Fábulas I

Capítulo 23

Nerith. 16 de mayo.

Estaban siendo las dos semanas más aburridas de su vida, y eso que había estado muerta.

Estaba aburrida y nerviosa. Elyas llevaba una semana fuera y ni siquiera había podido despedirse de Laina. Eso le había dolido, pero después había recapacitado. Myca Crest había mandado a Elyas a una misión en mitad de la noche. Lo había llamado de repente, mientras los dos cenaban juntos, y antes de que Laina supiera qué estaba ocurriendo, Elyas estaba subido a un caballo. Lo había visto marcharse desde la ventana. Entonces, Ceoren había aparecido. Le había puesto una mano en el hombro y la había invitado a pasar el rato en su habitación, para que se olvidara del dolor de la falta de despedida y la preocupación que sentía por Elyas. ¿Y si le ocurría algo? Laina no podría ayudarle, no estando tan lejos y sin saber dónde iba.

Desde entonces, había pasado todos los días con Ceoren. Y con Charles. El hijo de Myca se había unido a ella en más de una ocasión, siempre cuando Ceoren desaparecía. Laina había notado la tensión entre ellos en las pocas veces que habían coincidido los tres, pero no se había atrevido a preguntarle a ninguno de los dos.

—No me estás escuchando —le reprendió Ceoren, sacándola de sus pensamientos.

Laina miró hacia la mujer, que se estaba probando un vestido nuevo frente a un gran espejo de cuerpo entero que colgaba de la pared. La habitación de Ceoren solo se podía describir como cara. No sabía de dónde había sacado todas las cosas que tenía, pero estaba claro que la bruja estaba bien posicionada. Cada día recibía nuevos vestidos desde el pueblo de Nerith, o diademas enjoyadas, pendientes o zapatos de seda nuevos. Laina la veía probarse la ropa y las joyas como si no fueran nada del otro mundo, aunque en su rostro había un permanente ceño fruncido, sobre todo cuando pensaba que Laina no la estaba mirando. Pero Laina siempre la miraba.

—Lo siento, estaba un poco perdida. —Intentó sonreír, pero apenas consiguió estirar las comisuras de sus labios un poco hacia arriba. La tensión le hacía cada vez más difícil fingir.

—¿Sigues preocupada por Elyas? —le preguntó Ceoren, apartándose del espejo y caminando descalza hasta ella. El vestido de color azul aciano revoloteó entre sus piernas al acercarse, su cabello caía suelto en ondas delicadas y perfumadas. A Ceoren le encantaba ponerse perfume en el pelo.

La bruja se subió a la cama y se arrodilló, a apenas unos centímetros de ella. Le puso una mano encima de la suya, que estaba sujetando su peso en el colchón.

—Va a estar bien, ya lo verás —le aseguró. Laina quiso creerla, pero no era sencillo. Myca bien podría haberlo mandado a una trampa y ahora lo único que quedaría de Elyas serían sus huesos. Los dedos de Ceoren se cerraron alrededor de su barbilla y la obligaron a alzar la mirada hasta que sus ojos se encontraron—. Elyas es un brujo fuerte. Si llegara a ocurrir algo, sabrá defenderse.

Laina asintió con la cabeza, aunque tan solo fuera para terminar con aquella conversación: no quería seguir pensando en que algo le había ocurrido a Elyas.

Ceoren se tumbó de repente en la cama, casi tirándose encima de ella. Después, colocó la cabeza en su regazo y le sonrió desde abajo, con los ojos entrecerrados.

—Tienes que relajarte un poco, Laina. Estás siempre muy tensa —susurró Ceoren. Alzó una mano y sus dedos acariciaron la mejilla de Laina con suavidad.

Se sorprendió... pero no se apartó. Hacía mucho tiempo que nadie la tocaba así, con tanto interés. Que a Laina no le interesara el sexo no quería decir que fuera insensible. Ceoren le resultaba interesante, no lo iba a negar. Si no hubiera sido así, Laina ni siquiera pasaría tiempo con ella, pero no había esperado que el interés de Ceoren por ella llegara hasta ese punto.

Animada, Ceoren subió sus dedos por la piel de su mejilla, le acarició la mandíbula; sus yemas apenas rozaron la columna de su cuello, sin apartar la mirada de los ojos de Ceoren. La bruja tenía los labios ligeramente abiertos y en sus ojos había una intensidad que hacía mucho que Laina no veía. Era algo más.

Laina sintió un escalofrío.

Con cuidado, llevó una de sus manos hasta el cabello de Ceoren, desparramado por su regazo y por la cama como una cascada de ondas marrones, densa y brillante. Hundió los dedos en su cabello con suavidad y Ceoren cerró los ojos con un suspiro. La mano de Ceoren se detuvo justo cuando llegó a su clavícula, donde empezaba la camisa medio abierta que cubría su torso.

Entonces, sus ojos se abrieron un poco, tan solo lo suficiente como para poder mirarla a través de las pestañas oscuras.

—Laina... —murmuró Ceoren.

La puerta de la habitación se abrió de repente. No fue con violencia, pero en medio del silencio que había entre ellas, el sonido de los goznes girando reverberó por la habitación. La figura alta y delgada de Myca Crest apareció en medio del umbral. Se detuvo al verlas y Laina se dio cuenta de su ceño fruncido unos segundos antes de que Myca controlara de nuevo su expresión y su rostro se volviera una máscara imposible de traspasar.

—Quería hablar contigo, Ceoren, aunque veo que estás ocupada —comentó Myca, con un tono que pretendía ser casual, aunque a Laina no se le pasó desapercibido la nota amarga que escondía. ¿Estaba molesta? No le encajaba que Myca pudiera estar enfadada porque Ceoren y ella fueran cercanas.




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