Myria. 28 de abril.
Laina Shanaa había sido poderosa. Muchos años atrás, nadie se habría atrevido a echarle una mala mirada y mucho menos, se habrían atrevido a tratarla como si no fuera más que una vulgar ladrona. Sin embargo, allí estaba, metida en una diminuta y oscura mazmorra; al otro lado de los barrones había un hombre sentado en una silla, vigilándola con los labios apretados. Apenas la miraba, como si tuviera miedo de encontrarse con los ojos de Laina.
Se levantó despacio, los guijarros chirriaron bajo sus botas al moverse. Le dolía todo el cuerpo después de haber dormido en el duro suelo. Bueno, en realidad apenas había dormido. Se había pasado todo el tiempo maldiciendo a Elden en voz baja. Si no hubiera mantenido al chico a su lado, ahora no estarían allí. Solo lo había aceptado en su grupo porque, si no lo hacía, Druse no habría querido quedarse con ellos.
También había maldecido en contra de Jamis, el hombre que la había derrotado. Había escuchado al capitán de Myria, Aethicus, decir su nombre y Laina lo había grabado a fuego en su mente. No tenía pensado quedarse allí mucho más tiempo y, en cuanto saliera, lo buscaría y lo mataría.
El hombre se removió en su asiento, incómodo al ver a Laina empezar a pasearse por la celda. La única luz que había provenía de una lámpara encendida que colgaba de la pared al otro lado de los barrotes, encima del guardia, pero era suficiente para ella. Incluso aunque hubiera estado completamente a oscuras, Laina hubiera sido capaz de captar todos los movimientos del hombre sin ninguna dificultad.
—¿Qué ocurre? ¿Me tienes miedo? —inquirió Laina con una sonrisa burlona en el rostro. Con cuidado para que no advirtiera su presencia, sondeó la mente del hombre y la encontró tan simple, tan sencilla de manipular… Apenas requeriría esfuerzo adentrarse en ella y destrozarla.
—Cállate —gruñó el guardia. Sin embargo, en su voz había inquietud, miedo, no una verdadera orden.
Se acercó a los barrotes y apoyó los brazos en ellos. Aplastó el rostro contra el frío metal y sonrió. Vio como el hombre tragaba con fuerza, sus manos temblando al tiempo que se levantaba; puso una mano en el mango de su espada, aferrándola entre sus dedos como si pudiera protegerlo de algo.
Hacía tiempo que Laina no tenía la necesidad de sacar a relucir su verdadera forma. Había sido unos meses tranquilos hasta que Rhys había soñado con la maldita Itaria. Sin embargo, Laina siempre sentía la necesidad de cambiar, de quitarse el glamour de encima y dejarse ver tal y como era y, lo más importante, lo que era.
La necesidad de cambiar hacía que le picara la piel. Entonces, dejó caer el glamour con cuidado. Primero notó como su visión cambiaba. El mundo adoptó unos colores rojizos, como si estuviera viéndolo a través de un rubí.
El hombre trastabilló hacia atrás, intentando huir de ella. Laina sabía lo que estaba viendo. Los ojos negros se habían vuelto de un morado brillante en la oscuridad; su piel se había vuelto del color del pergamino y su carne se había reducido hasta no quedar nada más que hueso y pieles.
Laina soltó un rugido bajo que reverberó en las paredes de piedra de la celda. El guardia se tropezó con la silla, los ojos abiertos en pánico, antes de echar a correr hacia uno de los pasillos que Laina sabía que llevaba hacia las escaleras. Escuchó sus pasos al correr.
Hizo una mueca de disgusto. Eso no era lo que había esperado, pero ya no podía solucionarlo.
Se apartó de los barrotes y giró el cuello lentamente. Poco a poco, el glamour volvió a cubrir su cuerpo. Al terminar, notó algo caliente y seco deslizándose desde su nariz hasta su labio. Se llevó los dedos a los labios y al separarlos vio que estaban manchados de una sangre color arena. Maldijo entre dientes. Definitivamente había pasado demasiado tiempo sin usar sus poderes; no podía volver a permitirse estar tan débil.
—Zyra —susurró mientras metía una mano en el interior de su guardapolvo y sacaba una pequeña serpiente con las escamas del color de la canela. La lengua negra vibró fuera de su boca y Laina sonrió, acariciando la pequeña cabeza triangular de su vieja amiga—. Los humanos son muy débiles, Zyra.
«Son blandos como conejos —susurró Zyra en su mente». La serpiente y ella podían hablar sin emitir ni una sola palabra, tan solo conectando sus mentes y dejando que los pensamientos fluyeran, como un canal. Estar conectada a Zyra le había salvado la vida muchas veces porque, si estaba en peligro, tan solo tenía que llamarla y la serpiente aparecía al instante. Y el veneno de Zyra era incapacitante y hasta mortal en humanos. «¿Ya has pensado algo para salir de aquí? —inquirió la serpiente, siseando de nuevo». El sonido le resultaba reconfortante, como las nanas que había cantado para sus hijos cuando eran pequeños.
—Tengo algo pensado —respondió misteriosamente, con una sonrisa ladeada.
No se le había ocurrido hasta que dejó de maldecir a Elden y a Itaria, pero al menos tenía un plan. Si el guardia se hubiera desmayado de terror al verla habría sido más sencillo, pero tendría que conformarse con el plan b.
Entonces, escuchó unos golpes y gritos en los pisos superiores. Todavía tenía los sentidos agudizados después de su cambio, así que apenas le costó distinguir los sonidos. Guardó apresuradamente a Zyra en su bolsillo y notó como se enroscaba alrededor de sí misma. El movimiento de la serpiente se detuvo cuando se convirtió en arcilla.
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Editado: 12.08.2024