Nota del autor:
Rosario es la tercera ciudad de Argentina detrás de Buenos Aires y Córdoba. Esta hermosa ciudad costera vio nacer a grandes talentos: Libertad Lamarque, Alberto Olmedo, Luciana Aymar, Lionel Messi, Fito Páez, entre otros. Fue allí, en Rosario, donde viví entre 2007 y 2010. Por entonces yo era jugador profesional de vóley en Puerto San Martín, un club que lleva el mismo nombre del pueblo y que está pegado a San Lorenzo (sí, la ciudad del célebre combate). Pero Puerto San Martín no me gustaba, así que llegué a un arreglo con el club y me quedé viviendo en Rosario. Como la Liga Nacional de Vóley duraba siete meses, tenía casi todo el otoño y el invierno libres para hacer lo que quisiera. Yo ya escribía, para ser exacto, escribo desde que tengo uso de razón: caricaturas, poemas, paredes, sueños, hasta una novela tan larga como mala que descansa para siempre en algún cajón de mi placar.
Felizmente dedicaba todo ese tiempo libre para leer y escribir, y por supuesto, para salir y divertirme. Cabe aclarar que Rosario no era la meca del narcotráfico que es hoy en día. En esa época uno podía andar más o menos tranquilo. Recuerdo cómo disfrutaba de aquellas caminatas interminables por las veredas rosarinas llenas de hojas secas, de luz y de sombra. Recuerdo el aire y el sol en la cara y yo sorprendiéndome de todo, como un niño. También recuerdo el río Paraná y la costanera, la incertidumbre voraz y la confianza extrema y absurda en mí mismo que me hacía creer que podía apretar el mundo con la mano.
Antes de mudarme a un cómodo departamento en la calle Suipacha, viví un tiempo en una pensión del pasaje Esmeralda, cerca de la terminal de ómnibus. Era un lugar horrible por cuyos pasillos merodeaban sujetos abominables y peligrosos. En ese momento pensé que había tomado una de las peores decisiones de mi vida; ahora estoy convencido de que nunca estuve tan cerca de la realidad como entonces. Allí conocí a Esteban, un vendedor de chucherías oriundo de Caleta Olivia. Esteban era un pibe de 25 años, como yo, que había caído en las drogas hacía rato. Bastaba verlo para darse cuenta. Cuando lo conocí, ya estaba arruinado por la cocaína y las drogas sintéticas. Le gustaba el cine y la poesía. Una vez se animó a mostrarme un poema que le había escrito a la hermana. Le dije que el poema me había gustado mucho. Supongo que no me creyó, porque nunca más volvió a mostrarme uno. Intenté ayudarlo, pero él parecía flotar al costado del mundo. Dos o tres veces me golpeó la puerta de mi habitación, de madrugada, pidiéndome plata. Me decía que era para volverse a Caleta Olivia, pero la verdad es que nunca se iba de Rosario. En las ciudades grandes es difícil hacer amigos si uno anda sin efectivo. No alcanza con la juventud y las ganas. Por momentos yo pensaba que la soledad consumía a Esteban más rápido que las drogas.
Una mañana fría de agosto de 2008 Esteban cayó a la pensión con una caja y una sonrisa de oreja a oreja. Le pregunté a qué se debía tanta alegría. Me dijo que había vendido sus cosas y que con esa plata había adquirido un kit de Herbalife… ¡Ah!, y un traje y unos zapatos negros. Hasta ahí, todo bien. Pero el tiempo pasó y esa sonrisa se fue desdibujando. Nunca me lo dijo, pero sospecho que debe haber vendido el kit, el traje y los zapatos, o los debe haber canjeado por drogas. Vino septiembre y con él los primeros calores. La imagen sigue intacta en mi memoria porque yo estaba en mangas cortas cuando me asomé al pasillo y vi en la habitación de Esteban a una mujer sacando ropa de una valija. Le pregunté por el inquilino anterior. Pero la mujer no me contestó, sacó un aerosol de la valija y me espantó echándome desodorante de ambiente. Quiero creer que no hablaba español. Sin embargo, el resto de los inquilinos y el dueño de la pensión, que sí me entendían, tampoco sabían nada de él. En el fondo eso nunca me sorprendió: en pensiones como aquella del pasaje Esmeralda nadie sabía nada de nadie, y punto. Al año siguiente apareció Facebook para hacer público todo. Pero ni siquiera ahí estaba. Esteban había desaparecido sin explicación alguna. Todavía puedo recordarlo, de espaldas a mí, con el traje puesto y arremangado en las muñecas, lustrando los zapatos con medias oscuras para que éstas no se les ensucien.
Y es hasta el día de hoy, casi diez años después, que aquel joven de Caleta Olivia sigue siendo un enigma para mí.
Villa Mercedes, junio de 2017
1
—EVERLIFE fue creado para prolongar la vida y los sueños de los humanos —dijo el vampiro, señalando el recipiente que acababa de colocar sobre la mesa.
La periodista Miranda Llach miró de reojo a Martín Kolodzinski, el jefe de redacción. Éste, parado en un rincón de la sala y con los brazos cruzados, se encogió de hombros.
—¿Algo así como… el secreto de la juventud eterna? —le preguntó Miranda.
—Exacto —respondió el vampiro, extendiendo sus dedos largos y blancos por encima del recipiente—. EVERLIFE es un suplemento nutritivo a base de hierbas naturales capaz de detener el envejecimiento. Le voy a explicar: nuestro organismo es un sistema dinámico en estado de degradación y reparación permanente que finalmente acaba con la muerte. El envejecimiento se debe a una ruptura de ese equilibrio, cuando la acumulación de daños sobrepasa la capacidad de reparación. Los nutrientes de EVERLIFE actúan como un mecanismo de regeneración celular instantáneo.
—¿Podría ser más claro, por favor? —dijo Miranda.