Myria. 16 de mayo.
Las cuerdas le abrasaban las muñecas y la posición era horriblemente incómoda. Tenía sed, hambre y le habían quitado su espada.
¿La conclusión? Jamis quería matar a todo el mundo, más de lo que ya lo hacía de normal.
Su único consuelo era la presencia de Tallad. Los habían colocado espalda contra espalda, con las cinturas unidas por más cuerdas y Jamis podía tocar sus dedos con los suyos. Notar su calor contra él le ayudaba a calmarse un poco. Bueno, eso y que cada vez que se movía intentando desatarse también dañaba a Tallad y eso era superior a él.
Los habían llevado a una de las casas colgantes que conformaban la aldea. Los habían empujado a su interior oscuro y sucio por el desuso. Sin magia que las mantuviera, las paredes de hiedra y ramas se podrían lentamente; había un olor a cosas muertas en el aire. La oscuridad era casi total. A través de los parches que había en las paredes, habían podido ver como el día se convertía en tarde y noche. No había luz capaz de traspasar los tupidos árboles que cubrían las casas y nadie les había dado ni una mísera vela o un fuego mágico. Tallad había intentado hacer magia… hasta que se había dado cuenta de que junto a las cuerdas que le rodeaban las muñecas había un pendiente en forma de lágrima hecho de un metal blanco. Jamis nunca había visto el shienyx, el metal antimagia por excelencia, en otra forma que no fuera recubriendo las paredes de las celdas o de esposas y cadenas. El pendiente le golpeaba los dedos, entumeciéndolos con una frialdad antinatural a pesar de que él no tenía magia. Aun así, se sentía cansado y helado; ni siquiera el calor de Tallad evitaba que se estremeciera de frío.
Tallad apenas se movía. Jamis creía que estaba dormido, pero entonces vio de reojo como intentaba girar el rostro hacia él y supo que estaba despierto.
—Lo siento mucho, Tallad —susurró Jamis. Estiró las manos y buscó los dedos de Tallad; estaba tan frío como él y eso le preocupó. Si Jamis notaba la influencia del shienyx, ¿cómo tenía que ser para Tallad? El elfo no había vivido un solo día de su vida sin magia, debía ser horrible sentirse débil y sin poder alcanzarla, sintiéndola bajo la piel, pero sin poder llegar hasta ella.
—¿Has provocado que nos atraparan? —inquirió Tallad de repente, su voz sonaba seca; al igual que él, debía notar la falta de agua.
—No, pero…
—Pero nada. No eres el culpable. Punto —sentenció Tallad, de una forma que le hizo sentirse como un niño pequeño. Seguro que les hablaba así a sus alumnos en la Academia. Podía verlo con las manos en las caderas, los labios fruncidos y enfrentándose a toda una clase llena de jóvenes elfos y elfas. A Jamis le dio rabia no haber podido ver nunca esa faceta de Tallad. A veces sentía que le faltaba mucho por ver del elfo, aunque creyera que sabía todo sobre él.
Sin embargo, eso no quitaba que Tallad le importara ni que sintiera que una parte de Jamis estaría siempre ligada a él por un cordón de oro. «Siempre —pensó—. Dioses, que estúpido fui al dejarlo marchar». Jamis notaba los años que habían estado separados como una puñalada, un agujero vacío en su pecho. Había amado a otras personas, pero nunca tanto como a Tallad. Su amor por él se había ido formando lentamente, muy lentamente, mucho después de dejarle en Vyarith y huir a Sarath. En ese momento solo existía afecto, cariño y el cordón de oro que los había unido la primera vez que se habían visto. Pero el amor había llegado más tarde, cuando Jamis seguía luchando contra sus demonios internos. Recordar a Tallad siempre lo ayudaba a sobreponerse, como si sintiera el roce de sus dedos en la mejilla, animándolo a seguir, a no derrumbarse por completo. A veces, notaba su presencia a su lado y podía jurar que en más de una ocasión había sentido su calor en mitad de una noche fría.
Tallad ya le había admitido que lo había estado vigilando todo ese tiempo, protegiéndolo desde lejos. Jamis, en cambio, no le había dicho lo mucho que lo había ayudado sentirlo con él.
—Tallad —lo llamó después de unos minutos de silencio. El elfo se removió tras él, atento; todavía tenían los dedos unidos—. Sabes que te quiero, ¿verdad?
El elfo soltó un suspiro bajo.
—Jamis, deja de ser tan dramático y de hablar como si te estuvieras despidiendo de mí. ¡No nos va a pasar nada!
—Pero es una posibilidad. —No había esperado que Tallad se diera cuenta de lo que escondían sus palabras, pero, por supuesto, se había dado cuenta.
—No, no lo es. —Notó como Tallad dejaba caer la cabeza hacia atrás, hasta que estuvo apoyada en su hombro y pudo notar la suavidad de su cabello en las mejillas—. Deja de ser la personificación de la negatividad y el dramatismo. Vamos a estar bien. Te lo prometo.
Retorciéndose, Tallad logró dejar un beso en su mejilla con los labios secos. El corazón de Jamis latió en su pecho como un caballo desbocado, tanto que parecía que se le iba a salir del pecho en el siguiente latido. Si solo sentir el roce de sus labios provocaba esa reacción en él, ¿cómo había logrado pasar tanto tiempo separado de Tallad sin morir?
Y sin embargo tenía razón en la parte de la negatividad. Jamis prefería ver el vaso medio vacío que medio lleno. Si esperabas siempre lo peor de todos y de todo, era difícil decepcionarse. Así, Jamis siempre estaba preparado para la siguiente estocada, para el siguiente golpe. Lo había aprendido a las malas, pero era una lección, al fin y al cabo.
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Editado: 12.08.2024