Extraídos del planeta.

Capítulo 2. Abordando la nave.

Durante mi niñez algunas veces experimenté episodios de parálisis del sueño. Anclada a mi cama sin poder mover ni una sola parte de mi cuerpo, mientras monstruos aterradores se subían encima de mí para esparcir su aliento fétido sobre mi cuerpo. Solía asustarme tanto que al despertar mi ropa interior estaba húmeda.

Pensé que no volvería a pasarme. Pero ahí estaba, abordo de la nave y completamente paralizada, sin más compañía que mis propios pensamientos escoltados del sonoro ruido externo.

Pero me sentía distinta.

Me di cuenta de que algo me había hecho sentirme atraída a la nave, algo que desapareció una vez que estuve abordo. Como si el objetivo fuera subirme y una vez arriba, les fuera indistinto si estaba tranquila o no.

Sin poder hacer alguna otra cosa, mi conciencia estalló en sentimientos y pensamientos, golpeándose unos contra otros como un remolino.

El miedo socavó mi estómago, ¿quiénes eran estos seres?, ¿qué nos habían hecho en el pasado?, ¿qué harían con nosotros a partir de ahora?

La tristeza y la preocupación se expandieron en mi pecho, presionando contra mis costillas en su lucha por salir; ¿dónde estaba mi familia?, ¿qué le esperaría?, ¿los volvería a ver?

La intriga, la curiosidad y la esperanza también se abrían paso entre mis entrañas.

Me detuve en esta última.

Solía apoyarme de 2 elementos para mantener mi cordura: El miedo y la esperanza. En general aparecian juntos pero amorfos y confusos, sin embargo aprendí que si les prestaba atención, podía moldearlos a mi conveniencia.

En ese caso el miedo me resultó en preguntas y en base a éstas formulé algunas hipótesis alentadoras, que me ayudaron a salir del estado aterrado en el que me estaba hundiendo:

1. Ellos dicen la verdad. Nos salvaron.
2. Mi familia está bien y yo también.
3. Soy valiente y me enfrento a esto.

Formulé en mi pensamiento el primer enunciado e inhalé profundo, luego repetí esto con los demás, permitiendo que mis propias palabras me relajaran.

Y lo logré.

Finalmente, unos minutos más tarde logré abrí los ojos.

El ruido que identificaba durante mi parálisis se fue transformando en voces y gradualmente las acompañaron figuras.

Me encontraba recostada con mi vista al techo.

De cinco metros de ancho por cinco metros de largo era la morada en la que me encontraba. Pero era alta; serían unos 10 o 12 metros. Una habitación rectangular de paredes blancas.

Me incorporé tan rápido que por accidente golpeé a Francia, que se encontraba a mi lado. Me disculpé en automático.

Verla me recordó que había 5 personas a las que yo les había prometido que estaríamos bien al subir.

—Hey, tranquila  —murmuró sonriente.

Al igual que su complexión, sus rasgos faciales eran pequeños, a excepción de sus ojos que sobresalían en tamaño, brillo y expresión. Su presencia realmente me tranquilizó.

Su cabello era caoba como el mío, pero lacio y le llegaba a la mitad del cuello. Le quedaba bastante bien, sobretodo con la blusa sin mangas que portaba. Otro detalle a mencionar era el discreto tatuaje de un ave en su hombro, que destacaba en su piel pálida y rosada. Ella volvió a sonreír cuando detectó que la estaba observando.

—Despertamos hace como 20 minutos, los otros comenzaron a explorar. Quise quedarme contigo porque parecía que tenías una pesadilla —explicó. Discretamente toqué mi entrepierna para asegurarme de no haber tenido un accidente.

—Gracias Francia... No sé porque me costó más trabajo despertar —dije mirando a los demás, que caminaban alrededor palpando las paredes.

Sentí un piquete en mi muñeca y noté una especie de pulsera tan delgada y adherida que parecía continuidad de mi piel, como una especie de tatuaje. Su color era oscuro por lo que sobresalía en mi piel clara, aunque de vez en cuando destellaba. Se me figuró una estrella.

Busqué en la muñeca de Francia una pulsera igual a la mía, pero ella no tenía.

—Debe ser cosa tuya, de dirigente —sugirió adivinando mi mirada—, y vaya que esto no tiene pinta de máximo confort ¿verdad?

—No, es una habitación vacía —me quejé.

—Solo apariencias, Maddie.

Sus palabras eran exactas, cuando me incorporé a ellos me compartieron sus descubrimientos. Sin duda aquella habitación era mucho más de lo que aparentaba.

Constaba con múltiples artefactos ocultos que eran expuestos al presionar el botón adecuado. Pero no solo era "desplegar" un aparato escondido; la superficie de la pared que lo albergaba era muy reducida en comparación con el artefacto que se desenvolvía en la habitación. Era imposible que tanta cantidad de materia existiera en el mismo espacio. En la tierra lo llamarían magia.

Habían 6 especies de "hamacas estilo americano" pero con cubierta y de un material gelatinoso. Se encontraban extendidas en la parte superior de las paredes. En el fragmento más alto se encontraba la mía; que se notaba más grande que las demás. Estas camas eran lo único privado; eran a prueba de sonido y solo sé abrían si el propietario presionaba el botón de acceso. Si podían estar 2 o más personas siempre y cuando el dueño estuviera ahí primero.

Se desplegaba un cuarto para ducharse y otro para acudir al baño.

También salían de la pared tres mangueras para la alimentación. Una tenía agua, otra tenía una especie de licuado y la última soltaba pequeñas esferas solidas; pese a que la textura era extraña, el sabor era agradable y cambiaba cada vez que se ingería.

Y entre más botones presionaban, más artilugios nuevos aparecían. Cada uno ocultándose conforme se dejaba de usar.

—Si solo como esta madre —protestó Iker al tomar una esfera sólida y colocarla en su boca— perderé mis 68 kilos aquí.

—Ellos deben saber que ya no irás al gym y lo compensan —bromeó Francia, colocando un mechón de cabello atrás de su oreja.

—Te concedo esa deducción, si voy al gym y me imagino que debe haber algo por aquí que se le parezca —respondió Iker rascándose la barbilla e inspeccionando los botones próximos al de los alimentos, desplegando otros artefactos extraños.




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