Extraídos del planeta.

Capítulo 14. Recuerdos.

¿A dónde se irá la gente cuando muere? ¿Habrá algo más que la completa oscuridad y la pérdida del cuerpo? Si algo bueno había al morir era obtener la respuesta. Con la esperanza de que la vida continuara, siempre procuré vivir en honor a mi padre. Porque si algo había después de la muerte; quería llegar al mismo sitio que él.

Mi madre y mi hermano eran la razón conocida para mi comportamiento. Pero mi padre era mi motivo oculto. Él fue lo más grande que tuve y esperaba algún día volver a tener. Por mi padre no le temía a la muerte.

Sin embargo ese no era el día en que lo averiguaría, aún no era mi tiempo. Lo supe por un armonioso sonido que resonaba en la parte posterior de mi cabeza. Representó una luz tenue en las penumbras que me habían absorbido, atrayéndome hacia una parte de mi misma, de la que había dejado de ser consciente.

¿Maddie? Por favor Maddie responde. No me dejes, linda —insistía aquella melodía, vibrando con suavidad en mi cabeza Mi equipo sigue inconsciente y ningún dirigente me responde. ¿Estás bien? Vamos, dime que si por favor. Te lo suplico.

Aquel sonido cálido me arrullaba. Tenía un timbre armonioso y sutil que viajaba de un extremo de mi mente al otro. Me acogió con su ternura por mucho tiempo, me hacía sentir en calma y segura. Pero en algún momento se detuvo.

Hice un reproche mental. ¿Por qué se iba? No quería que me dejara. Me invadió una soledad tan fuerte, que mi conciencia fue surgiendo, del sueño tan profundo en el que había entrado.

No te vayas —logré pedir, esperando aquella voz siguiera ahí.

¿Eres tú? ¡Maddie, por Dios! ¡Estás bien!

Me sentí feliz aunque no entendía lo que significaban sus palabras. Solo deseaba seguirlas escuchando, me hacían sentir mejor. Y así continuaron acompañándome por un buen rato, pero para mí tristeza después de un rato volvieron a apagarse. Esto hizo que me sintiera incómoda con el silencio.

Mi mente fue buscando una solución. Pronto la encontró: Abrir los ojos. Lo primero que hice fue dar una bocanada de aire, llenando mis pulmones al máximo de su capacidad. Fuera de esto no me moví de inmediato. Parpadee algunas veces, hasta que me acostumbré a la iluminación.

Me quedé expectante por un largo momento, intentando recordar los eventos pasados y asimilar mi situación. Esto me costó trabajo, pues una parte de mí todavía no despertaba, seguía viendo a la nada con la mente nublada.

Traté de poner atención a mi cuerpo. Mi corazón estaba latiendo, casi podía escucharlo en el tan brutal silencio que me acogía. Mi espalda reposaba sobre el piso y mi cabeza sobre una almohada; posición incómoda que resentí al moverme. Mis huesos crujieron al estirarme y sentarme sobre la almohada.

La habitación seguía tan pulcra como cuando la vi por primera vez, pero menos vacía, pues algunas plataformas estaban desplegadas. Al ir recuperando mi memoria noté que el ardor en mi ser había desaparecido, de la misma forma que los insectos que lo habían causado.

Lo que no me esperaba era que el lugar que previamente ocupaban los invasores, ahora lo ocupaban los cuerpos de mis amigos. Me dio un vuelco el corazón, sus rostros estaban apagados y pálidos, ¿era posible qué...?

Me acerqué a Francia y toqué con suavidad su bello rostro demacrado. Estaba demasiado fría para ser normal, pero por algún motivo eso no me alarmó, en alguna parte de mi hemostasia sospechaba que yo tenía la misma temperatura, por lo que no era un signo clave. Reuniendo valor, chequé su pulso.

Solté un suspiro al comprobar que estaba viva. Hice lo mismo con los demás y volví a ella. Estaban inconscientes pero vivos, reposando sobre una almohada en una incómoda postura. Me llené de alivio, esperando que al igual que yo, ellos despertaran pronto.

—Por favor Maddie —dijo Jan por telepatía.

Su bella voz, claro que fue su bella voz lo que me había despertado. Lo recordaba. Escucharlo me devolvió con una velocidad casi agresiva, casi todos los eventos que me faltaban por recordar, acomodándose en orden cronológico en mi cabeza.

¡Oh, mi amor! —expresé con un mensaje mental, que pese a no ser verbal me provocó un nudo en la garganta— ¿Cuánto tiempo llevas ahí? Estaba inconsciente, ¡nos atacaron!

—¡Maddie! ¡Gracias!, ¡gracias! —respondió regocijándose en su alegría, sentí toda su euforia en mi pecho—, ¿estás bien?, ¿cómo te sientes?

—Estoy bien. Los invasores son muy pequeños pero vaya que hacen daño. Al menos ya todo acabó.

—Esos no fueron los invasores, Maddie. Los invasores son enormes, ¿recuerdas?

Ligera frustración brotó en mi mente. Tuve que esforzarme en recordar ese detalle; Hugo los había descrito como enormes, por lo que los invasores todavía no se presentaban.

—Claro, que tonta. Si esto acaba de empezar.

—¿Estás bien, Maddie? —repitió, pero esta vez no refería a mi estado físico.

—Si, Jan. Solo que fue muy doloroso. Nada me había dolido así antes. Me asusta el dolor y me asusta pensar que viene más. Si me dieran a elegir me brincaría a la parte de morir.

—No digas tonterías. ¿Dejarías a tu hermano aquí solo? No creas que he dejado de buscarlo. No hay ningún Adam Armendáriz Ozuna todavía, pero pronto —argumentó sin dejarse llevar por mi aparente melancolía.

—Me conoces de muy poco tiempo para convencerme tan fácil —reconocí con una sonrisa discreta y con una súbita motivación en el estómago—, por cierto: En mis sueños dijiste que ningún dirigente te responde.

—Así es. Cuando regresé me encontré con que cuatro de los míos fueron atacados. Quise contactarme con los otros dirigentes, pero en ninguno respondió, como cuando intenté contactar con Ernesto. Ya te imaginas lo que sentí.

—¿Y afuera que encontraste? —pregunté rápido, recordando su expedición. Jan no respondió de inmediato.




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