Extraídos del planeta.

Capítulo 13. Los insectos.

Desde el primer día en aquel lugar habíamos ido de extrañeza a extrañeza. Moviéndonos con cuidado entre cada nuevo descubrimiento, respirando y aceptando cada norma que se nos imponía. Pero el miedo verdadero lo sentí esa noche. Me carcomía el estómago y se movía entre mis intestinos, dejando rigidez a su paso.

Lo duro de mis vísceras me gritó el peligro antes de que Jan lo explicara; quien fuese que hubiera abordado la nave no era uno de los anfitriones. Se trataba de un invasor.

Atacó a Hugo —respondió sobre encimando su oración con la mía, derramaba ansiedad; descubrí que no encontraba la manera de decírmelo—. Dice que la pared límite de la cúpula 1 se empezó a desintegrar cuando el temblor empezó; que casi se muere cuando vio "algo" salir de ahí.

—Stella —interrumpí casi sin habla, con una remota esperanza brotando entre mi miedo—, así salió Stella. Quizá sí podrían ser anfitriones.

No lo son, Maddie. No son humanoides. —Con eso me calló—. Además, dice Hugo intentó huir, que la pared parecía venírsele encima, creyó que la nave misma se desintegraría. Eso no pasó con Stella. —Se detuvo por si yo tenía algo que agregar. No tuve nada—. Mientras corría nos vio y pidió ayuda, pero el movimiento lo hizo caer y la criatura lo alcanzó.

¿Cómo era la criatura?

—No lo vio bien, solo dice que parecía un animal enorme, gordo y deforme. —Después de responder mi interrupción continuó con la historia—; Lo aplastó contra la pared mientras se desplazaba por el corredor, como si no lo hubiera visto o como si no le importara. Aun así lo sofocó y le dejó unas heridas raras en la piel.

—¿Así lo encontraste tú?

—Si, justo después de que el temblor terminó y la luz se fue —respondió Jan—; esto lo debieron provocar ellos. Debió ser un atentado que los anfitriones no tenían contemplado, algo que se salió de sus manos. Por eso Stella se vio tan alarmada.

Su nave máximo confort falló —comprendí—. Un invasor la burló.

No solo la burló, la desestabilizó.

—¿Y qué vamos a hacer, Jan?

—Por ahora les avisaré a todos. Tú trata de sobrellevar la oscuridad y mantener a tu equipo contigo. Usen el aislador del sonido de las camas y tengan al alcance cualquier objeto punzocortante que hayan traido.

—De acuerdo. De hecho les acabo de ordenar silencio total porque no me hacían caso.

—Es normal, no estuvieron afuera. Me dicen mis dirigidos que adentro no se sintió nada, lo único que pasó fue la oscuridad.

—Deben ser más estables las habitaciones—deduje esperanzada—, son de principio nuestro lugar, los anfitriones debieron poner más esmero en ellas. Quizá ellos no puedan entrar.

—Le estoy apostando todo a eso. Por eso les recomendaré a todos no salir. Te dejo por ahora, linda. Por favor cuídate mucho.

La conversación con Jan me dejó con una inquietud desmedida. Si nuestros propios anfitriones habían asesinado a 3 de los nuestros, ¿de qué serían capaz seres invasores? Se trataba de como cuidas tu propia casa y como la cuidan los ladrones que entran a ella.

Traté de manejar la situación con inteligencia. Le pedí a Iker traer los objetos de defensa de los que me habló cuando le mencioné a Stella, programé la cama para que aislara los sonidos y les expliqué con lujo de detalles todo lo que había pasado. Desde el descubrimiento de la pequeña alíen (dato adelantado por Iker) hasta la última telepatía con Jan y todo lo referente a la invasión.

Una vez que terminé, no tuve más respuesta que el silencio. Lo que hubiera dado por al menos poder ver sus rostros y adivinar su molestia. Pero para saber que pensaban necesitaba recurrir a preguntarles, por lo que les devolví el habla.

—¡Ah! —exclamaron al unísono varios de ellos.

—Que feo se siente eso —dijo Francia.

—Si, te pica la tráquea —coincidió Alex.

—El ardor de garganta vale madres ahorita —opinó la voz varonil de Iker—. Maddie, estoy contigo.

Solté un suspiro al ver que no había molestia en sus voces, al menos no una dirigida contra mí. Lo agradecí con una sonrisa que se perdió en la oscuridad. Aquel lugar confinado me dejó de parecer tan asfixiante, pues me volví a sentir cómoda con ellos ahí.

Iker contaba con una espada de colección que le había regalado su prometida. La conservaba como un objeto de valor sentimental, pero más oportuna no podía ser para nosotros.

También fue pasando de una en una, las 7 dagas que conformaban su repertorio privado; variaban en forma, textura y peso. No podía verlas pero al tantearlas parecían peligrosas, aún enfundadas. Sobre ellas, ni él dio explicación ni los demás la pedimos.

—Esta es ideal para Francia —declaró al pasar la última, que era evidentemente la más pequeña y ligera tan chiquita como ella.

—¡Oye! Que esté delgada no significa que la quiera —protesto antes de recibirla, cuando la tuvo en sus manos soltó una risita—, bien si la quiero. Pero no por estar delgada.

De las risas sonoras que brotaron por su comentario, fue la de Alex la que más destacó, cargada más de ternura que de gracia.

—Eres tan bella —murmuró para ella.

Su voz era muy baja pero al estar encerrados todos lo escuchamos. No necesitaba verlo para saber que se había ruborizado. A Alex se le daba bien expresar sus emociones, pero siempre con cierto rubor en las mejillas.

—Bello tú, Alexito—le respondió Francia con completa naturalidad.

Que valiente y dulce fue eso, si a mí me apenaba soltar miel en privado, aún más en público. Los admiraba, disfrutaba ver sus momentos juntos.

—Si quieren los dejamos solos ¡eh! —exclamó Marissa.

Pretendía sonar divertida pero su voz terminó sonando agria. Los chicos no respondieron.




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