El primer golpe fue la enfermedad. Un brote grotesco que se expandió a una velocidad nunca antes vista. Culminaba en una muerte tortuosa; la piel se cubría de llagas y los músculos terminaban expuestos después de la autodestrucción de los tejidos adyacentes.
Se luchó para encontrar una cura pero el sistema humano colapsó. No pudimos defendernos. Con la impotencia en la garganta nos tocó presenciar el incremento masivo del horror que se nos vino encima. Las muertes de tus padres, hijos, hermanos y amigos se convirtieron en un número. Fuimos pocos los sobrevivientes a los que aún nos quedaba alguien por quien luchar.
Y así como llegó, la enfermedad se fue. En menos de un año dejó de propagarse, desapareciendo junto a todo lo que nos definía como humanidad. Dejándonos una agria e induradera sensación de paz.
El segundo golpe fue el gas. Su aparición apagó no solo nuestro dolor, sino todo nuestro sistema. Nos dejó inconscientes. Su objetivo era eliminar a los sobrevivientes restantes.
Nuestro amado planeta se había vuelto tóxico para nosotros. El mismo aire que nos había dado la vida nos la estaba arrancando.
Fue ahí cuando ellos llegaron, esbozando una metafórica bandera de conquista territorial y extendiendo su protección a nosotros, los damnificados.
Pero lo único que nos permitieron conocer de ellos, fue la nave espacial donde viviríamos indefinidamente, con la promesa de un nuevo mundo. Las explicaciones y las respuestas ya iban por muestra parte.
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extraterrestres y susesos raros, encierro, conflictos morales
Editado: 31.08.2020