Ya que Félix continuaba distraído mirando en la distancia, la mujer miró a Ellis y a Fray: —¿Pueden ayudarme ustedes dos? Necesito subir la carreta —Señaló hacia la cima de la colina.
Ellis continuaba desconfiando, aun así, de acuerdo con Fray accedieron a ayudarla.
Fray se acercó para sostenerla y le preguntó: —¿Puede caminar?
—No, ayúdenme.
—Súbase a la carreta.
—N-no, no puedo —dijo quejosa la mujer y Fray insistió.
—Ellis la subirá a la carreta, señora.
La mujer se negó nuevamente: —N-no, no, no, no, no puedo.
—Bien —dijo Fray y miró a Ellis, que ya se disponía a buscar a los caballos para que tiraran de la carreta. Miró también a Félix y le dijo:— ¿Vienes?
—Sí, ahora… —dijo él, pero comenzó a caminar en la dirección contraria, Fray quiso retenerlo, pero Félix continuaba alejándose.
—¡Félix! Ellis, tráelo.
Ellis desobedeció a Fray, sabía muy bien que Félix podía cuidarse solo. Deseaba apresurarse y dejar a la mujer en su casa para así poder continuar su viaje antes de que cayera la noche. Acercó la carreta y enganchó a Ganímedes y al caballo de Félix para que tirara de esta. Por último sostuvo del brazo a la mujer para que se apoyara en él. Ella los miró a ambos.
—Jóvenes, son tan amables. Síganme a mi casa y les daré una recompensa —dijo sonriendo mientras caminaba con el apoyo de los dos.
Ninguno respondió. La carreta avanzaba delante sin prisa. Llegaban a la cima de la colina cuando tras ellos un hombre de las tierras del Oeste se hizo presente.
—¡Mentirosa! Nos mentiste…
La mujer no se giró a verlo. Dijo con calma: —Fuera de mis tierras, inculto salvaje de la monta… Ahhh… —gritó cuando una inadvertida flecha la alcanzó y se le enterró en la pierna.
En tanto Ellis desenvainaba, la mujer cayó al suelo. Fray observó a Ellis, ambos observaron a la vez a los hombres que subían la colina. Tras el que había hablado llegaban cinco más, eran altos, fornidos y temerarios. Uno de ellos se ocupaba en cargar otra flecha en el arco. Ellis dejó de sostener a la mujer y se acercó a Ganímedes.
—¡Ellis, haz algo! —Le gritó Fray mientras ayudaba a la mujer a retirarse la flecha.
Ellis palmeó la grupa de Ganímedes y el animal apuró el paso para acabar de subir la colina a toda prisa. Enseguida, Ellis enfrentó a los hombres y asestó contra la espada del Oestino más cercano. Luego se inclinó hacia el suelo y recogió una piedra, la lanzó con maestría hacia el arquero, incidió en la flecha que estaba siendo liberada del arco, la desvió hacia el tronco de un árbol. Recogió y lanzó otra piedra, que dio en la mano del Oestino, esto le hizo soltar el arco, el que con rabia tiró el carcaj al suelo y desenvainó una espada. Corrió hacia Ellis.
Enseguida, Ellis desenvainó también una daga. Colisionó armas con dos Oestinos a la vez. En tanto, otro Oestino continuaba su camino hacia la mujer. Fray tuvo que actuar, desenvainó su cuchillo y lo lanzó al hombre, que ya se cernía sobre ella. Lo incrustó en su nuca, provocándole una muerte rápida.
Ellis acabó con el primero de los dos con los que luchaba y miró atrás justo cuando Fray retiraba el cuchillo y movía al hombre de encima de la mujer. Debido a esta distracción, Ellis fue empujado y cayó al suelo con el otro sobre él, fue golpeado en el rostro. Ellis forcejeó contra el peso del hombre que lo aprisionaba, pero otro, el arquero, le retuvo las piernas. Otro más le quitó la espada y la daga y las lanzó lejos.
—Ellis —gritó Fray y lanzó nuevamente su cuchillo.
—Fray, espera —dijo Ellis, pero el cuchillo ya se estaba incrustando en el pecho del Oestino, que se había comenzado a incorporar cuando escuchó el grito. Se quitó el cuchillo y miró con el rostro ladeado adelante, al joven de cabellos rubios que lo había atacado.
Ante esta impotencia por no poder ayudar a Fray, las fuerzas de Ellis se triplicaron, venció las fuerzas de los dos que lo sostenían y pateó hacia adelante. El Oestino recibió una patada en el pecho y su aire se cortó, una toz convulsa lo invadió y comenzó a jadear en busca de aire. Ellis se puso de pie para enfrentarlo, le sostuvo la mano y le torció la muñeca para retirarle el cuchillo. Al obtenerlo, lo empuñó y lo movió incidiendo en la piel del estómago del contrario. Los cortes hechos fueron profundos, fueron veloces y fueron letales.
Rápidamente, Fray corrió hacia la espada que yacía en el suelo y la lanzó hacia su dueño. Ellis la tomó en vuelo y al instante asestó contra los otros dos hombres que se creían con posibilidades de llegar hasta la mujer. Cortó dos grandes tajos en la espalda de cada uno, la herida fue penetrante y quemante. El par cayó al suelo y Ellis plantó ambos pies sobre sus espaldas, ensartó con la punta del arma en la espalda de uno a la vez. Fray quiso ayudar y enterró la daga de Ellis y su cuchillo.
—¡Fray! —Fue la exclamación de sorpresa de Ellis ante el modo en el que lo hacía.
—¿Qué? Te estoy ayudando, no debes negarme el derecho a ayudarte, soy un hombre libre.
—Ya están muertos, no debes… —dijo Ellis retirando la espada del cuerpo del Oestino y la limpió en el gambesón de este.