Los nuevos amigos buscarían el modo de divertirse en su primer día de amistad.
«¿Qué podrá ser lo más divertido en esta feria? Algún juego en el que Dorian no pueda usar magia y hacer trampa», pensó Cecil, «aunque… pensándolo bien, no importa el juego, no lo creo capaz de engañarme».
Cecil lo llevó a la zona donde se habían dispuesto los juegos, los premios para los ganadores iban desde utensilios para la cocina, vasos o platos de porcelana, hasta los mejores, que eran un par de zapatos de cuero o adornos para las puertas de las casas. Pero también los premios consistían en aquello que le gustaba a los más chicos: golosinas, frutas caramelizadas, delicias que devoraban casi sin respirar.
Dorian y Cecil esperaron pacientemente en la fila de los juegos en tanto hablaban sobre las aficiones de cada uno, hierbas, animales, arte y medicina… Cecil descubrió que a Dorian le gustaba dibujar y pintar y cuidar de los animales, Dorian, que las aspiraciones de Cecil eran altas, a él le gustaba cuidar de los enfermos y sanarlos, también le enseñaba a luchar a los aldeanos en su aldea. Cecil le confesó que deseaba convertirse en un soldado Real, pero eso no pudo ser porque su padre no se lo permitió cuando estuvo en edad de ser entrenado en el palacio.
—Pero un amigo de mis padres me enseñó artes marciales y algunos hechizos… —dijo Cecil acabando de hablar.
—Lo siento, mis padres tampoco me permiten alejarme de ellos… —Dorian le frotó el brazo como consuelo.
Cecil asintió y se animó cuando el par de adelante acabó de jugar y se movió a un lado.
—Es nuestro turno —Cecil abrió su bolsa de monedas para pagar.
El primer juego fue uno de tiro con arco. Dorian no lo sabía usar así que le erró a todo, frustrado por perder pateó el suelo, resquebrajándolo en su rabieta. Miró alrededor, los niños no notaron eso, lo observaban y tocaban su ropa, otros querían saltar para tocarle el rostro, no habían visto a una persona con el cabello tan bien cuidado y con la piel tan blanca antes. Usualmente su entorno era de escasez, con padres que eran campesinos y que no podrían costearse tales cuidados. Cecil lo observó mientras pensaba: «Pasar desapercibido era la idea con esa vestimenta, pero Dorian no puede ser ocultado, quiero que todos lo vean, que sepan lo maravilloso que es, pero tampoco quisiera que se aprovecharan de él… Quisiera tenerlo para mí siempre, hablar con él, reír…»
Cecil no alejó sus pensamientos, que se hacían más insistentes a cada instante, tensó el arco y sostuvo la flecha, sonrió y la liberó hacia la diana para lucirse ante Dorian, dio justo en el centro.
—¡Cecil, eres muy bueno con el arco!
—Es que… lo uso hace años.
—Premio para el ganador —dijo el encargado del juego y le dio una bolsa de tela.
Cecil la abrió y observó su interior, había pétalos de flores aromáticas, las olió.
—Te la regalo —dijo extendiéndola hacia Dorian.
—¿De verdad? Nunca me habían regalado algo así —Dorian miró dentro de la bolsa y dio una inhalación profunda para sentir el aroma dulce y relajante—. Huelen bien.
—Como tú… —Dorian se sonrojó y Cecil habló nuevamente para distraerlo— ¡Juguemos a otro!
—Está bien.
El siguiente juego fue lanzar aros a botellas, había que acertar en los picos, ganaba quien acertara más. Cecil erró los cinco primeros aros que lanzó y acertó el último.
—Nunca había fallado tanto en un juego así —dijo y fingió pesadumbre.
—¡Te ganaré! —Se burló Dorian con diversión.
«Eso espero, verte de mal humor me entristece», pensó Cecil.
Mientras el encargado del juego recogía los aros, Cecil se complació porque Dorian mostraba entusiasmo, ahora era su turno, para ganarle a Cecil solo tenía que acertar dos, no podría ser tan difícil, se lo había dejado muy fácil.
Dorian observó la nueva disposición de las botellas y comenzó a pensar en su estrategia. El muchacho que las había reacomodado las colocó en zigzag y a una distancia mayor que antes. Se acercó a Dorian y le cedió los aros. Dorian los recibió y se alistó para lanzarlos, se remangó la camisa y adelantó un pie, ladeó un poco la cabeza, se mordió el labio inferior y a continuación hizo el primer lanzamiento. El aro viajó por el aire en dirección al pico de una botella, repicó en el cuerpo de esta y acabó en el suelo. Dorian pateó la tierra bajo sus pies y refunfuñó.
—Ánimo, te restan cinco intentos —le dijo Cecil.
—Quiero ganar… —Dorian lanzó nuevamente, esta vez el aro se deslizó en torno a la botella.
—Uno —dijo el muchacho a cargo del juego.
Dorian lanzó otra vez, acertó su siguiente tiro, lo hizo hacia la misma botella.
—No puedes ahí, las reglas lo prohíben —le alertó Cecil.
Dorian lo miró y luego miró al encargado del juego para que respondiera. El muchacho elevó los hombros permitiéndole tirar a donde quisiera. Dorian le sonrió a Cecil y continuó con sus tiros. Acertó los siguientes.
—Juego finalizado, ganas tú —le dijo el muchacho y le dio su premio.