MÍA.
Eran las 4:39 pm, yacía parada frente a una puerta de madera roja mate, la puerta de la casa de Himura Taeyang, el hombre que me había persuadido para cometer la estupidez más grande que en mi vida podría hacer. Era tarde, habíamos quedado en una hora más impía como lo era las 2:45 pm, no obstante debido a mi poco conocimiento sobre la ciudad en donde vivía perdí dos horas saliendo de mi casa en el coche de mi madre y llegando al centro para después preguntar a varias personas que me miraban con mala cara sólo por no tener ojos rasgados y se rehusaban a darme cualquier tipo de dirección, llegar había sido complicado, más de lo que esperaba. Con escasez conocía los suburbios como para saber dónde éstos se encontraban, me perdí múltiples veces.
Un horrendo cosquilleo se posó en mi estómago, mejor denominado como nervios. No era para mí algo normal esto, a pesar de todo, no fui persona de muchas o grandes amistades; pasé por cambios tan bruscos a la corta edad de 14 años como para poder formar un vínculo verdadero con alguien que no fuese familiar, el saltó entre países había afectado mi sociabilidad y hasta ahora no había vuelto a ser la misma.
Me encontraba dubitativa sobre tocar la puerta, aún no estaba muy confiada con el caótico plan que a mí se me había ocurrido y que él me obligaba a llevar a cabo. Nunca pensé que llegaría tan lejos, fue un simple y llano juego, ya era consciente de que me convenía ser más prudente con mi elección de palabras y bromas.
Toqué el timbre tras meditar bien mis próximas acciones, al no escuchar nada toqué la puerta. Después de un momento se escuchó un: «voy» y salió un Taeyang con una toalla amarrada en la cintura y con su cabello pegado a la frente por las gotas de agua que se escurrían. «»
–– Mía–ssi ––me saludó con burla ya que habíamos acordado no utilizar honoríficos––, un placer verla, me disculpo por mi vestimenta, o falta de ella ––comentó con ironía––, me sorprendió en un mal momento ––empecé a reír con sátira por sus palabras tan caballerosas y formales, la suficiente parafernalia para que se escuchase tedioso.
–– Sólo Mía, por favor y ve a cambiarte, ¿no ves que tienes visita? ––le regañé en modo de broma.
–– Ponte cómoda, siéntate en el sofá, usa tu teléfono, no lo sé, el wifi es libre ––dijo mientras hacía un gesto queriendo decir que el wifi estaba en todas partes.
–– Ya lo dijiste ––me senté en el sofá de la sala.
Miré con detenimiento fugaz a la casa.
Era de paredes de color mostaza, con pequeños arreglos de madera; el sofá donde estaba sentada era de cuero color crema, con unos cojines a los lados de color vinotinto de gamuza, a juego con unos sofás individuales en las esquinas; había una alfombra estampada con colores como marrón claro, crema, rojo y amarillo en líneas que parecían v’s; había una mesa de cristal en el medio, había portarretratos y un jarrón con flores frescas en el medio; cerca se encontraba la cocina, era como una especie de habitación alterna, era una cocina cerrada con una puerta sin cerradura porque era de «empuje/jale» característico de las cocinas para mantener un acceso libre y sencillo. Su casa era hogareña, pero moderna. «»
Luego de una inspección rápida de su casa, él bajó por unas escaleras de caoba pulida que daban frente a la puerta que, raramente, no había advertido al entrar. Vestía un jean desgatado con una franela blanca y sandalias de hombre negras, algo sencillo para encontrarse en su casa.
–– ¿Entonces? ––preguntó sentándose en el sillón individual frente de mí.
–– ¿Entonces qué?
Se levantó y se fue hasta la cocina, buscó una botella de vino y dos copas. Abrió la botella con el sacacorchos pero yo ya me estaba rehusando. Me ofreció alzando la botella y dejándola a mi vista.
–– ¿Quieres? ––hice una mueca de asco, él sonrió a mi expresión.
–– No, gracias.
–– ¿Le tienes miedo? ––preguntó desafiante y me dio una mirada retadora, con escaso miedo le devolví la mirada.
–– No, pero si asco. Así que pasó.
–– Más para mí ––terminó con nuestra pequeña guerra de miradas, se llenó la copa y empezó a beber, cuando terminó me preguntó: