Fábulas I

Capítulo 24

Camino real de Lysia. 17 de mayo.

Los habían hecho caminar detrás del caballo, con las muñecas atadas con esposas que iban atadas con una larga cuerda a la silla de montar de uno de los soldados. A su lado iba Rhys y más adelante podía ver a Aethicus. Tiaby cabalgaba con Galogan, con las manos atadas. Itaria podía ver desde allí como, cada vez que por el trote del caballo Galogan se acercaba a ella, Tiaby intentaba alejarse. Pero Galogan había puesto un brazo delante de ella y apenas le daba espacio para apartarse.

Las muñecas le dolían a rabiar. El metal le rozaba la piel y le hacía herida tras herida; la carne estaba roja e hinchada alrededor de las esposas. Sentía el cuerpo cansado y cada paso que daba le dolía. Se había torcido el tobillo en algún momento de la noche y ahora solo podía ir cojeando tras el caballo, siseando de dolor cada vez que apoyaba el pie derecho.

Miró a Rhys de reojo. Tenía la mandíbula apretada con tanta fuerza que debía dolerle, pero no despegaba los ojos del caballo que tiraba de él sin piedad. El soldado se giraba cada pocos minutos a mirarlos. Las miradas que le echaba a Itaria le producían náuseas.

Ni siquiera sabía cuántas horas llevaban caminando cuando, de repente, se detuvieron. Itaria caminaba como un autómata: sus piernas la llevaban aunque ella no fuera consciente de dar ningún paso. Se dio cuenta de que habían parado porque no se detuvo a tiempo y se dio contra los cuartos traseros del caballo.

Los soldados se rieron a su alrededor, pero a ella le dio igual. Notó un tirón y en las muñecas. Al alzar la mirada, se encontró con el soldado que la había llevado atada a la silla de montar a apenas un metro de ella. Había bajado del caballo y la miraba con desdén. Le dijo algo que Itaria no entendió. Cuando le dio otro tirón a la cuerda, haciendo que trastabillara y casi se cayera, entendió que quería que caminara. Obedeció y dejó que la arrastrara como un perro.

Lo siguió entre los caballos y soldados que se desperezaban y charlaban entre ellos. Rhys iba a unos pasos tras ella, mientras que Aethicus estaba de rodillas frente a Galogan; un soldado lo tenía bien agarrado para que no intentara hacer nada, aunque por el aspecto que tenía el capitán, Itaria dudaba mucho que fuera capaz de hacer algo. Aethicus parecía a punto de desmayarse. Tenía el rostro muy pálido, los ojos se le cerraban cada dos por tres y parecía que le costaba respirar. ¿Sería por las esposas antimagia? Itaria se giró un poco. El soldado le grito que siguiera avanzando y le dio un tirón a su cuerda que casi hizo que se cayera al suelo, pero logró ver el rostro de Rhys. Estaba incluso más pálido de lo normal y no dejaba de tropezarse. ¿Tal vez a ella no le afectaran igual las esposas? Al fin y al cabo, Itaria no era exactamente una oculta. Las Guardianas nunca se habían regido por las mismas normas que el resto de seres.

El soldado la agarró del codo y la tiró al suelo, interrumpiendo sus pensamientos de golpe. Solo en ese momento, Itaria se dio cuenta de que estaban en una pequeña aldea, apartada del camino real. Parecía abandonada. Las pocas casas que quedaban a su vista se caían a pedazos y la maleza había cubierto aquellas partes que se habían quedado al aire.

A un lado de Galogan estaba Tiaby, callada y con la vista baja. Tenía un moratón en la sien allí donde la habían golpeado para dejarla inconsciente y cada vez que se movía, hacía un gesto de dolor. Debía tener el cuerpo lleno de magulladuras por los golpes. Itaria había tenido que morderse el labio hasta hacerse sangre para no lanzarse encima de Galogan en la plaza. Los había obligado a ver como golpeaba una y otra vez a Tiaby sin poder hacer nada para detenerlo.

—Más te vale no tardar mucho, ¿entendido? —escuchó gruñir a Galogan. Al otro lado del príncipe había un hombre. Tenía una horrible cicatriz que le había desfigurado el rostro desde la sien derecha hasta la mandíbula izquierda. Le pasaba por debajo de la nariz, destrozando sus labios. Itaria sintió un escalofrío al mirarlo. El hombre no despegaba sus ojos castaños de ella; sonrió con sus labios partidos y si no hubiera estado en el suelo, estaba segura de que sus piernas no la hubieran sostenido. Había algo en él que le ponía los pelos de punta.

—Sí, mi príncipe. —El hombre se apartó unos pasos de ellos antes de darles la espalda. Después, alzó las manos y unas chispas de color azul oscuro salieron de sus dedos. «Brujo», pensó Itaria. Miró de nuevo a Galogan. El príncipe de Lorea promovía activamente la persecución de ocultos; Rhys se lo había contado. Y, sin embargo, parecía tolerar y hasta colaborar con aquellos ocultos que le resultaban útiles a sus necesidades. Al resto, les daba caza como a perros.

«Maldito hipócrita», masculló Itaria en su mente. A su lado, Rhys tenía el ceño fruncido y no dejaba de mirar al brujo y a Galogan. Seguro que estaba pensando lo mismo que Itaria.

El brujo terminó y cuando se apartó, delante de ellos había un portal. No parecía muy fuerte, pero Itaria sabía que serviría para satisfacer los deseos de Galogan.

—Bien hecho, Gavin —le dijo el príncipe, aunque no se le pasó desapercibida la mirada de reojo que le echó al brujo. A pesar de colaborar con él, no debía gustarle mucho su presencia.

—¿Y mi recompensa? —inquirió Gavin. Tenía una expresión relajada en el rostro, pero su cuerpo indicaba todo lo contrario. Apretaba los puños con fuerza a los lados de su cuerpo y parecía estar a punto de echarse sobre cualquiera que lo molestara.




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