Eviterno

Capítulo VIII: Curioso

Había notado que el corazón no seguía órdenes de su cerebro y se volvía impertinente en los momentos menos indicados, como ese. Cassiel le relataba su jornada laboral con tanto empeño que se enternecía y se cuestionaba cómo era posible que se entretuviera con la cantidad de palabras que el joven soltaba en segundos. Antes le hubiera irritado y habría inventado alguna excusa para deshacerse de él, pero el pecho se le calentaba y los labios se le entumecían, impidiéndole siquiera aportar una observación respecto a la nueva queja que ahora le comentaba.

Tragó saliva y sacudió la cabeza al notar que la colilla que sostenía entre sus dedos índice y medio estaba a punto de ser consumida. Decidió apretarla contra la superficie tosca de la banca y se permitió distraerse un poco con la cajetilla para ignorar las sensaciones abrumadoras que lo embargaron en cuanto se percató de que había cambiado. Ahora sonreía cada vez que pensaba en Cass, extrañaba su presencia y no dormía por la anticipación de verlo la noche siguiente, por lo que llegaba a su trabajo agotado y somnoliento. Aun así, no se recriminaba esto, antes reforzaba su anhelo de compartir más con Cassiel.

Encendió el tercer cigarrillo de la noche, cosa que lo sorprendió, ya que solía fumarse hasta días en ese intervalo de tiempo, y escrutó el cabello oscuro del joven a su lado. Le dio una calada rápida y le asintió para que prosiguiera. A pesar de que parecía distraído, estaba atento incluso a los gestos que exhibía el rostro iluminado por la farola sobre ellos. Exhaló el humo y se acomodó mejor en cuanto la espalda le lanzó una estocada de dolor. Acomodarse de medio lado para reprimir los recuerdos e intentar dormir le había causado dolores que intentaba soportar a altas horas de la madrugada.

—¿Y sí revisaste bien la fecha de caducidad? —preguntó interesado, y se frotó la espalda baja.

Cassiel notó esto, pero aun así se hizo el desentendido. Sabía muy bien que Lucas evitaría su preocupación y lo conduciría a narrarle algo más, como las veces que se desvelaba jugando en su teléfono para no evocar el recuerdo del rubio que tanto le robaba el pensamiento.

—Tres bebes, y, pese a ello, dejé algunas latas vencidas. Agradezco que mi empleador es relajado.

Lucas asintió y dejó caer las cenizas entre sus pies cubiertos por zapados que a muchos les parecían incómodo, pero que para él representaban bien la palabra «comodidad». Ladeó una sonrisa y golpeó con su hombro el de Cassiel en cuanto le dijo que debía estar más pendiente de la caducidad de los productos para no cometer el mismo error de nuevo.

Había paz anidándose en el pecho de ambos, y eso los abrumaba.

No estaban acostumbrados a sentirse plenos y distanciados de la negatividad que alzaba el puño para derribarles los frágiles muros de esperanza y perseverancia.

Juntos habían descubierto que eran el perfecto eslabón para el otro.

Se estremeció cuando el cigarrillo llegó a su fin y hundió el ceño. Era toda una curiosidad que su ansiedad no le rogara fumar más en ese instante. Incluso pensó que perdía su característico afán de terminarse la cajetilla en cuanto antes. Alzó la vista y la ancló en Cassiel, que lo miraba con una sonrisa contenta. Se congeló. Cass se había detenido y había decidido mejor observarlo porque la dicha que esto le daba era mayor que decirle todo lo que vivía en cada jornada laboral. Se entretenía escrutando el cabello rubio, las ojeras profundas bajo los ojos de un tono verdoso pálido, la resequedad en sus labios porque se arrancaba la piel de allí inconscientemente, las pecas que le disminuían la edad y lo hacían parecer más joven, la expresión astuta que se apoderaba de su rostro cuando se dejaba conducir por completo de sus narraciones, la nariz con una pequeña protuberancia que le dañaba la rectitud… Todo de Lucas lo colmaba de sensaciones que estaba dispuesto a sentir una y otra vez en más instantes que pudieran compartir. Sin embargo, la oscuridad en su interior se regodeaba y le arrebata ese pequeño anhelo de fortalecer incluso más su relación.

Presionó los labios y dejó de mirarlo.

Lucas percibió su humor decaído, por lo que le apretó el brazo para atraer su interés y le entregó el cigarrillo recién encendido. Cassiel se aferró a él devastado y cerró los ojos con fuerza mientras absorbía el humo cálido, que golpeó sus pulmones, provocándoles un ardor que lo reconfortó.

Se silenciaron y contemplaron el resto del parque.

Uno era manipulado por hilos que lo quebraban con cada sacudida, mientras que el otro se desvanecía en el mar de emociones reinantes que lo disuadían y lo alejaban de la realidad para no sentirse inseguro o entristecido, y ambos sabían muy bien que tarde o temprano uno se hundiría y el otro se volvería el títere perfecto, mudo y sin convicciones.




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