Fábulas I

Capítulo 18

—Hace un día espantoso —le dijo a Tallad.

Jamis sujetaba las cortinas con los dedos, apartándolas lo suficiente para poder ver al otro lado. La lluvia repiqueteaba con suavidad en el cristal. El cielo estaba cubierto de nubes grises y oscuras que prometían un día pasado por agua.

Un escalofrío le recorrió la piel desnuda. Tan solo llevaba puestos los pantalones; la ventana no encajaba bien y dejaba entrar corrientes de aire húmedo y frío en la habitación. Jamis echaba de menos tener una chimenea con la que calentarse, sobre todo en un día como ese en el que la sola idea de salir a la calle le parecía deprimente.

—Pues entonces mejor que regreses a la cama, ¿no crees? —sugirió Tallad. Jamis no lo podía ver, pero estaba seguro de que el elfo estaba sonriendo.

Él mismo sonrió antes de girarse; la cortina se le escurrió de los dedos cuando se apartó de la ventana y se acercó a Tallad. En los últimos días, Tallad se había encargado de hacer la habitación más cómoda, así que ahora tenía unas sábanas nuevas, mantas gruesas para combatir el frío de las noches y velas aromáticas que llenaban la habitación de una suave luz y aroma a canela.

Jamis trepó hasta la cama y se metió dentro de las sábanas y mantas, acercándose al cuerpo caliente de Tallad. Notó como le pasaba los brazos por la cintura, pegándolo a él hasta que Jamis fue capaz de notar el latido de su corazón contra su pecho; latía a toda velocidad, como un caballo desbocado.

—Te he echado mucho de menos —dijo Tallad cuando se separaron, sin dejar de mirarse a los ojos. Había poca luz, pero a Jamis no le hacía falta más para poder disfrutar de la mirada azul del hombre.

—Y yo a ti. No entiendo como hemos podido pasar tanto tiempo separados.

En realidad, sí lo entendía. Durante todos esos años, Jamis había guardado bajo llave sus sentimientos de Tallad, pero había sido volver a verlo y habían salido de nuevo, igual de intensos que cuando estaban juntos.

—Da igual, lo importante es que estamos juntos, ¿verdad? —murmuró Jamis.

—Verdad. —Jamis vio como Tallad torció ligeramente los labios. El elfo se incorporó en la cama y se levantó y él lo imitó.

No le gustó el cambio de actitud de Tallad. ¿Había dicho algo que le había molestado?, ¿tan rápido la había fastidiado? No, no podía pensar así. Seguro que solo era una tontería.

Tallad hizo aparecer cubos de agua caliente con un gesto y ambos se dieron un baño. Cuando estuvieron limpios y vestidos, Tallad lo ayudó a quitar las sábanas sucias y a poner unas limpias. Durante todo el tiempo, el elfo mantuvo el ceño fruncido, pensativo y muy callado; con los nervios cada vez más alterados, Jamis no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar sin saber qué le estaba pasando por la cabeza a Tallad.

—¿Qué ocurre? Estás raro —le preguntó por fin, incapaz de seguir sin respuesta. Tallad se sentó en el borde de la cama y estiró las largas piernas delante de él. Jamis se sentó a su lado y le puso una mano en el hombro.

Tallad apretó los labios antes de hablar.

—Es solo que… Lo siento.

—¿Por qué? No has hecho nada malo —le aseguró Jamis, sin entender muy bien de qué iba todo eso.

—Ahora no. Me refiero a lo que ocurrió la última vez que nos vimos, en Vyarith. Me comporté como un imbécil.

—No voy a decir que no. —Tallad le dio una sonrisa triste—. Pero yo también me comporté horrible. Habíamos sufrido mucho, Tal. Los dos. La guerra no fue sencilla para ninguno y éramos unos críos. Sencillamente no supimos gestionarlo bien.

—Hemos pasado años separados por esa pelea. Si no hubiera ocurrido…

—¿Qué bien nos hace pensar en eso? Mira, Tallad, cada uno ha vivido su vida durante todos estos años y, a pesar de todo esto… aquí estamos. —Jamis le acarició la mejilla y Tallad volvió a sonreír, aunque esta vez parecía más feliz—. Yo te sigo queriendo.

—Yo también te quiero. —Hubo un pequeño silencio en el que tan solo se miraron. Tallad parecía más tranquilo y su respiración más calmada, como si durante todo ese tiempo hubiera estado conteniendo la respiración por el miedo a esa conversación—. Sabes que siempre tuve un ojo puesto en ti, ¿verdad?

Jamis soltó un bufido.

—Por supuesto que lo sé. Tampoco es que fueras muy discreto. —Jamis se mordió el labio inferior. Ya que estaban de confesiones…— Echo de menos Vyarith. Y me arrepiento de no haber ido al funeral de mi hermana. Todavía seguía enfadado con ella, pensaba que Lyrina tendría que haber luchado más por mí.

—¿Y ahora?

—Al final me di cuenta de que mi hermana había hecho todo lo posible por mantenerme a salvo y por mantenerse a ella a salvo. Solo que muchas veces, las cosas no son como queremos, ¿no?

—Podemos regresar a Vyarith, Jamis. Sigue estando ahí, no se ha marchado a ningún sitio.

Jamis se rio ante su ocurrencia. Por supuesto que a Vyarith no le habían salido piernas y había salido corriendo, pero no sabía si sería capaz. Deseaba volver, sí, pero no sabía si sería capaz de enfrentarse a la tierra que lo había visto nacer o si, por el contrario, en el momento en el que pusiera un pie en Vyarith, huiría. Además, había algo más, una sensación que le oprimía el pecho desde hacía un tiempo: era como si su cuerpo supiera que algo estaba a punto de suceder en Sarath, algo malo, y él tuviera que estar ahí.




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