Myria. 5 de julio.
En un principio, Jamis había visto imposible hacer la torre habitable de nuevo. Hacía años que nadie la usaba y el interior era una maraña de muebles podridos, humedades, suciedad y bichos. La primera vez que habían apartado un aparador y habían salido cientos de arañas, Jamis había dado un salto y casi se había subido a los hombros de Tallad. La última vez, solo había puesto los ojos en blanco.
Ni siquiera sabía cuántas horas se habían pasado limpiando. La magia de Tallad había ayudado, por supuesto, pero ni siquiera él podía hacerlo todo y al final del día siempre tenían que recurrir a fregar a la manera mortal: con agua, jabón, un cepillo y de rodillas.
Era ya de noche y Jamis estaba en la pequeña cocina que habían habilitado. Tallad estaba terminando una sopa que olía muy bien; su estómago gruñía tan solo de pensarlo. Jamis estaba intentando no romper nada y no meter la manga en ningún fuego. Tallad prácticamente lo había arrinconado en un lado para que no pusiera en peligro la cena. Según él, «tenía muy mala suerte en la cocina». Y solo porque la primera semana que había estado en la torre, a Jamis se le había ido un poco la mano con el fuego.
—Aethicus tiene que estar a punto de llegar —le dijo Tallad, removiendo la sopa con una cuchara. Habían invitado al capitán a cenar, para agradecerle por su ayuda en renovar la torre y, sobre todo, porque después de la lucha con Myca se había pasado casi una semana recuperándose de sus heridas. Todavía no estaba al cien por cien, pero aun así Aethicus había retomado todas las funciones como capitán de Myria como si lo estuviera. Tallad y Jamis se habían propuesto mimarlo un poco, ya que él no lo hacía.
Justo en ese momento, sonó la campana que Jamis había instalado en la puerta principal. Tallad le había puesto un hechizo de amplificación para que el sonido reverberara por toda la torre y pudieran escucharlo en cualquier lugar. Ventajas de tener a un novio brujo, supuso. Tallad chasqueó los dedos y Jamis escuchó la puerta principal abrirse. La cocina estaba en la planta baja, separada del rellano y de la puerta solo por un pasillo y un arco, así que Aethicus apareció casi al instante por el umbral, con una sonrisa cansada. Tenía ojeras y parecía estar a punto de dormirse de pie, pero aun así esbozó una sonrisa al verlos.
—Buenas noches. Espero no llegar tarde —se disculpó, entrando y dándole una palmada amistosa a Jamis en el hombro. Después se acercó a Tallad e hizo lo mismo.
—La cena está ya, así que has llegado a tiempo —comentó Tallad, que en algún momento había llenado la sopera con la cena; se la tendió a Jamis, que la cogió y la llevó con cuidado a la destartalada mesa. Estaba llena de trastos, pero habían logrado despejar el suficiente espacio para poder cenar los tres con comodidad.
Cenaron rápido, los tres demasiado hambrientos para hablar. Cuando terminaron, Aethicus estiró las largas piernas y se acomodó en la silla.
—¿Sabéis algo de Rhys? —preguntó de repente.
—Nada desde que Itaria murió —respondió Tallad—. He intentado buscarlo, he movido hilos entre mis contactos, pero nadie ha sido capaz de dar con él.
—Empieza a preocuparme, la verdad —admitió Jamis—. ¿Y si está haciendo alguna tontería? La última que vez que lo vimos...
Negó con la cabeza, recordándolo. Rhys había pasado tres días durmiendo profundamente. Al despertar, no parecía él mismo. El muchacho había estado destrozado por la muerte de Itaria y se había encarado con Tiaby. La consideraba responsable porque Galogan los había usado como cebo para lograr que la princesa se entregara. Según él, si Tiaby no hubiera aparecido por Myria, Itaria seguiría viva. Tallad había defendido a Tiaby y hubieran llegado a las manos si Jamis no los hubiera detenido a tiempo. Después, Rhys había desparecido y nadie había encontrado ni rastro de él.
—Esperemos que esté bien —dijo Aethicus.
Bajó las escaleras con el hacha en la mano.
Tenía que cortar madera o no desayunarían. La noche anterior se les había acabado, pero era tan tarde que a Jamis no le había apetecido ponerse a cortar madera, así que había decidido levantarse más temprano y hacerlo. Tallad todavía seguía durmiendo. Si le daba tiempo, tal vez le diera tiempo a hacer el desayuno él. A pesar de lo que decía Tallad, no era tan malo cocinando, solo que se ponía nervioso cuando el elfo estaba con a su lado en la cocina.
En realidad, todavía se ponía nervioso cuando Tallad estaba cerca de él, en cualquier situación. Seguía sin creerse que estuvieran juntos, viviendo juntos. Por la noche podía abrazarlo y besarlo y podía escuchar su voz todos los días susurrándole que lo quería. Sintió un escalofrío de felicidad al pensarlo y sonrió. Abrió la puerta de un tirón y...
Se detuvo de golpe. En el suelo delante de la puerta había un bebé y un cadáver. Jamis no le hizo falta mirarlo dos veces para saber que el hombre —el elfo—, estaba muerto. El bebé, en cambio, estaba vivo. Movió los brazos al aire, gimoteando sin mucha fuerza. ¿Cuántas horas debía llevar allí? El elfo tenía una flecha clavada en el estómago y Jamis pensó en la distancia que había tenido que recorrer con semejante herida. Miró de nuevo al bebé. Habría soportado mucho dolor con tan de llevarlo a un lugar en el que estuviera a salvo, pensó Jamis. Y debía haberlo conseguido si el pequeño estaba vivo.
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Editado: 12.08.2024