podía inhalar, así que se arrastró, sus piernas no le respondían pero sus brazos sí. Con dificultad y prácticamente moribundo centró su atención en el cielo —anhelando alcanzarle de ser posible—, el ambiente ahora permanecía en silencio, los gritos habían cesado y lo único que le atemorizaba era esa flama candente que le pisaba los talones.
Extendió sus brazos a su máxima capacidad para avanzar más rápido, después de varios minutos —que parecían haber sido horas—, llegó a las orillas de un bosque colindante dónde su resistencia se vio nula y le obligo a ceder, colapsó al instante.
*
Tiempo actual
Existe un planeta extrasolar de color azul en el que llueve cristal, en este mismo, habita una variedad de criaturas con diversas habilidades, algunas sobresalientes y otras todavía no descubiertas. Cada una se encuentra perfectamente adaptada a su entorno pues, el mismo está dividido en tres zonas: Varm (la zona cálida), Forkjølelse (la zona fría) y Herdet (la zona templada). La última es la más habitada por lo que, uno de los mercados más importantes se extiende a través de sus avenidas, ocupando en su totalidad el área y, en donde laboran herreros, comerciantes de toda clase, agricultores y, por supuesto, usurpadores. Todas las criaturas sin distinción son sorprendentes, pero una en específico resalta por encima de las demás. Se trata de un chico albino, con una esbeltez notable, su estatura no sobrepasa el metro ochenta y sus fanales tienen un color inusual para su condición, son dorados. En compañía de esté, un ave de majestuoso plumaje.
—Recuerda seguir al pie de la letra el plan acordado —exclamó nervioso— ¡Hey! ¿Estás escuchando lo que te digo?
— ¿Qué decías? —dijo, desconcertado.
—Khaled, tienes que concentrarte —reclamó molesto picoteando su cabeza—, esté momento es decisivo, un mínimo error y nos cortan la cabeza o nos llevan al calabozo.
—Es sencillo para ti, tú no eres quien arriesga el pellejo —añadió manipulador— además, ¿podrías transformarte en Blake? Soy alérgico a las plumas y detestó el olor a pájaro.
—Oye eso fue cruel, pudiste hacer uso de otra palabra. Ave, por ejemplo.
—Es lo que eres mi querido emplumado.
Centró su atención en el blanco, un hombre fornido dueño de una variedad de reliquias, muchas de ellas, vasijas que vende en cantidades descomunales. El albino salió del escondite en completa calma, caminó con total seguridad hasta el negocio del hombre y, Blake permaneció entre las sombras patrullando la zona. Cualquier indicio que les expusiera ante el peligro, el ave, daría la señal de retirada.
Al encontrarse frente a frente con aquel colosal hombre, la seguridad de Khaled se desvaneció, las manos le temblaban, sin embargo, disimulo cruzando los brazos. Sin perder más el tiempo cogió el objeto e intento salir corriendo. El vendedor le sujeto por el cuello de la chaqueta, Khaled pataleó intentando zafarse, de pronto sus pies dejaron de tocar el suelo.
—Devuelve lo que me has robado —bramó furioso.
—No sé de qué hablas —añadió presuntuoso.
—Conozco a los de tu calaña —argumentó con firmeza— el fingir que no sabes de lo que hablo sólo provocará que haga pedazos tu cabeza.
Editado: 18.06.2019