Eviterno

Capítulo III: Arrebato

Se tocó el pecho y frunció el entrecejo. De repente, se sintió preocupado, no porque pensara que le había ocurrido algo malo a Cassiel. Parecía prever una situación para nada agradable, y reforzó este pensamiento en cuanto el pelinegro se dejó caer a su lado con la cabeza gacha. Decidió apagar el cigarrillo y le prestó toda su atención. Su silencio sería suficiente para instarlo a hablar, y así fue.

—¿Sabes? Tengo una familia «excelente». Muchos desearían tenerla —empezó a narrar, y Lucas no desvió la mirada de su rostro serio, distante—, pero tienen más falencias que cosas buenas. Si cometes un error, serán los primeros en juzgarte, y si no estás bien emocionalmente, serán los primeros en darte la espalda porque no les importa cómo te sientes. Es decir, son ese tipo de familia que se muestra perfecta ante otros, los desconocidos, pero muy en su interior carece de preocupación y la apatía es su primera emoción. —Se encorvó más y se cubrió la cara con las manos—. Creen en Dios, asisten a la iglesia, comparten en todas las reuniones y son señalados como los creyentes ideales. Sin embargo, ante cualquier pensamiento que esté en contra de sus ideales tomarán medidas extremas, como aislarte, lo que han hecho conmigo —susurró, y se rio con amargura.

—¿Qué? ¿Acaso has cometido lo peor? Ser gay, por ejemplo —bromeó, y se silenció cuando Cassiel lo miró sin pestañear—. Ah, ya veo. —Carraspeó y dejó de observarlo.

 No supo qué decirle, cómo apoyarlo. No era la persona ideal para esas situaciones porque su primera reacción sería caer en el silencio. No se consideraba homosexual, heterosexual, pansexual, lo que fuera, solo se pensaba como él mismo. Sopesaba que encasillarse de esa manera era estúpido, pero respetaba a los demás si decidían elegir una orientación sexual para sentirse cómodos e identificados. Aquello era normal porque muchos esperaban hallar consuelo y comprensión, y la mayoría de las veces los resultados eran óptimos. Sin embargo, era más la intolerancia que la comprensión, y por eso mismo, cuando le preguntaban su sexualidad por su comportamiento espontáneo con ambos sexos, hacía perder el interés creciente al cambiar de tema, uno más sofisticado y que atrajera más la curiosidad que conocer sus «gustos».

Tragó saliva y se relamió los labios, nervioso.

—Cassiel…

—No necesito que me consueles, solo escúchame, ¿por favor? —Asintió al instante, y Cassiel sonrió complacido—. Me enamoré muy joven de mi vecino, quien me daba la atención que mi familia no me brindaba. Es diez años mayor que yo. Solo tenía quince años cuando decidí… —vaciló— experimentar el sexo con él. Como podrás pensar, no fue una relación justa. Él se aprovechaba de su autoridad al ser mayor y yo me dejaba hacer porque no sabía pensar muy bien en mí. Mi prioridad era satisfacerlo, rellenar todas sus expectativas. No pensaba en lo que yo quería a cambio, ¿puedes creerlo? Era tan inmaduro.

Lucas presionó los labios.

Eran muchos los casos donde se aprovechaban del menor y lo denigraban hasta el punto de confundirlos y llevarlos a tomar decisiones que en vez de mejorar la situación la empeoraban. Caían en más manipulaciones y permitían que parte de su personalidad, que descubrían poco a poco, se viera nublada por lo que les imponían.

—No es tu culpa —espetó, y en un arrebato giró su rostro y lo asió con determinación—. ¡No es tu culpa, sino la de ese desgraciado! Tan solo eras un adolescente que exploraba su sexualidad y no tenía la supervisión adecuada. Hallaste las carencias en él. Encontraste un refugio en ese… ese malnacido. —Le apretó las mejillas al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos—. Seguro lo viste, ¿cierto? —Cassiel asintió—. ¿Y qué? Demuéstrale que ya hiciste tu vida lejos de él y que es un maldito manipulador. Ya no tiene nada que ver en tus decisiones porque ya perdió ese poder. Ya no es nadie.

—Lucas —agarró sus muñecas y lo acercó—, pensé de nuevo que todo fue mi culpa.

El susodicho ladeó una sonrisa, alejó las manos y, tomándose tal atrevimiento, le besó la mejilla. Cassiel se estremeció y apretó los párpados con fuerza. No esperaba ese tipo de consuelo, pero era el que necesitaba. Lucas volvió a besarlo, mas esta vez en la frente, y cuando se apartó, Cassiel se sintió desolado.

Sacó de la cajetilla el penúltimo cigarrillo, mordisqueó el filtro y lo encendió mientras movía la cabeza. Le dio una larga calada antes de obligarlo a hacer lo mismo. Inclinó la cabeza y le palmeó la mejilla.

—Que el humo te ayude a desvanecer este dolor, Cass.




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