Fábulas I

Capítulo 25

Myria. 17 de mayo.

Jamis se despertó con unos golpes insistentes en la puerta de la cabaña. A su lado, Tallad murmuró algo en su sueño y se removió en la cama que habían improvisado la noche anterior, desnudo entre las mantas. Jamis se giró, sin estar seguro de si había soñado los golpes o no.

Una nueva serie de golpes lo sacaron de dudas. Se quitó las mantas de encima y buscó los pantalones a tientas con las manos. Cuando los encontró, se los puso, se los ató y caminó hacia la puerta; había una daga pequeña en el bolsillo, apenas del tamaño de su mano. Serviría, de todas formas.

Abrió la puerta, esperando a encontrarse a Saehlinn o a su primo. En cambio, delante de él había una chica joven, de piel marrón, cabello oscuro que caía hasta la mitad de su espalda; sus ojos oscuros lo observaban con intensidad por debajo del flequillo enredado. Jamis soltó el mango del cuchillo y miró incrédulo a la muchacha.

—¿Leandra? —Jamis la conocía desde que había llegado a Myria. De vez en cuando acompañaba a Aethicus, aunque Jamis tan solo había cruzado un par de palabras con ella—. ¿Ha ocurrido algo?

—Es largo de contar. ¿Puedo entrar?

—Por supuesto. —Jamis se apartó y dejó que Leandra entrara en la cabaña. De reojo, vio movimiento en la cama. Tallad se había despertado y se vistió a toda prisa, todavía desconcertado por el sueño. Antes de que Jamis cerrara la puerta, ya estaba vestido y miraba a Leandra con el ceño fruncido.

—Tallad, ella es Leandra. Una amiga de Aethicus —añadió. No sabía muy bien cómo presentar a Leandra, la verdad. Sabía que era algún tipo de oculto, pero como con Aethicus, desconocía qué era.

El interior de la cabaña estaba medio a oscuras. Tallad chasqueó los dedos y la habitación se iluminó con la suave y cálida luz de unas velas que flotaban por encima de sus cabezas. Jamis se disculpó por no tener sillas en las que poder sentarse, pero Leandra hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

—Bueno, ¿qué ha pasado? —inquirió Jamis, acercándose a Tallad hasta que estuvieron hombro contra hombro.

—Han capturado a Aethicus, Rhys e Itaria —respondió directa—. Y también a la muchacha que encontrasteis, Tiaby.

—¿Quién?, ¿cómo?

Jamis rodeó la mano de Tallad con los dedos, buscando su consuelo. Tallad le devolvió el apretón con fuerza, los dedos le temblaban un poco.

—El príncipe Galogan. Le tendió una trampa a Tiaby... A la princesa Tiaby, en realidad —rectificó en el último momento.

—¿Y qué tienen que ver nuestros amigos con esa princesa? —preguntó Tallad.

—El príncipe los usó para conseguir que Tiaby le obedeciera. Después, cuando tuvo a la princesa, se los llevó a todos. Los seguí durante varias horas hasta que se detuvieron en una aldea. Un brujo hizo un portal, pero no parecía ser muy estable. Se cerró apenas lo cruzaron todos y no me dio tiempo a pasar también.

—Mejor —replicó Tallad—. No sabes dónde podría haberte llevado el portal. Podrías haberte puesto en peligro, en más peligro del que ya estabas siguiéndolos, si hubieras cruzado. —Leandra asintió con la cabeza, como si todo eso ya se le hubiera pasado por la cabeza—. Ahora, ¿podrías llevarnos a esa aldea? Tal vez así pueda encontrar dónde han ido.

Leandra asintió de nuevo. Tallad le dio unas indicaciones y Leandra salió de la cabaña.

—¿Estás bien? Has estado muy callado —le preguntó Tallad. El elfo le puso una mano en el hombro y con la otra le rodeó la cintura, acercándolo a él hasta estuvieron tan cerca que Jamis le podía contar las pestañas.

—Galogan... Maldito idiota —masculló Jamis. Si cerraba los ojos podía ver perfectamente la imagen de Galogan en su mente, con esa actitud arrogante y la crueldad marcada en su rostro. ¿Cómo podían ser familia? Jamis se enfurecía solo de pensar que compartieran sangre.

—Los encontraremos —le prometió Tallad—. No dejaremos que les haga daño.

Jamis lo rodeó con los brazos y, durante unos segundos, se dejó consolar por Tallad, con la frente apoyada en su hombro; enterró la nariz en el largo cabello de Tallad, relajándose un poco con su aroma. Quería quedarse entre sus brazos durante horas, días. Pero debían irse ya; cuanto antes se marcharan, antes los encontrarían. Ya habían pasado demasiadas horas en las garras de Galogan, no podían dejarlos más tiempo a su merced.

—Escúchame —le dijo Tallad, llamando su atención. Jamis levantó la cabeza y buscó su mirada—. Voy a mandarle un mensaje a Noah. ¿Te acuerdas de él? —Jamis asintió con la cabeza—. Está aquí, en Sarath. Le pediré que nos ayude, con él a su lado no tendremos ningún problema para rescatarlos.

—No quiero que se ponga en peligro. Ya estoy sufriendo con saber que tú vas a estar en la línea de fuego como para encima tener que preocuparme por Noah.

Jamis conocía al amigo de Tallad desde hacía años. Apenas lo había visto una o dos veces desde que Jamis había estado en la Academia de Elexa, hacía muchos muchos años. A pesar de las pocas veces que se habían visto, Noah le caía bien.

—Créeme, estará encantado de saber que puede patearle el culo a Galogan —le aseguró Tallad. El elfo se apartó de él; Jamis notó su ausencia al instante, como si algo dentro de él se estirara al tiempo que se alejaban.




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