Expedientes Nepilia

Expediente N°1

A los vocablos simaritas, no les alcanzó el tiempo, los sonidos ni las páginas para definir con un mínimo de precisión conceptual (mucho menos, una seria exactitud catedrática), las manifestaciones que vieron durante generaciones. Sencillamente, sus simples mitemas desbordaban, mientras intentaban abstraer con un anhelo y fervor envidiables, incluso para reinos vecinos más desarrollados, manifestaciones, carentes de punto de origen.

Para quienes leemos y estudiamos su cultura, nos es evidente que existe un silencio, una serie de vacíos y espacios en blancos sin rellenar demasiado evidentes. Detrás suyo, un motivo mayor, poderoso, capaz de turbar la memoria colectiva de manera incomprensible, el cual se extendió como la mala hierba por una mente polvorienta.

Pido al lector que haga, tan siquiera, el intento de asimilar lo anterior, será más que suficiente para comprender los fallos (imposibles de justificar mediante explicaciones convencional) en el relato más reciente. Fue reconstruido y reinterpretado en base a los hallazgos más recientes y nos trasladan a los áridos y misteriosos páramos de Mithra y Anitia, donde nacieron las diferentes tribus simaritas. Precisamente, corresponde a la corriente más importante y prolífica, que a la posterioridad halló los beneficios del asentamiento en el Proponna y, terminó por fundar, la lengua lervne.

Las estrellas asomaban curiosas, pero mantenían la justa con aquel rincón desértico del mundo que los simaritas llamaban hogar. Un sutil interés divino reemplazaba su carencia de riquezas y virtudes ornamentales, que solían pagarse con heridas abiertas, suelos empapados de agua roja y huecos por rellenar en el cementerios; para suerte o desgracia del indefenso pueblo, hallazgos ménicos llamaban la atención de interesados que desviaban la vista y la visitaban, en un intento por sacar provecho.

En tierras donde lo poco abundaba, la gracia escaseaba y la tiranía acechaba, un punto del mundo comenzó a fragmentarse, tal como el suelo reseco o la crisálida de un insecto. Esquirlas de inmitigable naturaleza radiante se dispersaron entre las dunas, a medida que los contornos y gestos de una viajera ancestral, tan poderosa como un cuerpo celeste, se desplomaban dócilmente en el polvo.

Caravaneros adeptos a las tradiciones nirias de su aldea se acercaron, con postura encorvada y manos sobre el pecho, buscando devoción y compasión en la viajera; magnífico casco sobre sus ojos, piel terciopelo, pronunciadas hebras caobas hasta la espalda, quitón y manto de hilados claros, escamados acabados y sandalias de cuero.

Metanira, diosa de la fertilidad, primavera y guerra de estaciones cálidas que cayó esa noche, fue llevada frente al supremo guía espiritual terrenal (o fravenshi) y su familia real. El nombre fie custodiado de los anales del tiempo por su pueblo, pero se especula que fue un tal Yemalle el carroñero o Latedir I). Aquel puso a prueba las palabras de la visitante con dos pruebas: hacer rebrotar los cultivos perdidos la temporada anterior y devolver a su mujer la capacidad de engendrar un heredero.

Hasta ese punto del siglo V, la espiritualidad de la mayoría de pueblos simaritas conservaban una conducta religiosa similar al resto, pero las procesiones hacia los sagrados pedestales de Nur y Gnev, sol y luna, se vio interrumpida repentinamente. Las referencias y detalles que permitieron a los expertos determinar la fecha aproximada de tal evento, también les permitió reconstruir los mapas y eliminación de rutas rituales, para encerrarse alrededor de viejas zonas de cultivo y la estatua de Metanira.

En una extensa búsqueda por las viejas tradiciones pre-simareanas, figuras divinas de la tradición sibilena (compilada años más tarde al evento por Sibilla Di Northia, profetiza mitad hada de las montañas Tarkos), Metanira apenas si asomaba en menciones de sirvientes reales y rituales de conexión con ellas. La abrupta interrupción en su sistema de creencias no solo supuso el previo decaimiento espiritual que de por sí vivía el territorio, sino el hallazgo de un iceberg más grande de lo que nosotros, en este extremo de la soga, pudimos imaginar.

La visitante logra, ante los ojos maravillados de todo un pueblo, el nunca mejor plasmada y descrito rebrote de los campos asediados por guerras e inclemencias. La segunda prueba se comprobó durante el tiempo que la diosa pasó su estadía en calidad de refugiada del aliento fogoso de su noble hermano Nobilitio y su tío el tirano Zagros "el rey subterráneo". De este conflicto familiar nunca se supo el motivo y, el poco material existente sobre la religión simarita durante este período tampoco es de ayuda al entendimiento de las razones que moverían sus intereses y conflictos.

El caso fue que, más temprano que tarde, la esposa del rey demostró síntomas que dieron la credibilidad absoluta a sus palabras y, a esa criatura que crecía en su vientre, se la llamó “La bendición de Metanira". Sin embargo, las cosas no salieron como lo esperaba y, de sus campos, hormigas de gran tamaño, seres de forma arácnida hechos de arcilla y babosas de una extraña pigmentación que se comían los cultivos y clorofila, marchitaron el terreno e hicieron estragos.

De este particular incidente también existen algunos testimonios en documentos de tribus cercanas (como la egipcia, persa y shamati), pero sin dudas, la peor tragedia que el pueblo simarita enfrentó fue el nacimiento de una niña en perfectas condiciones, radiante, no del heredero varón que el fravenshi esperaba. Y el castigo para ella, fue ser entregada a sus persecutores, quienes la convirtieron en piedra y dispersaron sus pedazos en la tierra, el cielo y el agua. Con el deceso de figuras clásicas tarkianas como Gmavshi y su panteón, los recaudadores de impuestos de la Idaif (templo religioso principal) desaparecieron y, en lugar de destruirse, se remodeló en base a nueva teogonía.

En definitiva, los conflictos por el poder de un trono a ocupar, la situación de precariedad y conflictos con comunas vecinas, llevó a la mezcla y transmutación del panteón, hasta obtener uno nuevo, cuyas figuras fueron "subiendo y bajando" (reacomodándose hasta el final de sus tiempos y la emigración al bosque Proponna). Mientras eso ocurría, una realeza y puñado de sirvientes leales al anterior líder, se encargaron de criar y entrenar a la huérfana Nira.




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