Extraídos del planeta.

Capitulo 7. La decencia

Lo primero que vi fue a Alex, que estaba en el piso mirando el techo, solo. Se veía triste. Me acerqué con precaución y apenas me vio se puso de pie para abrazarme.

—Lo vi Maddie —murmuró con dolor—, sé cómo te sentiste, la imagen fue horrible. Todo fue horrible... ¿Qué va a pasar? ¿En dónde fuimos a parar?

Me fui forzada a contemplar como por primera vez, sus ojos verdes radiantes estaban apagados. La oscuridad se había apropiado de ellos, secuestrando toda la ilusión y la alegría que solían desprender. Desprendía verdadero terror.

—Ahh… Alex... —tartamudié confundida, con mis sentimientos alterados. El cambio tan drástico de situación me aturdió.

—Los muertos, aquella habitación. Vi a un dirigente muerto y después a todo su equipo. Maddie, ¿si tú mueres nosotros también?

Había olvidado que durante mi estancia en el exterior, Alex se comunicaría conmigo. Al parecer, para nuestra mala suerte, fue justo en el momento en el que vi aquella habitación. Yo no noté que estaba ahí, tal vez por todo el impacto que me llevé, o tal vez simplemente no podía notarlo cuando estaba afuera.

A pesar de la inmensa empatía que me despertó Alex, no supe como consolarlo. Lo único que atiné a hacer fue lanzarme a sus brazos y estrecharlo con fuerza. Su aroma era dulce.

En algún momento durante el abrazo, vi a Francia a través de su hombro. Acababa de bajar de su habitación. Tenía una expresión extraña. Le sonreí y solté a Alex.

Retomando la costumbre que ya estaba adquiriendo, llamé a todos e hicimos una círculo sentados en el piso para narrarles lo que había descubierto. Al parecer Alex todavía no les había contado. Él estaba muy afectado; yo me había distraído después de ver esa escena, pero él no. Él había pasado las horas siguientes pensando en eso mientras me esperaba. Hice que se sentara a mi lado y le tomé la mano con suavidad, en señal de apoyo.

Mientras les platicaba de la manera menos traumática que me era posible, veía sus rostros pasar de la indignación al miedo. Ellos temieron de este lugar desde un principio y ahora estaban confirmando sus temores.

—¡No es posible! No pueden hacernos esto, ¡somos tan humanos como tú! ¿Por qué tu vida vale más? ¿Acaso si yo muero mueres tú también? —gritó Rebeca dolida—, yo tenía razón. ¡Y solo subí aquí porque tú me obligaste! No fue por mi voluntad, como decías. Tu nos dijiste que subieramos y si morimos será por tu culpa.

Sus palabras si me afectaron. Tal vez todos pensaban lo mismo y no se animaban a decírmelo.

—No sabía nada de esto Rebeca —murmuré con voz baja—, yo solo intentaba hacer las cosas bien.

Ya no quería verlos, me aproximé a mi cama y me fui. Ésta vez siquiera Francia intentó buscarme. Eso de momento me dolió, pero después deduje que estaría con Alex. Estando en soledad y activando el aislamiento de sonido, lloré.

No lloraba por culpa, sabía que no había hecho más que respetar sus vidas, hablándoles franco y no aplicando mi poder sobre ellos sin su consentimiento. Lloraba porque la situación era dura, rompía todos los valores y principios con los que fui educada. Lloraba porque extrañaba a mi familia y temía por ellos, necesitaba saber que estaban bien. Lloraba por lo injusto de la situación de aquel dirigente muerto. Y lloraba porque era bueno para liberar el estrés.

Con el paso de las horas mi estado de ánimo fue mejorando.  Y conforme me sentía menos afectada por mí, me empecé a preocupar por cómo debían estarse sintiendo ellos. Al final de cuentas, ellos perdían más que yo.

Ya habían pasado varias horas de la noche y mi ánimo estaba mejor cuando escuché una voz interrumpir mi silencio.

Pensé que se había roto el aislamiento del sonido. Pero no era así, aquella voz venía del interior.

Ya había tenido demasiadas emociones intensas como para asustarme, entonces solo presté atención.

—¿Estás ahí? —Aquella voz, venia de mi cabeza, de la misma forma que me hablaron la primera vez para darme instrucciones de cómo abordar. Pero cambiaba en un aspecto importante; era una voz conocida. Era Jan—, si es que puedes escucharme trata de responderme. Por favor, dime qué no enloquezco.

Me puse de rodillas en la cama y miré agitada mi alrededor, como si fuera verlo en algún lado. Pero él no estaba ahí.

—¿Jan? —hablé en voz alta.

Por favor Maddie, di algo —insistia él, aparentemente sin escucharme. Así que intenté responder por medio de mi cabeza pero tampoco funcionó. Y Jan estuvo en silencio un par de minutos—, si acaso me escuchas pero no sabes cómo responder; no solo debes pensarlo sino enviarlo. Cómo si hubiera un botón de enviar. Tú solo trata y lo descubrirás por ti misma.

¿Así me escuchas? —pregunté después enviar las palabras de una forma que no comprendí del todo. Sentí una expresión de alegría del “otro lado de la línea”.

—¡Si! No puedo creerlo, pensé que era demasiado —exclamó de vuelta.

Sonreí. De momento olvidando todos los pensamientos negativos con los que había paso las horas previas. Recordé nuestro momento pasado y mis hormonas hicieron de las suyas.

—¿Cómo lo has hecho? —pregunté esta vez con mayor facilidad.

No sé, experimentaba. Quería ver si podía aplicar lo que dijiste de tu comunicación con los 5; contigo —respondió todavía sorprendido.

—¿Les has contado? —pregunté de pronto, para mi propia sorpresa ese tema volvió a carcomer mi cerebro.

Si, yo también los mantengo al tanto de todo. —Hizo silencio y anticipando siguiente mi pregunta prosiguió—: Lo tomaron bien 2 de ellos, 3 no. Una de las que no lo tomó bien, fue una chica con la que he tenido algo. Ella se molestó y no dormimos juntos hoy.

Ese comentario me incomodó. Me sentí tan estúpida. Él debió notarlo al no tener una respuesta de mi parte.




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