El sirviente corría a través de un llano para alcanzar su anhelada libertad, escapaba de la vida que sus padres le destinaron por el simple hecho de traerlo a este mundo. Sus jadeos apenas eran percibidos por sus oídos, el corazón repicaba en su pecho y el ardor de sus pulmones lo hacían lagrimear, la visión se le nublaba cuando el llanto irrumpía y debido a eso tropezaba. Aun así, Fray corría. Corría y no se detenía ante los gritos del amo que lo perseguía con una hoz, el hombre lo quería atemorizar, ya que rebanarlo no le vendría bien, su sirviente dejaría de ser funcional.
Fray era joven y ágil, estaba habituado a correr y a empequeñecerse. Saltó a través de las piedras de un arroyo y al acabar de cruzarlo oyó los lamentos e insultos tras él. El amo había resbalado y caído de espalda en el agua, la hoz estaba siendo llevada por la corriente y se perdía arroyo abajo. Fray se detuvo y dio un rápido vistazo a la vida que dejaba atrás, al maltrato y al sufrimiento. Avistó a lo lejos a sus padres, que lo miraban con disgusto, al hijo que quería ser libre y no obedecer a ningún amo. Él era lo peor que les pudo ocurrir, se lo repetían cada día, que lo consideraban poco hombre. Pero nada de eso le importaba ya, desde ese instante en el que obtuvo su libertad, Fray se autodeclaró huérfano. Le dio la espalda a su pasado y esbozó una sonrisa, enseguida corrió rumbo a su destino.
Y mientras corría no cesaba de repetir: —Ellos nunca me entenderían, no tenía sentido seguirles diciendo mis pensamientos, nunca me oían, nunca…
A dos días de viaje caminaba mirando al suelo, a sus pies doloridos y a sus pantalones desgastados. Dio un salto para evitar una piedra y luego recogió una rama caída, se sentó contra el tronco de un árbol y comenzó a pelar con su cuchillo la rama para hacerse un bastón. No es que necesitara ayuda para andar, tan solo lo hacía para tomarse un descanso y pensar, también porque pensaba utilizar el elemento para dar lástima a los viajeros con los que se cruzara.
Luego de hacer su cayado retomó el viaje, decidió tomar un camino de guijarros con la intención de pedir que lo llevaran si una carreta u hombre a caballo apareciera. Era sabido que estos caminos eran transitados por personas importantes o que cargaran grandes valores, la intención de Fray era aprovecharse de alguno de ellos haciendo favores o tan solo apelando a la lástima.
El galope de las pisadas lo sorprendió, no tuvo demasiado tiempo para reaccionar. Eran hombres del reino, soldados de la Guardia Real del reino de Artgotia. Hombres fuertes y valientes con uniformes y espadas afiladas. Fray se mordió el labio al ver tantos uniformes, eran su debilidad, enseguida reprimió todo instinto bajo y recordó su plan. Se apoyó en el bastón fingiendo dolor.
Un par de hombres a caballo, que a juzgar por sus uniformes eran los más importantes de todos ellos, se acercaron a él. Observó a cada uno, el más importante era moreno y de ojos oscuros, este era el general Ellis Patricio. «¿Me matará?», pensó Fray al recibir su mirada penetrante.
El otro, Lucio Bonduelle, era el sub general. El hombre elevó un extremo del labio con disgusto y habló: —Este es un paraje muy alejado de cualquier aldea, ¿has huido?
—¡No! —respondió Fray con desafío.
Lucio apretó los dientes y desmontó del caballo, desenvainó su espada y se acercó. Le pateó el bastón, lo que hizo que Fray se parara firme en el suelo.
—Míralo, Patricio, fingía… Apenas verlo lo supe… —El general asintió. Entonces Lucio dio una orden, la cual no estaba autorizado a dar y nadie obedeció: —¡Arrástrenlo tras mi caballo!
El general continuaba en su caballo, observó a Fray y sus pensamientos fueron más efusivos que sus palabras. «Es lindo. Me gusta. Noto desafío en su mirada. Ha sufrido. Se lo ve exhausto», pensó y se fijó en el rostro de Fray por un prolongado tiempo, uno en el que Fray también le respondió sin palabras, tan solo observándolo. El general, finalmente dijo sin pensar: —¿Quién eres?
Fray lo oyó hablándole y sus piernas se aflojaron, realmente necesitaba apoyarse en ese bastón. «¡Moriré! Su voz me estremece, además es atractivo». —¿Tú quién eres? —respondió con mayor desafío, pero luego le sonrió. «Atractivo y tosco hombre, sus ojos son intrigantes, ¿qué estará pensando? Su mirada es ingenua, pero con un cuerpo así hay tanto que podría hacerle… Que podríamos hacer».
Al recibir tal sonrisa, el pecho de Patricio pareció estallar, una mano comenzó a temblarle y Lucio lo percibió como rabia.
—Déjame golpearlo antes de que lo aten.
—¿Por qué me atarán y golpearán, qué he hecho? Solo soy un caminante —Se quejó Fray y recogió el bastón para apoyarse en él.
—No, tráelo —dijo Patricio y le indicó a un soldado que lo acercara a su presencia.
—¿Hacia Ganímedes, general? —dijo ese soldado, que se llamaba Félix.
—Sí —dijo el general y Fray miró al que caminaba hacia él.
—Soy Félix —le dijo ese soldado en un susurro.
—Déjalo. Adelántate —Fue la orden dada por el general a Lucio.
Lucio habló mientras se acercaba al caballo y lo montaba: —Encárgate entonces… Iré a limpiar el camino de otras molestias… —dijo lo último mirando a Fray con desprecio.
Félix miró al sub general, que se alejaba con algunos soldados y dijo: —¿Cómo te llamas?