Extraídos del planeta.

Capitulo 10. Dilemas

—No voy a hacerlo.

—¡Por que no! ¡A Francia la ayudaste!

—¡Ya te dije que no es lo mismo! —grité, saliendo del departamento de teatro. Por fortuna, todos estaban en sus camas, aislados del sonido.

Me dirigí hacía el cilindro azul y recargué mi cabeza en la pared, queriendo que la situación desapareciera. ¿Realmente estaba sucediendo? La misma chica que se mostró aterrada de que yo tuviera ese poder, me estaba pidiendo que lo usara en el hombre que decía amar.

—Es lo mismo. Porque ahora ella es feliz. ¿Por qué no me ayudas a ser feliz a mí? —preguntó, más ofendida que dolida.

Me tomó del brazo con firmeza para obligarme a verla. Puede que fuera doloroso, pero por la situación no me di cuenta. Su expresión facial denotaba desesperación, sus ojos suplicaban amor. Se me encogió el corazón. Recordé a mi mejor amiga, en algún momento ella también tuvo el corazón roto y deseé con todas mis fuerzas poder hacer algo por ella. Y ahora, que estaba en la posibilidad de hacerlo, me negaba.

—Marissa... Les prometí a todos respeto. Les dije que no los obligaría a hacer nada que no quisieran —me excusé con tristeza.

—¡Pero si quiero!

—¡Pero Iker no! —solté en respuesta. Su cara se oscureció aún más. Sus ojos parecían sumergirse en un abismo sin retorno—. Lo siento, Maresita. Es solo que el deseo de Francia solo la afectaba a ella misma y el tuyo afecta a un tercero.

—Pero si le ordenas que sea muy feliz conmigo no le estarías haciendo daño —insistió, sus dedos iban sumergiéndose cada vez más en mi brazo.

—Si elijo su vida, rompo su libertad de decisión propia. Aquí ni yo soy escritora ni ustedes personajes para estar decidiendo sus vidas.

—Solo una vez... Por favor. Te prometo que no le diré a nadie. ¿Prefieres que Rebeca se quede con él?

—No se trata de ella. Se trata de Iker —repetí con cierta frustración. Pero ella no era capaz de entender lo que yo quería gritarle—. No lo trataré como un muñeco.

—Mao...

—Lo siento, Mar.

La expresión de tristeza que predominaba su rostro se descompuso rápidamente para volverse una de furia. Pero eso no me doblegó.

—¡Si fueras mi amiga me ayudarías!

—¡Si tú fueras mi amiga no me pedirías que rompiera mis principios!

—¡Aaaah! —respondió el grito, molesta. Se dio la vuelta y se marchó a su cama.

Me quedé sola con el eco de mi propio grito resonando en mi cabeza. ¿Estaba equivocada al negarme? ¿Me estaba volviendo de mente cerrada?

—No —me respondí a mí misma en voz alta.

Marissa era una chica dulce, pero estaba acostumbrada a tener cada cosa que quisiera. Y las personas no son cosas.

Ella no estaba en condiciones de recibir noticias, y yo tampoco de darlas. Por lo que decidí guardarme en secreto la existencia de la pequeña alíen. Después les contaría.

Intenté olvidar la situación; me comí unos cubos con sabor a chocolate y sonreí por la suerte. Me di tiempo para ducharme y posteriormente me metí a la cama.

A pesar de ser temprano, me disponía a dormir cuando una voz en mi cabeza empezó a molestarme. Opté por permitir su paso para detener el insistente picoteo que anunciaba su presencia.

—¿Qué pasó Jan? —pregunté sin demasiado entusiasmo.

—Necesito verte, ahora —suplicó temeroso, su voz me alertó. De inmediato olvidé todo lo que traía en la cabeza y me incorporé para prestarle toda mi atención. Algo andaba mal.

—¿Dónde estás? —investigué preocupada, mientras bajaba de la cama casi de forma inconsciente.

—En la cúpula 2, corre —respondió breve y cortó la transición, dejándome sola.

Me acerqué a la pared dispuesta a salir de nuevo, sin avisarle a nadie ni vestirme de forma más apropiada, mi preocupación me dominaba. ¿Qué había pasado que tenía a Jan en ese estado?

Las ideas en mi mente se arremolinaron, opacando mi atención a la realidad, por lo que pasé por alto mi trayecto hacia la cúpula número 2. Cuando caí en cuenta, ya estaba ahí.

Lo primero que mis ojos captaron fue a Jan, de pie contra la barrera transparente. Aquel chico imponente y centrado había perdido todo eso. Sus ojos estaban perdidos y sus manos se movían ansiosamente. Cuando elevó su vista en mi dirección, una gran dosis de intranquilidad y empatía me embriagó el estómago.

Apresuré el paso para llegar a él y apenas lo hice, escondió su rostro entre mi hombro y mi cuello, abrazándome con fuerza. Empezó a llorar.

—No nos dejarán irnos nunca, ahora les pertenecemos —exclamó con pesar.

Confundida me limité a abrazarlo, esa noticia no era nueva. Inhalé profundo, lo que me hizo saber que estaba conteniendo la respiración. Una vez que el oxígeno volvió a mi cerebro, levanté el rostro, y pasando a través su hombro pude ver 2 cuerpos en el piso.

—¿Quién es? —pregunté temerosa.

—Ernesto —sentenció con la voz quebrada—. Él nos diría el porqué de las muertes y ellos lo mataron para impedirlo. ¿Más claro el mensaje? Les pertenecemos.

—Tranquilo.

Con cierta resistencia de su parte, lo alejé de mí con lentitud hasta desprendernos por completo. Jan volvió a recargarse donde mismo. Me dirigí hacía el doctor; su piel oscura ahora era pálida y sus ojos estaban abiertos pero no miraban a ningún punto. No volverían a hacerlo jamás.

Tenía una expresión extraña y el olor que desprendía lo era aún más. En mi indeseada experiencia, ese olor tenía algo muy peculiar. Caí en cuenta de que en los primeros cuerpos, el hedor que sentía era una cuestión psicológica, que no me permitía detectar el verdadero. 

Su pulsera estaba opaca, no reuní suficiente valor para tocarla. No estaba preparada para volver a presenciar lo que su muerte implicaba. No estaba lista para presenciarlo nunca más.

Ernesto. Una sola vez puede verlo, me ofreció su brazo y fue amable conmigo. Una sola vez y ellos decidieron que fuera la última.




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