El aire helado nos golpeó en cuanto salimos de la cafetería. Me subí el cuello de mi abrigo y me metí las manos en los bolsillos mientras los copos de nieve seguían cayendo con una insistencia casi molesta. Claire nos acompañó hasta la esquina, aunque no porque quisiera, sino porque Landon insistió.
—¿Estás segura de que no necesitas que te llevemos? —preguntó él, su aliento formaba pequeñas nubes blancas frente a su rostro.
Claire rodó los ojos, como si la simple pregunta fuera una ofensa.
—¿Por qué habría de necesitarlo? Vivo a dos calles de aquí, Lan. No voy a morir congelada en un tramo tan corto. Pero gracias por preocuparte. —Lo dijo con una sonrisa entre sarcástica y condescendiente.
—Nunca está de más preguntar —respondió él, claramente acostumbrado a su actitud.
Yo observaba la escena en silencio, entretenida por su dinámica. Claire, con su abrigo perfectamente ajustado y su cabello impecable, parecía una figura sacada de un catálogo. No combinaba con el frío rústico del pueblo, pero, de alguna manera, se las arreglaba para destacar en cualquier lugar.
—Bueno, entonces nos vemos mañana —dije, para cortar el momento y seguir con nuestro camino.
Claire asintió y, tras darnos una última mirada, se giró y desapareció entre las luces cálidas de las casas del pueblo. Apenas habíamos dado unos pasos cuando Landon soltó un suspiro largo.
—¿Cómo lo haces para aguantarla? —preguntó, con un tono más divertido que molesto.
—No sé, supongo que ya me acostumbré —respondí, encogiéndome de hombros. —Además, es tu novia. Tú deberías tener más paciencia que yo.
Landon soltó una risa corta.
—Técnicamente, sí. Pero, a veces, siento que me exige más paciencia de la que tengo. ¿Sabes lo que quiero decir? —Me miró de reojo, buscando complicidad.
Le sonreí, pero no quise meterme demasiado en ese tema. Hablar de Claire siempre era como caminar sobre hielo delgado. Landon la adoraba... la mayor parte del tiempo, al menos.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó. —¿Quieres que te acompañe hasta tu casa?
—Claro, si no tienes otra cosa que hacer —le respondí, jugando con la llave de mi casa en el bolsillo.
El camino a casa era un tramo silencioso y solitario, especialmente de noche. Las casas del pueblo comenzaban a espaciarse conforme nos acercábamos al límite del bosque, y la luz de las farolas se volvía menos frecuente. Landon y yo caminábamos en paralelo, dejando que el sonido de nuestras botas en la nieve llenara los momentos de silencio.
—¿Has pensado en eso de irnos de aquí? —preguntó de repente, rompiendo la calma.
—¿Irnos? —Le miré, sorprendida por la pregunta. —¿Irnos a dónde?
—A cualquier lado. No sé, algún lugar donde no haya tanta nieve, donde no sientas que algo raro está por pasar todo el tiempo. —Se encogió de hombros y pateó un pequeño montículo de nieve frente a él. —Este lugar... no sé, cada vez me da más escalofríos.
Me reí suavemente.
—¿Estás diciendo que el pueblo entero te da mala espina?
—No exactamente. Solo digo que, si tuviera una excusa para irme, no me lo pensaría mucho. —Se metió las manos en los bolsillos y siguió caminando.
Le respondí con un silencio. Porque, aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que algo estaba mal en el pueblo. Las desapariciones, el bosque, los susurros de los vecinos... Todo tenía un peso que era difícil ignorar. Pero no sabía si huir era la respuesta.
El bosque apareció frente a nosotros como un muro oscuro e imponente. Los árboles, desnudos y cubiertos de nieve, parecían formar figuras retorcidas bajo la luz de la luna. A pesar del frío, me detuve un momento para observarlo. Había algo en ese lugar que siempre me ponía los nervios de punta.
—¿Te importa si tomamos el atajo? —pregunté, señalando el pequeño sendero que cruzaba el bosque hacia mi casa.
Landon me miró con una expresión de duda.
—¿El atajo? ¿De noche? ¿Estás segura?
—Vamos, no pasa nada. Lo he tomado cientos de veces. Además, ya sabes lo que dicen: menos tiempo en el frío, menos posibilidades de morir congelado. —Intenté sonar ligera, aunque en el fondo sabía que no me sentía del todo cómoda.
—Está bien, pero si un oso aparece, te encargarás tú de espantarlo. —Sonrió, aunque sus ojos delataron un ligero nerviosismo.
El silencio en el bosque era casi opresivo. Podía escuchar el crujido de nuestras botas y el ocasional roce de ramas movidas por el viento. Landon caminaba unos pasos delante de mí, iluminando el camino con la linterna de su teléfono.
De repente, algo llamó mi atención. A un lado del sendero, en el tronco de un árbol, vi algo grabado. Me detuve de golpe.
—¿Qué pasa? —preguntó, girándose hacia mí.
—Mira eso. —Señalé el árbol.
Nos acercamos, y la linterna iluminó un símbolo extraño tallado en la corteza. Era una figura circular con líneas cruzadas, como un sol deformado. El grabado era profundo, como si alguien hubiera usado un cuchillo o algo similar. Eran como los de mis sueños.