JAYDEN
A la mañana siguiente, tuve que ir a la preparatoria obligada por Landon, literalmente no dejaba de repetirme que salga y me deje de cosas porque no le gustaba para nada que yo este intranquila y cabizbaja.
Si no fuera porque él que me ayuda ante cualquier situación así, yo estaría perdida y todo el día en mi cama sin salir y sin hablar con nadie.
Tanto y tanto le hice caso, quería seguir y aparecer de nuevo por una semana, ya me daba igual si veía o no a Sevan, había decidido no hacerle caso, ni mirarlo, ni ver su sonrisa, ni sus ojos, ni…
En fin, un nuevo día para ver que nos traerá esta vez la vida. Estaba dentro de la preparatoria, y ya me iba a poner teorías en mi cabeza del porque aún no se acercaba Summer a mi amigo, hasta que hoy por fin estaban juntos otra vez.
Iban de malo hacia una mesa para ellos dos, claro que les doy esa privacidad, necesitan estar juntos.
Yo me senté en otra mesa sola a comer. Lo que esta vez nos habían puesto en bandeja era una manzana, bebida caliente y algún tipo de puré espeso y bien espeso.
Saqué un libro de mi mochila y comencé a leerlo, llevaba días leyendo, y era una saga, una de mis favoritas. Estaba tan tranquila que ya se me hacía algo extraño, que de pronto una persona que no quería ver en todo el día apareció para frustrar mi día.
Jalando la silla lentamente, menciono mi nombre.
—Jayden —me llamó con esa voz tan característica de él, pero hice caso omiso porque no le iba a hablar.
Y no le contesté.
—Jayden —repitió de nuevo— escúchame —dijo bajando poco a poco el libro que tenía en mis manos.
Me recosté en la silla para alejarme de él.
—Responde te estoy hablando —se escuchaba muy serio— no repetiré otra vez.
—Pues no lo hagas, porque yo no tengo nada que hablar contigo.
Cogí mis cosas y salí de aquel lugar, menos mal que Landon estaba de espaldas de mi lugar y su sitio estaba alejado del mío, sino se hubiese acercado corriendo.
Mis pasos resonaban en los pasillos ya que eran los únicos por ahí, además de los de él que claramente me seguía dando pasos largos. No había nadie porque todos estaba en la cafetería.
—¡Escúchame! —espetó enojado.
Seguí caminando, y como no le hacía caso agarró mi brazo y me hizo girar bruscamente quedando frente a su pecho, tuve que agarrarme de él para no caer.
Y lo bien que siempre olía daba ganas de estar todo el día en sus brazos.
—¡Suéltame! —chillé, intentando apartarme de su agarré, pero fue imposible.
—Tienes que escucharme a las buenas o a las malas, pero lo harás.
—No quiero escuchar tus excusas, así que me sueltas o grito —mis manos estaban separando su pecho del mío y el me agarraba de mi cintura para acercarme más a él.
Como él no se da por vencido por nada, nos llevó juntos al salón en donde guardaban todo lo que después se usaba y lo que ya no se usaba. Este quedaba a unos cuantos pasos de nosotros por eso lo hizo con tanta facilidad. No voy a negar que se sintió bien tocarlo y estar cerca de él.
¿Desde cuándo me gustaba hacer eso?
Ah, y también lo que me gusta de él es su vestimenta, se sabe vestir muy bien, lleva puesto un abrigo de invierno largo que le llega hasta los muslos y una polera que es hasta el cuello. Se ve tan sexy y ni que decir que los pantalones están hechos a la medida.
Me acorraló contra la pared que estaba al costado de la puerta y a esta le puso cerrojo. Mi espalda chocaba con el muro y los brazos de él me tenían acorrala a los costados, mi corazón comenzó a agitarse y yo me sentía extraña porque nunca me había pasado esto.
—Ahora puedes gritar todo lo que quieras —me dijo.
—Aléjate de mí —le dije entre dientes
—¿Ahora ya quieres que me aleje? —pasaba un dedo por mi mejilla— porque ayer no recuerdo que fuera así.
—Eres un idiota —le dije mirándolo fijamente a los ojos.
Él no apartaba la miraba tampoco. Era como estar observando a una de las mejores artes que mis ojos hayan visto, pero es que es muy guapo.
—Lo soy preciosa, ahora me tienes que escuchar —ahora su dedo índice se paseaba por mis labios recorriendo cada centímetro y curvas de ellos. Mi boca se abrió ligeramente ante ese acto.
Logré recomponerme para poder responderle.
—¿Y que si no lo hago? No me puede obligar.
No puede ser, se estaba acercando más a mi boca, esta vez miraba mis labios y sus manos estaban en mi cintura. Poco me iba pegando a su cuerpo. Se inclinó hasta que su boca rozo ligeramente la mía, yo ni siquiera supe reaccionar. Mi cuerpo estaba acelerado y temblaba, quería besarlo, sí, pero ya no quedaré igual que la última vez.
—Tienes razón no te puedo obligar —susurro en mis labios— pero sé que si te beso lo aceptaras de una u otra manera, después de todo, eso es lo que quieres.
—No te confundas, pelinegro —ahora yo susurre cerca de sus labios— eso fue antes, ahora haré que te arrepientas de haberme dejado como una patética la última vez.